El drama de Enrique, el salvadoreño que viaja en la caravana con sus nietas de dos meses y cuatro años

Enrique, de 61 años, se aventura en la ruta migrante con sus dos nietas para alejarlas de la pobreza y de la delincuencia a la que se exponen en El Salvador.

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A sus 61 años, Enrique viaja con la caravana de migrantes de salvadoreños que el miércoles 31 de octubre emprendió la travesía rumbo a Estados Unidos. Foto EDH / Lissette Lemus

Por Marvin Romero

2018-10-31 4:31:04

Sentado sobre la acera, en la carretera entre Santa Tecla y Lourdes, Enrique Funes se protege del ardiente sol a la sombra de un árbol de pocas hojas. Junto a él, juega Andrea, una pequeña de cuatro años. En sus brazos sostiene a una bebé de tan solo dos meses de edad. Ambas niñas son nietas del hombre que, a sus 61 años viaja con la caravana de migrantes de salvadoreños que este miércoles 31 de octubre emprendió la travesía rumbo a Estados Unidos.

Los tres provienen de Acajutla y viajan con otras tres personas de la comunidad en que residen. Enrique se adelanta constantemente al grupo principal de la caravana y deja atrás incluso a los padres de las niñas, eso le permite sentarse unos minutos para alimentar a su nieta menor.

Su único objetivo es cuidarlas, dice. Como en ese momento, sobre la carretera: la bebé está a la mitad de una de sus pachas de leche y con su cuerpo la protege del sol. Con la mirada atenta en un mundo que aún no comprende, la pequeña mueve los ojos de un lado a otro. Es Andrea quien la distrae y le sostiene el biberón.

 

 

Enrique asegura que la familia hace el “sacrificio” para construir un mejor futuro para sus nietas. “Escapamos del hambre, del desempleo, queremos tener, aunque sea una casita digna para ellas”, afirma y abraza con más fuerza a la bebé: un camión pasa a toda velocidad por la carretera y el ruido parece asustarla. Un leve llanto intenta escaparse, pero Andrea está atenta, le hace algunas caricias y la bebé regresa a su alimento sin sobresalto alguno.

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Con unos cuantos dólares en la bolsa y decepcionados del gobierno de su país, la caravana de migrantes salvadoreños avanza hacia Estados Unidos, según dice, en busca de un futuro mejor para ellos y para la familia que dejan atrás.

Enrique continúa con su relato. “En la mochila llevo dos mudadas y la ropita de ellas”, asegura. Además, el hombre carga en su mano una bolsa plástica con leche, medicinas, pachas y pañales desechables. “Esto es solo de ella, también llevo un juguete para que se distraiga”, señala y levanta la bolsa: “y yo juego con ella”, grita Andrea y una breve sonrisa se dibuja en el rostro de su abuelo.

El hombre viaja con $25 en la bolsa de su pantalón y su plan es caminar tramos cortos y valerse de la buena voluntad de los conductores que le ofrezcan adelantarlos lo más que puedan en el camino. “Los papás de ellas traen otros diez dólares cada uno y tiene que alcanzarnos hasta allá”, dice y Andrea parece absorta escuchando las palabras de su abuelo, casi pareciera estar preocupada.

Foto EDH/Lissette Lemus

“Somos pobres”, añade. “En Acajutla solo dejamos nuestra champita, en donde vivíamos y nada más”. Enrique se dedicaba a trabajar la tierra y durante años han sido víctimas de condiciones extremas de abandono por parte de las autoridades, aseguran. También escapan de la violencia: “alejamos a los niños de las cosas malas”, dice.

La bebé, que aún no tiene nombre, terminó de comer y Andrea juega con ella. Enrique no despega la vista de los camiones que pasan por la carretera llenos de migrantes que han pedido un “aventón”. Busca a su familia, a los padres de sus nietas. Uno de esos camiones deja una fuerte ráfaga de viento que desprende el sombrero de la cabeza del hombre y lo lleva hasta la mitad de la carretera, en donde los vehículos pasan a toda velocidad.

Ese sombrero es parte del escudo con el que Enrique protege a su nieta del sol y, en ese momento, una de las pertenencias más valiosas. Con mucho cuidado sienta a Andrea en la cuneta de la carretera y coloca a la bebé entre sus piernas. Cuando está seguro que “nada malo” les pueda suceder, corre en busca del sombrero. Sortea a varios carros en movimiento. Algunos bajan la velocidad, otros incluso se detienen, pero la mayoría no presta atención y siguen en marcha.

Uno de los camiones que llevaba a los migrantes se detuvo por completo y eso obligó a los demás a detenerse también. Enrique pudo caminar con aparente tranquilidad sobre la carretera y recoger su sombrero, varios metros delante de donde sus nietas lo esperaban. Regresó a paso lento.

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En ese trayecto, desde arriba, en un puente cercano, una mujer le gritó “Ya no vaya, ¿a qué va con esas niñas?” Con un brazo, el hombre intentó apartar al sol de sus ojos para ver el rostro de la mujer que le gritaba. Y respondió: “A buscar otra vida”, se puso el sombrero y la mochila. Tomó a la bebé en brazos. Andrea se sujetó de su pantalón y con la bolsa de plástico en la mano comenzaron a caminar.

La familia se reencontró sobre la cama de un camión en la carretera que de Lourdes conduce a Sonsonate. Sin algo para sostenerse, Enrique luchaba por mantener el equilibro con la bebé en brazos.

Dos mujeres acompañaban a la pequeña Andrea, entre ellas estaba su madre. Intentarían cruzar la frontera en La Hachadura y de ahí seguirían su camino hasta Tecún Umán en Guatemala, zona fronteriza con México. Afirman contar con todos los documentos en orden para llegar hasta ese punto. Están convencidos que tardarán una semana en llegar hasta Estados Unidos y que conseguirán pasar en el primer intento pero no descartan repetir la travesía si son deportados de vuelta a El Salvador.