Carta de una enfermera: “Camino por la calle con mi ropa, con mi pelo y con mi piel impregnada de coronavirus”

El testimonio cuenta cómo los síntomas aparecen y desaparecen de su cuerpo, al principio fue diagnosticada con una alergia en las vías respiratorias.

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Foto AFP de referencia

Por N. Hernández / Agencias

2020-05-25 7:21:44

Rosario Paguillo Cañestro tiene 37 años y vive en Sevilla, ella trabaja como enfermera y dio positivo a la prueba de COVID -19. Su testimonio fue publicado por ABC y narra cómo sufrió cada uno de los síntomas y el miedo a contagiar a sus padres,quienes tienen enfermedades bases que los hacen más susceptibles al virus.

“Lo único peor de pensar que te puedes estar muriendo de coronavirus, es pensar que tus padres puedan estar muriéndose de coronavirus”, escribió la enfermera.

Relató que el 18 de marzo llamó a Salud y explicó que era asmática y tenía entre tres o cuatro días de tener mucha tos y sensación de ahogo. Además, había perdido el gusto y el olfato, también llevaba toda la tarde con fiebre de 37.8 grados.

“No te preocupes, dijo la doctora, si no has estado en contacto con posibles Covid y la fiebre no supera los 38.5 grados no hay riesgos, pero para prevenir debes quedarte en casa 14 días”, le dijo la enfermera que contestó el teléfono.

Rosario extendió su cuarentena durante 20 días, los síntomas persistían y en lo único que pensaba era en sus padres.

“Debido a mi situación familiar, pues soy hija única de padres mayores y enfermos (83 y 74 años) que viven solos, ambos operados de corazón, bastante dependientes y delicados de salud, tuve que coger el coche y trasladarme a mi pueblo natal, a unos 20 kilómetros, para hacerles la compra y recados y ayudarlos en el hogar. Días después vino mi positivo en Covid-19“, relata.

Asegura que 24 horas antes de la confirmación tuvo un fuerte cuadro de disnea y tos: “Me costó llegar porque el hecho de llevar la mascarilla me dificultaba muchísimo respirar y me sentía muy débil. Para ese día, 13 de abril, los síntomas que venía padeciendo desde hace un mes y que habían minimizado habían empeorado y la dificultad para respirar era cada vez más intensa”, dijo.

Otro de los síntomas es que le empezaron a salir heridas en las manos, seguía sin recuperar el gusto y el olfato. En ese periodo, solo la habían medicado contra el asma y alergias respiratorias, que era el diagnostico dado al principio. Sin embargo, después de los resultados y fue llevada a consulta el protocolo por COVID -19 se activó.

“El calvario de pensar que ahora el bicho que estaba alojado en mi cuerpo podía además estar viviendo en casa de mis padres o ya en el cuerpo de alguno de ellos”, temió.

“Esta historia podría contarse de dos formas, una de manera triste y de otra menos triste. Yo prefiero elegir la opción de endulzarla, como lo hacen en las películas o en las obras románticas de Gustavo Adolfo Bécquer. En el cuento de mi vida pasaron los días y mis padres no han presentado síntomas de coronavirus a pesar de sus patologías graves, simplemente mi padre ha entrado en un bucle depresivo que lo ha hundido profundamente. La depresión no es un efecto colateral de tener una hija contagiada de coronavirus, simplemente la consecuencia de pensar que tu única hija puede estar muriéndose de coronavirus sola en su casa, por lo tanto esto y el miedo ahora se han convertido en su estado natural. Nos queda el consuelo de que podría haber sido peor debido a la una mala gestión en mi primer diagnóstico”, agregó.

Manifestó que después de tener su prueba positiva, el 14 de abril, empezó toda una odisea porque los síntomas son intermitentes y empeoran o mejoran según el momento o el día y también aparecen nuevos síntomas.

“Camino por la calle con mi ropa, con mi pelo y con mi piel impregnada de coronavirus, sintiéndome una delincuente y ahogándome, porque no hay ambulancias que me trasladen, ni sanitarios disponibles que vengan a casa a ayudarte, y miro todo esto con los ojos rotos de llorar porque me siento una auténtica bomba nuclear a quien después de 60 días tienen secuestrada en su hogar de 25 metros cuadrados porque no hay un test que indique si ya soy negativo en Covid-19, pero en cambio sin él no puedo obtener mi libertad”, dijo.

La enfermera aseguró que lo peor de todo es “que te sientes apestada” y que debe de recibir la atención a distancia porque los médicos se quedan en la puerta para brindarle atención.

“Te miran y entonces diagnostican lo que sea, como me ocurrió el 18 de abril, cuando las piernas se me hincharon, se me llenaron de puntos rojos, las venas parecían reventar y el escozor y las punzadas eran insoportables. Ese día, en el hospital Infanta Luisa de Triana, tuve que soportar que me llamaran la atención por el tipo de mascarilla que llevaba, la “mejor” y más cara que había comprado en la farmacia de mi barrio. No me ofrecieron una mascarilla “de las buenas” y me mandaron de vuelta a casa con el diagnóstico de una reacción alérgica. Horas después me puse en contacto con Salud Responde, desde donde me mandaron de urgencias al Virgen Macarena y allí me diagnosticaron algo así como una isquemia circulatoria provocada por el virus”, dijo.

Aseguró que está esperando que se le repita la PCR para saber cómo ha evolucionado el virus y salir de la autocuarentena que se impuso. La preocupación no es solo por ella, sino por las personas que se cruzan en su camino, las personas que la atienden porque siempre que tiene consulta camina al hospital.

“En definitiva, mientras escribo mi cuento, en el que hay un lobo que quiere comerse a la gente pero nadie le da caza, y aunque mis miedos no hayan desaparecido y la historia siga teniendo páginas en blanco, el lobo y yo ya hemos hecho las paces”, concluyó.

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