Esclavismo sexual de niñas por pandilleros en la impunidad

En vecindarios donde las pandillas ejercen control territorial, muchas niñas o adolescentes sirven de mujeres a pandilleros de cualquier nivel. Policías, profesores, médicos, enfermeras y trabajadores de organismos que deben velar por los derechos de la niñez no ignoran quiénes son las niñas embarazadas por pandilleros o quiénes de ellas ya están criando... Pero casi nadie denuncia; cada cual tiene sus razones.

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Por Jorge Beltrán/Óscar Iraheta

2018-06-28 8:08:35

“Nunca pensé que me iba a pasar esto. Yo no me lo esperaba esto, porque yo siempre quise seguir estudiando, pero ya embarazada tuve que salirme de la escuela. Ya las cosas no son iguales. Mi vida cambió en todo sentido”. Ese es el relato de “Rosita Tres”. Le resulta imposible responder sin que el llanto aflore en su tierno rostro, al recordar cuando supo que estaba embarazada de un pandillero.

La adolescente, ahora de casi 18 años, con su niño de año y medio en brazos, estalla en llanto al contar su tragedia frente a sus padres, quienes la han apoyado en todo momento y en todo sentido. Durante los sábados, cuando la joven se va a estudiar, son ellos quienes cuidan al bebé.

“Rosita Tres” vivía en un cantón bajo control estricto de la clica Saylor Locos Salvatrucha, a pesar de estar cercano al casco urbano del municipio. Esa clica es una de las que mayor fuerza tiene en el departamento de San Miguel y parte de Morazán, según fuentes policiales. Hasta agosto de 2017, su cabecilla era Luis Alberto Aguirre Castillo, alias “Thunder”.

La adolescente recordó que en 2015 fue abordada en su centro escolar por un pandillero que comenzó a hablarle; al poco tiempo él la obligó para que tuvieran relaciones sexuales. Fue una sola vez. Y quedó embarazada.

 

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Cuando “Rosita Tres” les contó a sus padres que estaba embarazada y cómo había ocurrido, estos decidieron apoyarla pero le ordenaron que ya no continuara yendo a la escuela para evitar más contactos con el pandillero.

Aunado a eso, con el encierro de su hija, los padres quisieron menguar las críticas y burlas que hacían de ella.
Era la segunda ocasión que “Rosita Tres” sufría una violación sexual (según las leyes salvadoreñas, el acceso carnal con una menor de 18 años se considera una violación) de parte de un pandillero.

La primera había ocurrido cuando ella tenía 13 años recién cumplidos. El pandillero la sacó de su casa para abusarla.
La madre de “Rosita Tres” cuenta que acudió a la Fiscalía General de la República, a denunciar el caso, pero transcurrió un año y jamás hicieron nada por encarcelar al violador. Por el contrario, éste se burló de ella cuando, en una ocasión, lo capturaron pero al siguiente día ya había recuperado su libertad.

Esta vez, con el pandillero que la embarazó decidieron no denunciar y sufrir solas aquel calvario y sus consecuencias. “De nada sirve que uno denuncie porque más que se expone al peligro de que ellos nos maten. Al final no les hacen nada. Parece que les tienen miedo”, explicó la madre.

“No fue violación”
A no más de un kilómetro de la casa donde vivía “Rosita Tres”, vive “Rosita Cuatro”, otra adolescente que fue embarazada a los 15 años y que ahora está criando un hijo de otro pandillero. Las niños de “Rosita Tres” y “Rosita Cuatro” están casi de la misma edad. La diferencia es que ésta última asegura que no fue violada, sino que lo hizo con su consentimiento.

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Es evidente que “Rosita Cuatro” desconoce que la Ley de Protección Integral para la Niñez y Adolescencia (ISNA) establece que todo acto sexual con una menor de 18 años constituye una violación sexual. La joven no oculta que el padre de su niña es un pandillero activo.

Esta adolescente vive ahora con sus abuelos. Su madre prácticamente se desatendió de ella. Son unos tíos quienes la han criado y le continúan dando el estudio y quienes le cuidan al hijo mientras ella asiste a clases todas las mañanas.
Al final del tercer trimestre de 2016, “Rosita Cuatro” fue a inscribir a su hijo a la alcaldía de Chapeltique. Lo hizo ella sola, presentando su carnet de minoridad. El pandillero responsable no la acompañó.

Uno de los tíos aseguró que la nieta está advertida de que no debe mantener ningún tipo de comunicación con el pandillero que la embarazó. Hasta el momento, la adolescente ha cumplido.

A pesar de la tragedia que viven muchas niñas y adolescentes abusadas por miembros de pandillas en los municipios del “Triángulo delincuencial”, el único apoyo que reciben es el de sus familiares más cercanos; la lucha contra la violencia sexual hacia la mujer que instituciones del Estado y organismos u organizaciones nacionales e internacionales dicen abanderar parece que se queda en simple discurso en estas zonas empobrecidas.

Pareciera que ante la esclavitud sexual que sufren muchas niñas y adolescentes, el temor que infunden las pandillas hace que muchos empleados del Estado se queden de brazos cruzados.

¿La escuela no denuncia?
“Rosita Tres” y “Rosita Cuatro” salieron embarazadas el mismo año. Ambas asistían al mismo centro escolar en el municipio de Chapeltique y su minoría de edad era evidente. Cualquier profesor de ese centro escolar lo sabía. El dato de que ambas niñas estaban embarazadas se difundió entre los escolares.

Los maestros de la escuela pública a la que ambas asistían sabían también que ellas estaban embarazadas de pandilleros. Y sin embargo, ningún docente o el director hizo algo por denunciar o dar aviso a alguna autoridad sobre lo que ocurría con ambas niñas.

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Fuentes policiales y civiles calculan que de las 180 niñas que entre el 2016 y 2017 se convirtieron en madres, seis o siete de cada 10 fueron embarazadas por pandilleros de la Saylor Locos Salvatruchos (SLS).

Pero ese silencio no solo sucede en esa escuela. Existe en muchas, en casi todas. V.M., un maestro de uno de los tres municipios de San Miguel donde la MS ha convertido en madres a muchas niñas y adolescentes, se escuda en el temor: “Todos tenemos miedo. Esos pandilleros ( ‘Thunder’ y ‘Chiqui’) no se andaban con rodeos para matar a cualquiera. Si no pregúntele a cualquier persona de estos lados”.

El docente dice que no está dispuesto a arriesgar su vida por denunciar que una de sus alumnas está embarazada, y menos si el responsable del embarazo es un pandillero. “Con que no lo hacen los padres de las muchachitas, menos lo voy a hacer yo”, dice a manera de excusa.

Los maestros son el sector que menos denuncia casos de adolescentes embarazadas. V.M. dice que jamás ha escuchado que alguno de sus colegas haya denunciado algún caso. Es por el mismo temor, explica. “Nosotros estamos a merced de las pandillas, algunos tenemos que desplazarnos por lugares desolados donde solo Dios con uno y, si un pandillero se da cuenta de que uno ha hecho alguna anotación en el historial de una alumna, pues simplemente lo matan”.

El silencio del sistema de salud
Los promotores de Salud son el primer eslabón de toda una cadena de empleados del Ministerio de Salud que dan atención a niñas y adolescentes embarazadas. Es el promotor de salud quien visita a la paciente y la invita a ponerse en control prenatal en la clínica más cercana.

El promotor de Salud está asignado a una comunidad específica. Eso le permite enterarse de casos de niñas o adolescentes embarazadas por pandilleros. Sin embargo, hace tiempo que dejaron de reportar esos casos. No son pocos los promotores de Salud que antes de que él se entere que una niña está embarazada, el pandillero le sale al paso, se lo cuenta y lo amenaza con matarlo si dice algo.

Luego, en la unidad de Salud tampoco informa. Y deberían hacerlo. Por ley están obligados. Sin embargo, aunque sepan a ciencia cierta que a tal o cual niña la preñó un pandillero, no se atreven a decir absolutamente nada.

Incluso, al entrevistar a médicos de esos municipios, algunos dijeron que no tenían registros de que niñas menores de 15 años hubiesen salido embarazadas pero las inscripciones en los registros familiares de esas comunas los contradijeron claramente. Sí hubo niñas que a sus 14 años llegaron a inscribir a sus niños en el registro familiar del municipio.

El temor de los empleados del Ministerio de Salud no es infundado. Es un riesgo latente y real. El temor en los establecimientos de salud locales es grande, dice la doctora Blanca Romero de Santos, epidemióloga departamental de Salud de San Miguel.

Como en cualquier municipio, en cantones y caseríos de Moncagua, Chapeltique y Lolotique hay establecimientos públicos de salud, que son los que están en primera línea y los que primero tienen conocimiento de cuando una menor de edad está embarazada, porque es allí donde llega a ponerse en control prenatal.

Sin embargo, el silencio es total, a pesar de que la doctora dice que muchos de esos embarazos no son planificados sino productos de violaciones.

“Hay un temor grande en los establecimiento de Salud; en el personal de Salud en los pueblos. Ya han habido algunos problemas, por lo que el personal de Salud decide no decir nada”, afirma de Santos.

Y no es para menos. La doctora tiene conocimiento de casos en que los mismos pandilleros han llegado a amenazar al personal para que les muestren las anotaciones que hacen en los expedientes clínicos de niñas embarazadas con el fin de determinar si el médico, la enfermera o el promotor de Salud ha denunciado el caso.

“Ha habido casos en los que los pandilleros han llegado a que les entreguen los expedientes de la menor embarazada para asegurarse de que no han denunciado al pandillero. Cuando el niño es de un pandillero el expediente de salud no tiene muchas anotaciones pero, en el pueblo, se sabe quiénes son los hijos del mero mandamás (cabecilla)”, manifestó la funcionaria.

Sin embargo, de Santos explica que ahora se está retomando por otra vía para hacer notificaciones al Conna (Consejo Nacional para la Niñez y la Adolescencia). Las denuncias se hacen desde las oficinas regionales o departamentales. Son los coordinadores del Sibasi (Sistema Básico de Salud Integral), quienes hacen la denuncia al Conna.

“Nosotros valoramos mucho la integridad física de nuestro personal”, dice de Santos, agregando que, por temor a las pandillas, hay lugares donde no entran porque se arriesgan a salir hasta sin ropa.