El sepulturero que asegura ver y hablar con las almas en pena

Igor López tiene 27 años de ser enterrador en Ahuachapán, y bebe té hecho con flores de tumba para mantenerse sano, porque una alma en pena se lo aconsejó.

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Igor López Hernández, el sepulturero del cementerio de Ahuachapán. Foto EDH / Cristian Díaz

Por Cristian Díaz

2018-10-31 9:47:07

“Qué venís a hacer; déjame aquí, no me toques”, fueron las palabras que sonaron como golpe y marcaron al sepulturero de Ahuachapán, mientras realizaba una exhumación.

Igor López Hernández es el protagonista de esa anécdota y asegura que eso fue lo escuchó cuando trabaja en la exhumación, para dar espacio para sepultar otro cadáver. Pero eso no fue lo único que le ocurrió ese día. El ahuachapaneco asegura que vio a una joven, en la reducida tumba, que entre súplicas le pedía que la dejará. Esa tumba era la de una mujer de 19 años, enterrada 30 años atrás.

 

“Cuando salí del sótano, la familia estaba llorando y dijeron que habían escuchado la voz de su hija. Yo la vi perfecta, adentro. Cuando entré (por segunda ocasión) sólo era el polvo que estaba regado, había desaparecido, ya no estaba ”, dijo el hombre, quien sólo sacó zapatos y ropas que aún se conservaban al interior de la sepultura. Eso ocurrió el 25 de enero de 2005.

En los 27 años que tiene de laborar en el camposanto, Igor ha sido testigo, según relata, de varios eventos peculiares. Sólo este año contabiliza quince que han ocurrido en plena luz del día. Muchos de sus compañeros no creen cuando cuenta estas experiencias, pues es el único trabajador que ha presenciado estas apariciones.

Aunque las mismas se suman a comentarios similares de personas que llegan a visitar la tumba de algún familiar.

“Dentro del área del cementerio me hablan, me llaman por mi nombre y veo a las personas y se sonríen conmigo; las veo perfectamente, como que fueran personas naturales, pero cuando me dedico a platicar con ellas, desaparecen, se van y no vuelven a aparecer, sólo se viene un aire bien fuerte en el área”, asegura Igor.

Él no sabe con exactitud por qué es el único que logra visualizar dichas apariciones, a las que califica como almas en pena.

Sin embargo, señala que cada vez que inicia sus tareas, principalmente alguna exhumación, ora para hacerlo de la mejor manera.

 “Mi papá decía que el cuerpo de los seres queridos, aunque sean los huesos, son güiste (pedazos de vidrio) del ser cristiano y hay que respetarlo. Por eso, mis respetos desde que vine a este cementerio; cuando hago exhumaciones primero hago mi oración hacia Dios y después me introduzco a hacer la exhumación que me han encomendado. Quizás por eso he resistido bastante porque todos mis compañeros que estaban cuando vine, a este momento, ya no se encuentran, están muertos”, comenta.

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El lugar inició su servicio al público en 1897, y en ese espacio de 46 manzanas de terreno descansan los restos de muchas personalidades públicas del país y de Santa Ana.

Las enfermedades no le calan a este hombre de 58 años debido a que pone en práctica el consejo que le dio “una mujer”, cuando a penas de tenía dos años de haber entrado a trabajar al camposanto, asegura.

Él narra que durante uno de los muchos recorridos que hacía, encontró a una hermosa joven, de aproximadamente 16 años, que estaba sentada en un sepulcro nuevo.

La mujer le llamó y le afirmó que él estaba enfermo, a lo que Igor se sorprendió porque tenía fiebre muy alta, pero no se lo había comentado a nadie.

“Me dijo ‘toma una flor de cada sepulcro, báñate y tomate el agua, eso te hará sanar’. Hasta este momento, me enfermo y con las hierbas que hay dentro del área me curo. Tomo una florecita de cada sepulcro; durante mis 27 años pasan enfermedades y a mis compañeros los sacan por enfermos y yo me quedo acá, trabajando”, expresa.

A la joven que le dio el consejo nunca la volvió a ver.

Igor llegó a trabajar al cementerio con su piocha, pala, chuzo y azadón para hacer sepulturas y exhumaciones, que aprendió a realizar gracias a la enseñanza de don Ovidio Hernández, quien para ese entonces también tenía 27 años de laborar en el lugar.

Realizó dichas funciones durante doce años y después fue el encargado del cementerio, por un periodo de tres años.

“Luego volví a agarrar mi pala y piocha, al mismo ritmo hasta este momento”, contó el hombre de cuerpo fornido, cabello blanco, amable y siempre dispuesto a contar sus experiencias.

Las casi tres décadas en el camposanto le han permitido conocer las 14 manzanas del lugar.

El cementerio de Ahuachapán tiene 118 años de funcionamiento, de acuerdo a la inscripción que se encuentra en el antiguo osario y que dejó de ser utilizado en el 2005 tras la construcción de uno nuevo.

Antes, el cementerio funcionó en lo que ahora es el Centro Escolar Alejandro de Humboldt y zonas aledañas pero, debido a la saturación, dejó de usarse.

Igor narra que una familia de apellido Magaña donó una manzana de terreno para el camposanto y luego, con el paso de los años, se compró más espacios para lo que sigue siendo el panteón del municipio.

La primera sepultura fue la de un miembro de la familia Salaverría Durán, aunque Igor no especificó el año.

Este camposanto es rico en cultura porque hay personas que trabajaron mucho en favor de la ciudad y por el tipo de mausoleos con los que cuenta; incluso, hay uno que es una bóveda que tiene cerca de diez metros de profundidad y con capacidad para 34 espacios.

El cementerio podría ser usado otros nueve años, aprovechando las zonas que aún conserva y la construcción de nichos aéreos, siempre y cuando la alcaldía haga las gestiones para comprar cuatro manzanas y media que se encuentran a los alrededores para extender la vida útil.