Estudiante se refugia en instituto por miedo a ser asesinada por pandillas

Una estudiante de bachillerato vive en un instituto tras ser amenazada por maras al oriente de la capital

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Foto EDH/ Oscar Iraheta

Por Leidy Puente/Óscar Iraheta

2018-10-19 11:00:59

A las 5:00 de la mañana, Alexandra (nombre ficticio) sale apresurada del pequeño cuarto donde duerme y aligera el paso hasta llegar a un anexo donde se encuentra un baño. Debe aprovechar que aún está oscuro. De regreso, la estudiante de bachillerato trata de evadir a los empleados o vigilantes que la vean en toalla. Se viste con su uniforme y está lista para recibir otro día de clases.

Alexandra vive en un centro educativo porque tiene miedo que la pandilla la asesine.

La joven tiene 18 años y aún, en esas condiciones, está a punto de graduarse y terminar su bachillerato. Pero tiene miedo, no quiere volver a la colonia donde creció al oriente de San Salvador porque los pandilleros la pueden asesinar. La estudiante necesita seguir sus estudios y buscar trabajo para pagar el alquiler de una casa.

El llanto de Alexandra rompe el silencio de la biblioteca donde estudia. Abraza fuertemente su bolsón y cuenta con detalles su calvario. “Estar aquí es feo, pasar de estar con la propia familia a estar sola, no es fácil”, resume la joven entre sollozos.

La estudiante pasa entretenida en sus clases y con sus compañeros durante la mañana y parte de la tarde. Lo duro, es al finalizar el día. Despide con mucha nostalgia a sus amigos y maestros. La joven regresa al pequeño salón. Ahí espera la noche, come algo y luego a dormir. Así pasan los días de Alexandra.

La joven no tiene un armario donde guardar su ropa, lo hace en una mesa, no tiene cama, duerme en una colchoneta. El único adorno que hay en el cuarto es un león de peluche de gran tamaño. Dice que es un regalo.

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No hay fotografías, no hay cuadros de princesas, de artistas, de actores de cine, como cualquier habitación de una joven de 18 años. Una pizarra blanca situada al fondo del salón, sirvió para que Alexandra escribiera mensajes cristianos y de reflexión.

“Es tedioso salir de clases y seguir aquí. Es aburrido, es triste. No tengo cocina, después de comer tres tiempos, me tocó venir a comer uno o dos tiempos, aguantar hambre los fines de semana. Para lavar mi ropa y uniforme lo hago en una mesa de madera”, expresa con la voz entrecortada.

Foto EDH/ Oscar Iraheta

Alexandra vivía en una colonia del Gran San Salvador donde la Mara Salvatrucha tenía el control total, ahí creció, a pesar que los mareros la conocían, no era ajena a la violencia de la pandilla.

La adolescente recuerda que en febrero de este año, tuvo que salir huyendo de casa, porque los pandilleros se lo ordenaron. Dice que un día martes, cuando iba de regreso a su hogar, vio que dos pandilleros obligaron a golpes a uno de los pasajeros a bajar de un autobús.

A la siguiente parada, donde ella desabordó, otros delincuentes de la zona le dieron tres días para que se fuera de su casa. Esa misma semana buscó refugio en la casa de un amigo, donde permaneció por cuatro meses; pero al paso de un tiempo se volvió incómodo seguir ahí y pidió asilo en un instituto e inició sola su nueva vida.

La joven señala que “en ese tiempo se agravó todo”, del mismo estrés que sentía empezaron los problemas de salud, tiene hipoglucemia (bajones de azúcar), señales de anemia y ovarios poliquísticos.

Alexandra es alegre, bromista y activa. Tiene grandes aspiraciones y muchas ganas de cumplir varios planes, pero los riesgos a los que se enfrenta hacen más difícil su camino.

“Mis planes son seguir estudiando, seguir una carrera. Me encanta la mecánica, yo quería eso o mecatrónica, aunque las dos carreras son demasiado caras, incluso en el ITCA. No hay oportunidades. Quisiera regresar a mi casa, tener una estabilidad económica y estudiar”, relata la joven.

Foto EDH/ Oscar Iraheta

Mientras esté acá le voy ayudar con lo que pueda

Atrás del esfuerzo de Alexandra, está uno de los profesores del centro de estudios, quien al ver la situación de la estudiante, dice que es urgente “que las autoridades pongan a la disposición más programas para que los jóvenes tengan oportunidades de superación”.

“Nosotros como institución, hemos apoyado a esta joven, lo difícil es que ella quiere seguir estudiando y superándose, pero ya no tenemos cómo ayudarle. Da tristeza ver este tipo de situaciones”, sostiene el profesional.

Como alternativa de solución, él propone el regreso del programa de los círculos estudiantiles, donde muchos jóvenes se desarrollaban en muchos oficios y luego buscaban empleos.

“Ojalá el gobierno tomara cartas en el asunto y regresaran los círculos estudiantiles. Yo recuerdo que hace 30 años este programa nos daba alojamiento a los jóvenes del interior del país y así uno podía estudiar una carrera”, recuerda.

El director dice estar convencido de que el fenómeno de las pandillas es un factor fundamental en la deserción y es un problema que está haciendo mucho daño a los jóvenes.

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De acuerdo con datos del Ministerio de Educación (MINED), el año pasado, el total de alumnos que desertó en el país fue de 10 mil 072. La primera causa de la deserción fue el “cambio de domicilio”.

Sin embargo, para el secretario general del Sindicato de Maestras y Maestros de la Educación Rural, Urbana y Urbano-Marginal de El Salvador (Simeduco), Francisco Zelada, los datos reportados por el MINED, no son exactos; pues, según él, más 60 mil estudiantes desertaron y la primera causa es la “inseguridad”.

“El ministerio trata reflejar que la pandemia ha disminuido, pero no es así, la deserción escolar es grande, esto se debe a la amenaza de grupos pandilleros”, declaró Zelada.

El sindicalista explica que “todo el territorio nacional está infectado por las pandillas. El problema es serio. Por ejemplo, los estudiantes de una zona no pueden ir a estudiar a una escuela de otra zona, son amenazados y se cambian de lugar, para salvar sus vidas”, resume el dirigente del sindicato de maestros, en concordancia con el profesor que ha facilitado el asilo a Alexandra.

A Alexandra le queda poco de seguir en esa realidad, ahora lo que más le preocupa es qué hará al salir del instituto donde ha vivido en los últimos meses.

De enero a marzo 2018, el total de presuntas víctimas de amenazas o vulneración, de entre 15 a 17 años, ascendió a 3 mil 304 personas; el 65.01% fueron niñas y adolescentes mujeres y el 29.93% niños y adolescentes hombres, según cifras del Consejo Nacional de la Niñez y Adolescencia (CONNA).

* El Diario de Hoy omitió el nombre verdadero y la institución donde estudia la joven por motivos de privacidad y por su seguridad.

Foto EDH/ Oscar Iraheta