Corren las 7:00 de la noche. Marcos va con Ernesto, su hermano menor de 15 años, en el bus de la 2 C. Se bajan en Mejicanos, cerca del mercado Central, donde esperarán otra ruta que los llevará hacia su casa, en Ciudad Delgado.
En esa parada cinco sujetos, quienes se presentan como pandilleros, los interceptan y comienzan a preguntarles de dónde son y hacia dónde se dirigen.
Los hermanos no responden y los hombres intentan meterlos a una colonia cercana. Marcos se opone. Los delincuentes les piden a los dos la billetera, el dinero y el celular. Ernesto, que acaba de salir de clases, ha guardado el teléfono en su mochila y está renuente a darle las cosas, ante lo cual ellos intentan secuestrarlo.
– No, ¿cómo te lo vas a llevar?- les sentencia su hermano.
– Danos el bolsón, pues- sugiere uno de los sujetos dirigiéndose a Ernesto, mientras los otros muestran unos cuchillos.
Marcos cuenta que las personas pasaban y nadie hacía nada, porque “ya saben que no se puede ayudar”.
Después de despojarlos de todas sus cosas, una señora que ha observado la escena se acerca a ellos y les regala un dólar para que regresen a su casa.
Ernesto ha perdido todos los libros que su madre le compró para todo el año escolar.
“La delincuencia cada vez está aumentado más y la Policía no puede hacer nada”, concluyó Marcos de manera conformista.
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