El asesinato que encendió la rebelión en Estados Unidos

La brutalidad policial es la piedra en el zapato de las sociedades democráticas que se presumían estables y garantes de justicia e igualdad. La muerte de George Floyd ha provocado el último episodio de rebelión.

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George Floyd es ahora más que una víctima. Se ha vuelto un símbolo de la lucha contra el racismo y la brutalidad policial en el mundo. Fotos EDH / AFP

Por Ricardo Avelar

2020-06-07 4:30:15

“No puedo respirar”. Eso gritó el afroamericano George Floyd, poco después de convertirse en una de las últimas víctimas de la brutalidad policial en los Estados Unidos.

Esas tres palabras, sin embargo, ahora significan mucho más en ese país. Más que el grito de ayuda de Floyd, más que lo que en 2014 dijo Eric Garner, mientras un policía lo ahorcaba. Estas palabras son ahora un grito de batalla de una comunidad que por décadas ha denunciado que en ese país, el racismo sigue vivo, que siguen siendo los primeros en considerarse sospechosos y a quienes la justicia llega con más fuerza y vigor, a menudo con considerable exceso.

La muerte de George Floyd no solo ha desencadenado algunas de las protestas más fuertes que Estados Unidos ha visto en los últimos años. También activó movimientos similares en diferentes países del mundo.

Al final, con su “no puedo respirar” Floyd llevó al mundo a verse en un incómodo espejo en el que la “igualdad” es una lejana aspiración, al menos para las minorías étnicas, las personas marginadas y comunidades como la LGBT+.

En las calles, parece resonar la frase célebre del expresidente argentino, Raúl Alfonsín, quien en 1983 advirtió que “la bandera de la libertad sola no sirve. ¡Es mentira, no existe la libertad sin justicia!”

La aspiración de las democracias occidentales de considerarse democracias liberales con pleno respeto a las libertades fundamentales de la ciudadanía se ha topado con la dura pared de una realidad un tanto más áspera: hay, aún, quienes son más vulnerables no solo a la estigmatización, sino a ser crónicas víctimas de la bota de la autoridad.

Como George Floyd. Como Eric Garner. Como los más de 240 afroamericanos que murieron a manos de cuerpos policiales en Estados Unidos solo en 2019. Y es que pese a ser solo el 13% de la población estadounidense, representan el 24% de las muertes a manos de policías, según el observatorio Mapping Police Violence (Mapeando la violencia policial).

En 2015, esta organización mostró cifras estremecedoras. Afroamericanos sin armas murieron cinco veces más a manos policiales que blancos sin armas, y casi tres veces más que los hispanos.

Uno de cada tres negros abatidos por agentes no tenía armas, cifra que podría aumentar si se considera el subregistro de víctimas. Y de los 104 casos que se registraron ese año, solo 13 resultaron en procesos judiciales para los efectivos responsables. De estos, 4 casos se cayeron, 4 no han llegado a etapa de sentencia y en solo 5 ha habido condenas. Ninguna de estas fue de más de cuatro años en prisión y no todos los agentes involucrados en estos cinco casos terminó tras las rejas.

La muerte de Floyd es, entonces, “una raya más” de un tigre desgarrador, de un fenómeno que de cuando en cuando sacude las mismas bases de una democracia que se precia de basarse en el respeto irrestricto de las libertades fundamentales consagradas tras siglos de ilustración, para luego enfrentarse a estos episodios.

Ardieron las ciudades

Más de una semana después del asesinato de George Floyd, los cuatro agentes responsables están bajo custodia policial y se han presentado cargos de homicidio en su contra. Derek Chauvin, el agente cuya rodilla se ve en el cuello del ahora fallecido en la infame foto que dio la vuelta al mundo, es quien ha sido acusado con mayor severidad, ha sido separado definitivamente del cuerpo policial y cuya esposa incluso ha anunciado que solicitará el divorcio.

Según explicaron cadenas noticiosas en Estados Unidos, Chauvin fue acusado de homicidio en segundo grado, es decir con el agravante de que sabía en todo momento que su agresión (la presión con rodilla al cuello sobre el pavimento) era potencialmente letal y actuó plenamente consciente.

Los otros tres agentes -Thomas Lane, J. A. Keung y Tou Thao- fueron acusados de asistir al homicidio. Los primeros dos sostuvieron el resto del cuerpo de Floyd mientras era sometido por Chauvin. Thao, por su parte, presenció todo. Sin intervenir.

Este episodio de brutalidad volvió a encender la llamada del movimiento de Black Lives Matter (en castellano, Las vidas negras importan), que desde la década pasada ha protestado con mucha dureza estos casos de brutalidad policial mucho más comunes hacia afroamericanos.

El mundo entero ha sido testigo de las impactantes imágenes de estaciones policiales en llamas en Minneapolis (ciudad donde se produjo el asesinato), pero también las multitudinarias protestas -algunas pacíficas, algunas violentas- en diferentes ciudades de Estados Unidos donde también es visible la brutalidad policial.

A estas protestas se sumaron también miles de ciudadanos europeos, conscientes de que el pecado de la injusticia, la violencia desbocada y el racismo no es exclusivo del hemisferio occidental. En París, la gendarmería vivió tensión cuando 20,000 protestaron estos hechos violentos. En Londres, la policía metropolitana mostró solidaridad a los 15,000 manifestantes, pero los cuerpos nacionales sí se enfrentaron tanto a los que protagonizaron disturbios en el exterior de la residencia del primer ministro, Boris Johnson, como a los que pretendieron vandalizar Whitehall, la calle que alberga los principales ministerios.

Es falso, sin embargo, que todas estas protestas hayan generado tensión. En su mayoría, son integradas por ciudadanos pacíficos pero hartos de patrones de violencia que, como se ha dicho, golpean a algunos más que a otros. En Londres, el emblemático Hyde Park fue testigo de una sociedad que fue solidaria con la estadounidense, pero que también reconoce sus problemas.

Pero las escenas que más recientemente dieron la vuelta al mundo son las de Washington DC. Escenas de drones o grabadas de helicópteros dieron cuenta de incendios dispersos, al tiempo que cientos intentaban derribar las barricadas provisionales en torno a la Casa Blanca. Su huésped, el presidente Donald Trump, ha recibido acusaciones que van desde no hacer lo suficiente para detener el racismo, hasta de simpatizar con este.

En vista de esta violencia, en más de una ocasión Trump debió refugiarse en un búnker y las luces de la Casa Blanca se apagaron por completo por primera vez desde 1889.

Y sí, puede que las protestas sean representaciones de los sucesos recientes, pero el mensaje parece haber sido que hoy, más que nunca, estos patrones de violencia dejarán de ser tolerados y serán respondidos con protestas pacíficas, solidaridad internacional e incluso, como han hecho miles, rebelión.

Esto será imposible de ignorar por líderes globales que empiezan a ver en el antirracismo un ímpetu parecido al que siglo tras siglo ha llevado a la humanidad a sus más significativos cambios en su lucha por la libertad, la justicia y el conminar a quienes ejercen el poder a límites y controles.