El lustrador motorizado de políticos y diputados

Rafael conoce muchas cosas que abiertamente no se hablan en la Asamblea. Cuando trabaja escucha pláticas que a veces son secretos a voces.

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Rafael llega en su moto a la Asamblea Legislativa para trabajar como lustrabotas.

Por Eugenia Velásquez

2017-06-12 7:00:13

Cualquiera podría pensar que el oficio de lustrar zapatos no es divertido, pero para Rafael Agreda más que una forma de ganarse el pan diario, es hacer realidad sus sueños, hasta los más escondidos.

En la Asamblea Legislativa todo mundo lo conoce, no sólo por tener libre acceso a todos los rincones del edificio legislativo. Es por su peculiar trato, su forma de vestir y su clásica moto al estilo Harley-Davidson.

“No se crean, es marca ‘chinita'”, dice Rafael, quien la adquirió a un precio módico en 2011, tras rescatarla del abandono en que la tenían. Asegura que para “todo motociclista, el mayor alucín es andar una Harley”.

 

Poco a poco le fue haciendo sus “arreglitos” y los ajustes al gusto de este lustrador de botas que mira a su moto como a su trabajo y su mejor amiga, al compás del viento, de frente con su casco, su “cajita de lustre” y su atuendo al estilo “rebelde”.

“La tenían aventada, gracias a Dios la llevé a un taller, la empecé a reparar, tiene sus detallitos, pero allí anda para arriba y para abajo”, relata este hombre de mediana estatura, casi un sexagenario pero con el brillo y el optimismo de un joven de veinte.

Lo que comenzó como una especie de vagancia, se fue apoderando de Rafael hasta que “accidentalmente se hizo rebelde” en un sitio en donde tiene que mirar casi de rodillas a diputados, y también lo ha hecho con expresidentes y personajes famosos que le han estrechado su mano y hasta ha recibido abrazos.

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Los nombres de esos famosos no los puede recordar, pero abriga en su corazón los cálidos momentos que le han hecho pasar, las estrechadas de mano que ha recibido sin importarles que él sea un simple lustra botas.

Y es que Rafael marca la diferencia entre él y los políticos. “Soy un famoso, pero no rico”, expresa sonriente este hombre que también hace chiste de su cabello largo amarrado con una cola y su cachucha para disimular que pronto será calvo.

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Como todos los días, desde hace más de una década Rafael acostumbra a llegar a la Asamblea, un sitio en donde no necesita presentar credencial, ya que todo mundo lo conoce. “Sólo poner la huella digital en el marcardor me hace falta”, relata en son de chiste.

Él conoce muchas cosas que abiertamente no se hablan en la Asamblea. Cuando trabaja escucha pláticas que a veces son secretos a voces.

Rafael se ha convertido en un lustrador de la vida y un rebelde pero con causa.