1776: Año del primer Brexit

“Sostenemos como certeza manifiesta que todos los hombres son creados iguales, que son regalados por su Creador con ciertos derechos inalienables, y que, entre estos están, la Vida, la Libertad y la Búsqueda de la Felicidad …” La Declaración de Independencia, 1776.

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La batalla de Chesapeake en 1781, entre las flotas inglesas y francesas.

/ Foto Por Archivo

Por Katherine Miller

2016-08-06 7:00:00

Así fundamentaron los súbditos británicos de las trece provincias de Gran Bretaña, en la costa de América del Norte, su Declaración de Independencia en 1776 a finales del conocido Siglo de la Razón.  

La parte de la población de las provincias británicas que presentó su Declaración de Independencia, manifestó que estaban tomando las armas para ganar su “felicidad”. Sin embargo, hay que decir que en el documento, escrito por Tomás Jefferson, un hombre de educación clásica, se menciona “felicidad” en el sentido de eudaemonia, una palabra prestada de Aristóteles que hace referencia más a “la prosperidad y la plenitud humana” que a un estado emocional momentáneo.

Los líderes ideológicos de este movimiento de independencia eran empresarios rebeldes e intelectuales empapados en la tradición clásica de Grecia y Roma como George Washington, John Hancock, James Madison y otros, quienes representaban los intereses de, más o menos, la tercera parte de la población de las provincias de Gran Bretaña en América del Norte.  Este liderazgo estaba influido por su educación clásica y sustentado, según ellos, en la garantía de libertad contra el poder arbitrario que se alcanzó durante la Revolución Gloriosa de Inglaterra en 1688.

 Otra tercera parte de la población estaba compuesta por aquellos “leales” (loyalists) al rey Jorge III, monarca de Gran Bretaña, quienes tuvieron que huir a las colonias británicas del Caribe o a Londres porque el conflicto ya tenía características de guerra civil.

La última tercera parte de la población trataba de sobrevivir sin tomar bando alguno en la disputa.      

Los independentistas no tenían ejército pero Gran Bretaña sí, uno de los más fuertes con un navío de los más imponentes del mundo.  En 1667 los ingleses habían ganado la última de las tres guerras anglo-holandesas para imponer sobre Holanda su supremacía en el comercio y el dominio de las vías marítimas y por lo tanto de los mares en el Mundo Atlántico.

En este contexto el Parlamento en Londres, en 1754, envió su ejército al continente para defender sus posesiones contra los franceses y las naciones de indios. En 1763 Gran Bretaña tomó bajo su control todo el territorio francés al este del río Mississippi al ganar la Guerra de los Franceses e Indios.  La competencia por el comercio y las vías marítimas entre la Gran Bretaña del rey Jorge III, y la Francia, del rey Luis XVI, era un conflicto de baja intensidad pero interminable.

Ahora, trece años más tarde, en 1776, el ejército británico atacó fuertemente a los independentistas de sus provincias en América del Norte en una guerra que se configuró como un evento internacional, incluyendo en las hostilidades, no solo a los británicos de las trece colonias, sino a sus enemigos: los franceses, las naciones indias, los alemanes y los (esclavos) africanos. El poder militar inglés era lo más formidable.  

Regresando a las razones por las que una parte de la población inglesa presentó al mundo su Declaración de Independencia, encontramos su negación a cumplir con la demanda de Londres de pagar por su propia defensa después de la Guerra de los Franceses e Indios. El Parlamento inglés, como ya sabemos, impuso impuestos pesados sobre los que ahora se denominaban “americanos” como una medida para recuperar el erario de Londres, en bancarrota después de los gastos generados por esta última guerra. 

Algunos de los habitantes de las provincias británicas se negaron a pagar los impuestos que, entre muchos otros, incluían el Acto del Azúcar, el Acto de las Estampillas y los impuestos sobre el té que Gran Bretaña enviaba a las provincias británicas, así como la prohibición de que los americanos pudieran adquirirlo de otro país.

Los motivos bélicos de la situación en 1776 fueron sobre determinados para ambos bandos.  Pero entre ellos, se encontraban el punto de contención eterna: el comercio marítimo. Hay que tomar nota de que los empresarios ingleses en Londres extendieron a sus pares americanos líneas de créditos fáciles cuando ellos estaban presionados por los impuestos, en un afán por calmar la tensión derivada de la situación.  Sin embargo, tiempo después, cuando estaba claro que los americanos no iban a pagar los impuestos argumentando que no tenían representación con voz y voto en el Parlamento: “Ningún impuesto sin representación”, los empresarios de Londres exigieron el pago inmediato de las enormes deudas contratadas por los americanos bajo la modalidad de créditos blandos.

En este punto permítanme introducir un concepto prestado de las obras clásicas que ambas facciones leyeron detenidamente.  Aquí vale la pena recordar que Edmund Burke declaró, ante el Parlamento, que los americanos en las trece colonias compraron más libros que toda Inglaterra.  

El concepto es  prophasis , una palabra en griego utilizada por Tucídides, general militar e historiador clásico de hace más de 2 000 años en su Historia de la Guerra del Peloponeso, una guerra civil entre Atenas y Esparta por las vías marítimas ocurrida en el siglo V a. C. Prophasis significa el disfraz falso con que se viste la verdadera razón para participar en una hostilidad: una falsedad diplomática, si se quiere.  No debe sorprendernos que el prohasis es hasta el día de hoy una figura usada en la diplomacia internacional.

En 1776, ambas partes ocuparon la estrategia de prophasis, disfrazando sus verdaderos motivos con el concepto de libertad. Por un lado, los americanos querían liberarse del poder marítimo de Londres para gozar del libre comercio en los mares y de paso no pagar los impuestos, ni sus enormes deudas; y por otro, los franceses les ofrecieron la ayuda de su fuerte ejército y navío, bajo el mando del marqués de Lafayette, por su enorme enemistad con Gran Bretaña y su deseo de disminuir su poderío marítimo. El prophasis ofrecido aquí es que los franceses admiraron a los americanos en su guerra por la libertad, una causa válida, pero de fondo tenían otra razón: la búsqueda del dominio comercial del Mundo Atlántico. 

Se sabe que, sin la ayuda naval de los franceses, los americanos no hubieran podido ganar la guerra.  Un solo ejemplo es suficiente para ilustrar este punto: la batalla de Chesapeake en 1781, crucial y estratégica para la victoria, implicó el enfrenamiento entre el navío francés, en apoyo a la causa de los americanos y el navío británico.

Con todos los prophasis ofrecidos, los líderes empresarios intelectuales antes mencionados, quienes formaban la resistencia contra el control comercial de Gran Bretaña, establecieron alianzas estratégicas con los enemigos de los ingleses porque no podían ganar la guerra por sí solos.  Necesitaban la ayuda militar ofrecida en esta compleja batalla internacional por el comercio. Todos habían leído la historia griega militar y política de Tucídides y otros sobre alianzas estratégicas y el uso de ideas como prophasis.

Los americanos, que reconocían su propia debilidad, establecieron alianzas para derrotar a los británicos y abrir el camino para el primer Brexit, al mejor estilo de las ideas clásicas de Tucídides.  La moraleja es que no se puede escribir la historia sin incluir la historia del comercio desde los griegos y el papel que jugaron los empresarios en este contexto.
FIN