“Lo que Dios me ha dado tengo que compartirlo”, piensa Cecilia Maribel Flores, una salvadoreña que hace tres años estuvo a punto de morir y atribuye su salvación a un milagro del arzobispo Óscar Arnulfo Romero, quien fue asesinado en 1980 mientras oficiaba misa en San Salvador.

Romero fue declarado beato el 23 de mayo 2015 en una emotiva ceremonia en la capital de El Salvador y será proclamado santo el domingo 14 de octubre, para lo cual Cecilia –ahora completamente sana–, su marido y otros cinco mil peregrinos viajarán al Vaticano para estar presentes en la ceremonia. Con ellos también asistirá el cardenal salvadoreño Gregorio Rosa Chávez y el arzobispo capitalino José Luis Escobar Alas. Todos esperan saludar al papa Francisco.

“Nosotros sabemos que Romero es un Santo, un hombre de Dios, que como pastor defendió a sus ovejas, defendió a los pobres, a los más necesitados, a las víctimas”, dijo Cecilia a The Associated Press mientras visitaba la capilla de un pequeño hospital para cancerosos donde lo mataron.

Aunque hoy está recuperada de la enfermedad que casi la mata, en 2015 estuvo a punto de morir.

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Ella es la mujer, de 35 años, cuya recuperación de un síndrome que le dañó el hígado y un riñón se ha convertido en el milagro necesario en la Iglesia Católica para que el arzobispo mártir sea proclamado santo.

En aquel entonces los médicos le dijeron a su marido: “Si crees en Dios o si crees en algo, pedíle para que tu mujer se salve con un milagro”.

Tras escuchar estas palabras, Alejandro Rivas dio a su mujer por muerta. Poco después de que se le practicara una cesárea de emergencia, Cecilia fue diagnosticada con una infección potencialmente mortal y nadie pensó que podría salvarse, pero al parecer un milagro llegó.

Después del diagnóstico, Alejandro se fue desesperado a casa y se preguntaba qué podía hacer por su esposa. “Me habían dicho que ella se moría y yo tenía que resolver qué hacer; qué iba a pasar con ella y con mis hijos”.

Para entonces ya tenía a dos pequeños –Emiliano y Rebeca– y acababa de nacer Luis Carlos.

El hombre recuerda que aquel 28 de septiembre de 2015 llegó a su hogar “triste, desesperado, pero frente a mis hijos traté de mostrarme fuerte porque no podría decirles que su mamá se estaba muriendo”.

Preparativos para la santificación de Monseñor Romero en Roma. Foto EDH / Cortesía

Como fiel seguidor de Cristo, Alejandro buscó fuerza en su fe y recordó a su fallecida abuela Rebeca, que trató de inculcarle su devoción por monseñor Romero aunque él no se sentía convencido.

El hombre esperaba que le avisaran que su esposa había muerto, pero cuando sus hijos se durmieron, evocó a su abuela y le pidió ayuda. Asegura que luego buscó la vieja Biblia de la mujer y al abrirla encontró una estampa de Romero. “Mirá, mamita, lo voy hacer porque me imagino que quieres que haga esto”, pensó.

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Luego se arrodilló y casi en penumbras dijo: “Monseñor Romero, le pido que me escuche. Por el gran amor que le tuvo a El Salvador, por el gran amor que le tenía a la familia, por el gran amor que le tenía a las mujeres embarazadas, por el amor que le tuvo a la vida que hasta entregó la suya, le suplico que le pida a Dios que por misericordia mi mujer no muera esta noche”.

Agotado, el hombre se durmió y al despertar se dirigió al hospital. Para su sorpresa, Cecilia estaba viva.

Su condición no era nada favorable –seguía en coma, sufría de una hemorragia interna y sus riñones estaban casi colapsados– pero una de las enfermeras le explicó que había comenzado a mejorar entre las dos y dos y media de la mañana, cuando él dice haber pedido a Romero por su mujer.

“Me quedé helado, no entendía lo que estaba pasando. Ahora, hoy sí entiendo que es un milagro increíble”.

A los pocos días el cuerpo de Cecilia comenzó a desinflamarse y después salió del coma.

Romero, llamado también “la voz de los sin voz”, fue asesinado cuando en misa consagraba el vino en el altar, momento clave para el rito católico, por un francotirador. El día previo, en su homilía dominical, había implorado a los militares: “En nombre de Dios y de este sufrido pueblo les ruego, les suplico, les ordeno, en nombre de Dios, que cese la represión”.

Su muerte el 24 de marzo de 1980 fue la coronación de una rápida transformación personal que lo fue alejando de las élites y acercando a los pobres en un país donde los sectores dominantes trataron de aferrarse al poder a cualquier costo y la Guerra Fría se prolongó hasta entrados los 90.