El drama de Enrique, el salvadoreño que viaja en la caravana con sus nietas de dos meses y cuatro años
Enrique, de 61 años, se aventura en la ruta migrante con sus dos nietas para alejarlas de la pobreza y de la delincuencia a la que se exponen en El Salvador.
Sentado sobre la acera, en la carretera entre Santa Tecla y Lourdes, Enrique Funes se protege del ardiente sol a la sombra de un árbol de pocas hojas. Junto a él, juega Andrea, una pequeña de cuatro años. En sus brazos sostiene a una bebé de tan solo dos meses de edad. Ambas niñas son nietas del hombre que, a sus 61 años viaja con la caravana de migrantes de salvadoreños que este miércoles 31 de octubre emprendió la travesía rumbo a Estados Unidos.
Los tres provienen de Acajutla y viajan con otras tres personas de la comunidad en que residen. Enrique se adelanta constantemente al grupo principal de la caravana y deja atrás incluso a los padres de las niñas, eso le permite sentarse unos minutos para alimentar a su nieta menor.
Su único objetivo es cuidarlas, dice. Como en ese momento, sobre la carretera: la bebé está a la mitad de una de sus pachas de leche y con su cuerpo la protege del sol. Con la mirada atenta en un mundo que aún no comprende, la pequeña mueve los ojos de un lado a otro. Es Andrea quien la distrae y le sostiene el biberón.
Enrique asegura que la familia hace el “sacrificio” para construir un mejor futuro para sus nietas. “Escapamos del hambre, del desempleo, queremos tener, aunque sea una casita digna para ellas”, afirma y abraza con más fuerza a la bebé: un camión pasa a toda velocidad por la carretera y el ruido parece asustarla. Un leve llanto intenta escaparse, pero Andrea está atenta, le hace algunas caricias y la bebé regresa a su alimento sin sobresalto alguno.
Con unos cuantos dólares en la bolsa y decepcionados del gobierno de su país, la caravana de migrantes salvadoreños avanza hacia Estados Unidos, según dice, en busca de un futuro mejor para ellos y para la familia que dejan atrás.
Enrique continúa con su relato. “En la mochila llevo dos mudadas y la ropita de ellas”, asegura. Además, el hombre carga en su mano una bolsa plástica con leche, medicinas, pachas y pañales desechables. “Esto es solo de ella, también llevo un juguete para que se distraiga”, señala y levanta la bolsa: “y yo juego con ella”, grita Andrea y una breve sonrisa se dibuja en el rostro de su abuelo.
El hombre viaja con $25 en la bolsa de su pantalón y su plan es caminar tramos cortos y valerse de la buena voluntad de los conductores que le ofrezcan adelantarlos lo más que puedan en el camino. “Los papás de ellas traen otros diez dólares cada uno y tiene que alcanzarnos hasta allá”, dice y Andrea parece absorta escuchando las palabras de su abuelo, casi pareciera estar preocupada.