Marlon, el grafitero que se pagó la universidad vendiendo camisetas decoradas

Conoce a uno de los autores del arte que viste las calles de San Salvador

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Foto Cortesía / Verónica Hernández

Por Verónica Hernández

2019-02-14 10:00:17

Muros, color y spray son las herramientas de jóvenes artistas que ven el grafiti no sólo como un estilo de vida, sino como una alternativa y un instrumento de superación.

Uno de estos artistas es Marlon Alexander Ruiz, mejor conocido en la escena gráfica como Ries. Este grafitero de 25 años busca darle otra cara a la juventud salvadoreña a través del arte callejero o arte urbano.

“Me involucré en el grafiti cuando estaba en el bachillerato, a los 17 años, cuando estábamos en una etapa de mi familia algo complicada. Estábamos mudándonos de casa a cada rato, por nuestra situación económica”, comenta el artista, quien recuerda le gustaba dibujar desde pequeño.

Según cuenta, cuando empezó a interesarse por esta técnica, conoció a un grupo de grafiteros (un crew) con quienes aprendió a pintar.  “La primera vez hice una pieza horrible, que ya no quería volver a pintar nunca más en la vida; pero como a las dos semanas ya andaba allí otra vez queriendo pintar”, añade.

Emprendimiento, liderazgo, esfuerzo y dedicación son palabras que definen a este joven salvadoreño; quien por su iniciativa y talento terminó de pagar sus estudios de Artes Plásticas en la Universidad Nacional de El Salvador, de la que está a punto de graduarse.

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“Cuando entré en primer año, hubo un señor que estudiaba conmigo y tenía una idea de empezar un negocio con canvas y lienzos para pintar; con él estuve trabajando bastante; y vendía canvas a los estudiantes, por eso me decían el ‘chico canvas’. Con eso me pagaba los materiales de la universidad. Había hecho un cálculo como de unos $25 dólares semanales que tenía que gastar en materiales”, explica Ruiz.

“Había gente que tenía la ayuda de los papás, otros no; tenían que rebuscarse”.

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Aunque confiesa que en el bachillerato quería estudiar arquitectura, pero no contaba con los recursos económicos suficientes, dice que no se arrepiente de su elección por el arte.

“Cuando estaba en tercer año (bachillerato) llegaron de la Universidad Nacional, y nos presentaron las carreras. Allí estaba la de artes. Y como ya estaba en eso del grafiti, me decidí por esa. Es una carrera bien bonita, se aprende bastante”, señala Ruiz.

Después de haber pertenecido a otros grupos o crews con quienes salía a pintar a Mejicanos, Mariona, San Marcos, Zacamil, San Ramón y los alrededores; se unió al “Crew PHE”. Aunque el grupo nunca se deshizo, cada uno se concentró en otras cosas, y salir a pintar se volvió más complicado.

Pero esto no detuvo al artista. Junto a  otros tres compañeros del mismo crew armaron un emprendimiento de aerografía, que son camisetas pintadas con pincel de aire.

“Íbamos a eventos, pintábamos, vendíamos las camisetas y con eso me seguí costeando los gastos de la universidad. En ese tiempo estaba de moda hacer aerografía. Todos los grafiteros hacían camisas aerografiadas, entonces nosotros nos metimos en la moda”, cuenta Ruiz.

Otro grupo de jóvenes que conocían sobre la aerografía les explicaron el negocio. Con un compresor y un aerógrafo en sus manos echaron a andar el emprendimiento en una de sus casas, que utilizaban como taller.

De cuatro se redujo a tres. Sin embargo, continuaron trabajando en el proyecto. Comenzaron a ir a eventos de ánime. “Íbamos a Santa Ana, San Miguel, Sonsonate, y allí vendíamos las camisetas. Las pintábamos en vivo y a la gente le gustaba”.

Ruiz tenía que organizar su tiempo para estudiar, trabajar y pintar.

“En los eventos, como era los fines de semana, no me afectaba con la universidad; ayudaba bastante eso. Con las camisetas ganaba un poquito más porque no me esforzaba tanto como con las canvas, que tenía que cortar la madera, la lijaba, pensaba, pintaba y todo eso”; enfatiza el artista.

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Luego de cuatro años, tomaron la decisión de separase. Uno de ellos terminó sus estudios para ser maestro de matemáticas, y el otro sigue en el área de diseño gráfico. Mientras Ries continuó con la aerografía en su casa.

“En estos últimos meses ya casi no estoy haciendo aerografía porque ya me salen trabajos de diseño e ilustración, entonces me sale un poco mejor”.

Ruiz se dedica al diseño gráfico, y destaca que lo que más disfruta trabajar es la ilustración digital.

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De lo destructivo a lo constructivo

El grafiti es una forma de expresión que ha sido poco comprendida por la sociedad salvadoreña, por sus origines de ilegalidad y por considerarlo como sinónimo de delincuencia.

Sin embargo, distintos artistas, con el talento de combinar este sistema de firmas sobre las paredes con otras técnicas del arte urbano, han plamado sus grafitis en las calles de San Salvador. Con sus trabajos buscan que la idea del grafiti como algo “destructivo” se convierta en “constructivo”.

Para Ruiz, el arte tiene muchas maneras de generar cambios o efectos en las personas. Fue así como en el 2014, este joven empezó a dar talleres de grafiti en Soyapango y San Salvador como voluntario para diferentes iniciativas u organizaciones.

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“Compartir con otros jóvenes es chivo porque a veces te ven como hermano mayor, y hay un poco de admiración; pero más, que admiración, es respecto. Cuando veían el trabajo que vos hacías te respetaban y aceptaban consejos”, expresa el artista.

Desde entonces Ruiz participa en talleres. En un principio sólo como voluntario, porque considera que esos talleres abren espacios a personas que viven en zonas conflictivas  y no pueden ir o pagar un curso de dibujo o pintura.

“Lo que más me impactó fue cuando un chero que era de una zona bien complicada de Soyapango, quería aprender esto (grafiti) y la referencia que traía eran puras pandillas; pero yo le decía que había que cambiar, mejorar la estética para separarse de eso”.

Ruiz considera que los talleres fueron el espacio para que este joven conociera sobre el grafiti y decidiera estudiar en el Centro Nacional de Arte (CENAR), en donde obtuvo una beca, por tratarse de un joven que vivía en una zona conflictiva. Ahora ya es estudiante de la Universidad Nacional de El Salvador.

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Para Ruiz, esta es una de las mejores maneras de impactar positivamente en la sociedad con algo que en un principio se consideraba destructivo.

“Obviamente uno no influencia en todo porque tiene que ver la iniciativa y la perseverancia que tenga  él. Pero, si no hubiera existido ese espacio, quizás él no hubiera estudiado eso, trabajara o estudiara en otra cosa; o no hubiese estudiado y habría decidido (irse) por otros caminos, involucrándose con la delincuencia”, reflexiona el artista.

Marlon es parte de “Graff Session”, un proyecto que nació para dar espacio a jóvenes que practican esta técnica, y hecho murales para colegios, residenciales y trabajos comerciales.

“El grafiti es una forma de expresión igual como lo es pintar en una canva, o hacer muralismo tradicional; sólo cambian las herramientas”.

Ruiz considera que aunque aún no se da una gran apertura para el grafitero, poco a poco la gente ve esta técnica como una expresión artística.

“Si ves en la calle a un grafitero no le tengas miedo, porque normalmente los grafiteros no son personas que son delincuentes. Conozco a personas de clase media, médicos, ingenieros, maestros, diseñadores, y todo tipo de profesionales que vivieron el grafiti, y otros que siempre lo vivirán”, asegura Ruiz.

Estos artistas buscan que el grafiti sea el primer paso para seguir creando arte urbano en El Salvador.