Parafraseando al cuentista Augusto “Tito” Monterroso, cuando El Salvador despertó, 200 años después, la tiranía todavía estaba ahí.
Esta vez sin corona, cetro o trono, pero con el afán de tener los privilegios y prebendas de los antiguos reyes que suponían estar encima del bien y el mal, y cuyo poder venía directamente de los cielos.
Este 15 de septiembre, la ironía en El Salvador no podría ser mayor.
Mientras las fachadas de los edificios públicos se visten de azul y blanco, los funcionarios repiten consignas patrioteras y en las calles se venden pequeñas banderitas plásticas, un gobierno pretende devolvernos a ese antiguo régimen de arbitrariedades y violencia donde se considerar a los salvadoreños súbditos del capricho de un monarca sin corona.
Con una policía sumisa a sus caprichos, una consolidación de todas las instituciones en torno a su figura, un desafío completo a la legalidad y un ánimo de permanecer en el poder más allá de lo que la Constitución permite, el presidente abandona su traje democrático y demuestra quién realmente es: un aprendiz de Emperador.
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Nada más alejado del ideal republicano, liberal y democrático que El Salvador pretende celebrar septiembre a septiembre.
Al tiempo que la nueva élite coloca listones patrióticos en sus solapas, está participando del asesinato de una República, esa que costó sangre, sudor y lágrimas construir.
Y mientras capturan las instituciones que vigilan el uso mesurado de los recursos y avalan un asalto al erario de sus correligionarios, proclaman sin empacho su “pureza”.
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Pero si algo ha demostrado la historia de El Salvador es que a pesar de las debacles, sus ciudadanos nunca han abandonado el ideal de construir una sociedad justa, libre y democrática, alejada de los cantos de sirena de peligroso caudillos.
En medio de dictaduras, atropellos, violencia y sufrimiento, El Salvador ha demostrado valentía, determinación y resiliencia. El presente descansa sobre los hombros de generaciones de hombres y mujeres luchadores.
Es tiempo de que esta generación haga honor a esta lucha y le recuerde a quien gobierna, y a su séquito, que por 200 años El Salvador es un país “de leyes, no de reyes”.