Jóvenes torturados por soldados no eran pandilleros, según la Policía

Ocho miembros de la Fuerza Armada fueron hallados culpables de retener y torturar a dos habitantes de Ahuachapán.

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Por Diana Escalante

2017-05-03 9:04:29

A las 9:00 de la noche del 3 de junio de 2016, la madre de Héctor Orlando C. de 17 años, acudió al puesto policial de Apaneca, Ahuachapán, a denunciar que, minutos antes, varios hombres vestidos con ropa militar y con los rostros cubiertos con gorros se llevaron a su hijo en el pick up doble cabina, placas 252049.

Según el acta policial, los sujetos se introdujeron violentamente a la casa de la víctima, en la colonia San Jorge, y se la llevaron por la fuerza sin decirle hacia dónde.

Los policías redactaron el informe y cuando se iban a salir en busca del adolescente recibieron una llamada telefónica donde los alertaban de que Ángel Rodríguez Lucha (vecino de Héctor Orlando) también había sido privado de libertad en iguales circunstancias, casi a la misma hora.

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Fue alrededor de la 1:00 de la madrugada que localizaron a los jóvenes y a los ocho soldados, cerca del desvío El Rosario, en Jujutla, Ahuachapán.

En la cabina del vehículo estaba Ángel Edgardo y en la cama Héctor Orlando. Cuando un agente se acercó, el sargento de la Fuerza Armada Miguel Ángel Escobar se bajó del pick up y le dijo que los llevaban detenidos porque presuntamente, 15 días antes, habían asaltado al coronel Federico Reyes Girón, en una casa de campo de Apaneca.

El delegado de la Policía les dijo que se fueran a la sede policial hasta esclarecer los hechos. Más tarde, los militares, quienes no portaban sus documentos de identidad, fueron detenidos.

Mientras que a los jóvenes, al no estar perfilados como pandilleros ni tener antecedentes delictivos en los registros de la corporación, se les permitió marcharse.

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En el expediente judicial consta que antes de que la Policía hallara a los jóvenes junto con los soldados estos le habían vendado los ojos a Rodríguez y lo habían esposado.

Luego lo lanzaron al suelo, le pegaban en el estómago con el fusil y simultáneamente lo obligaban a tomar una gran cantidad de agua (hasta hacerlo vomitar) para que admitiera que él había robado el arma del coronel y que se las devolviera.

Con el mismo fin, a Héctor Orlando lo ataron de las extremidades y le cubrieron el rostro con su camisa. Después, un soldado se le sentó en el pecho mientras que sus colegas lo obligaban a beber agua, hasta causarle problemas para respirar.

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En contraste, la versión de los militares es que esa noche estaba haciendo un patrullaje de rutina en la calle al cantón Shucutitán, en Concepción de Ataco, cuando una persona (Reyes Girón) se les acercó a decirles que en un sector cercano estaban dos hombres que se habían metido a su propiedad y lo habían despojado a él y a su esposa de un arma de fuego, 600 dólares y otras pertenencias.

Fue entonces que, según los militares, abordaron a los “pandilleros”, quienes admitieron haber cometido el robo y les aseguraron que tenían otras armas obtenidas en hechos similares. Estas las tenían ocultas en un lugar seguro, al que estaban dispuestos a llevarlos para entregárselas. Hacia ahí se dirigían cuando fueron interceptados por la Policía.

La PNC tiene registros de denuncias presentadas por las víctimas de los soldados, quienes aseguran tener miedo y sentirse acosados porque a lo largo del proceso judicial recibieron ofrecimientos de dinero a cambio de que desistieran de la acusación y no se presentaran a las diligencias.
Como se negaron, personas extrañas estuvieron merodeando sus casas y recibieron amenazas de muerte ellos y sus familiares.