¿Qué se sabe sobre los “pacientes covid a largo plazo”? Testimonios de quienes aún sufren efectos del coronavirus

Se han identificado por lo menos 19 síntomas y hasta 1 de cada 10 pacientes presenta alguno de ellos después de 30 días, según estudios. Estos son los agónicos meses que atraviesan varias de esas personas.

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En esta foto tomada el 27 de abril de 2020, una enfermera mira a un paciente infectado con COVID-19 en la unidad posterior COVID-19 del Hospital Lariboisiere AP-HP (Asistencia Pública - Hopitaux de Paris) en París. Foto/AFP

Por AFP/ L. Alas

2020-07-12 2:06:51

Scott Krakower, un psiquiatra infantil de un hospital de Nueva York, fue diagnosticado con COVID-19 a mediados de abril, pero tres meses después aún hay días que siente fatiga extrema, se queda sin aliento o sufre una ronquera que casi no le permite hablar.

Este médico neoyorquino de 40 años es parte de una ola de pacientes a los que se denomina en inglés “long-haulers” (de largo plazo), cuyos períodos de recuperación se extienden más allá de las cerca de dos semanas que les lleva en promedio a los pacientes recuperados.

Krakower dijo a la AFP que algunos días duda de sí mismo y se pregunta si no debería estar otra vez en el trabajo, si los síntomas que atraviesa son reales, hasta que, por ejemplo, sale a caminar y por su voz en el teléfono su esposa o sus padres pueden sentir que está jadeando.

Este fenómeno se atribuye a una enfermedad posviral de la que aún se sabe muy poco pero que cada vez es más reportada por pacientes, que comparten sus experiencias en foros como el Grupo de Apoyo Covid Largo, en Facebook, que cuenta con más de 5,000 miembros.

Se han identificado 19 síntomas y hasta 1 de cada 10 pacientes presenta, al menos, alguno de ellos después de 30 días.

Según un estudio de 143 pacientes italianos dados de alta del hospital, publicado el pasado jueves en la revista médica Jama Network, el 87% sufría, por lo menos, de un síntoma 60 días después del inicio de la enfermedad.

Otro estudio, publicado hace unos días por la Agencia de Salud Pública de Estados Unidos, mostró que, de 350 personas entrevistadas dos o tres semanas después de haber dado positivo, aproximadamente el 60% de los pacientes hospitalizados y un tercio de los pacientes a domicilio no estaban curados.

En el metro de Medellín, Colombia, las personas usan mascarillas y deben ubicarse en las marcas especiales como práctica de distanciamiento físico para prevenir la propagación del COVID-19. Foto/ AFP

Esto es lo que se documenta en algunos testimonios como en el caso del doctor Krakower.

“Justo cuando pienso que estoy en una buena racha y tengo tres o cuatros días buenos, tengo tres o cuatro horas en las que otra vez no puedo hablar o mi ganglio linfático empieza a inflamarse en el lado derecho de mi cuello”, relata  Krakower en una entrevista por videollamada desde casa en Long Island.

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Krakower trabajaba como jefe de unidad en el departamento de psiquiatría del Zucker Hillside Hospital, en Queens, que es donde sospecha que se contagió durante la epidemia en Nueva York.

Primero perdió el olfato y el gusto —“todo sabía a goma”, recuerda–, luego una molesta tos que le impedía hasta teletrabajar, hasta que perdió la voz completamente.

Unas tres semanas y media después, además de escalofríos y fiebre alta, comenzó a toser con tanta violencia que escupía sangre. Ya no podía tragar y su voz se volvió aguda. Terminó en una sala de emergencia.

Fase posviral 
“La hinchazón (de la laringe) que experimentaba era por una inflamación posviral que ocurrió semanas después del virus”, explicó el médico Robert Glatter, quien trató a Karkower.

Por precaución, Krakower se aisló de su esposa y sus hijos durante cinco semanas, que fueron especialmente difíciles para la familia.

Su hija Hazel, de dos años, y Evan, su hijo, que en ese entonces tenía apenas cuatro meses, lo veían solo a través de videollamadas, que Krakower utilizaba para “unirse” a sus seres queridos a la hora de la cena o para leerles cuentos antes de dormir.

“Realmente no quería que nadie atravesara lo que yo atravesé”, dijo, y agregó que todavía lo deja sensible pensar sobre su cuarentena. Después de dos exámenes de coronavirus negativos, abandonó el confinamiento.

Según Glatter, la fatiga que manifiesta Krakower es similar a la que ha sido documentada en otras enfermedades que causan síndrome de fatiga crónica.

Similar condiciones a las de su colega estadoundense revela Jenny Judge, una psiquiatra en Londres, para quien todo comenzó en marzo, con fiebre, tos, dolores de cabeza y dificultad para respirar.

Un trabajador de salud camina afuera de un hospital en el que atienden pacientes con coronavirus, en New York. Foto AFP

A estos síntomas “clásicos” se fueron añadiendo palpitaciones cardíacas, erupciones cutáneas con sensación de quemazón, alucinaciones auditivas y “dedos del pie covid” con lesiones y picor.

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Los grupos de apoyo reúnen a miles de personas en las redes sociales y han surgido palabras clave sobre COVID-19 en varios idiomas.

Muchos dicen que tienen dificultades para ser escuchados por el cuerpo médico, especialmente los que se enfermaron al inicio de la epidemia, cuando se realizaron pocas pruebas y que, por lo tanto, no tienen cómo probar su infección.

Incluso como médico, Jenny Judge confiesa haber enfrentado escepticismo en el hospital. Un médico le sugirió que su ritmo cardíaco alto podía ser debido a la ansiedad.

A criterio del doctor Glatter, quienes experimentan estos síntomas de forma prolongada no deben sucumbir a la confusión que puedan causarle médicos, otras personas o ellos mismos, al atribuir los síntomas a la ansiedad.

“Esto es real”, subrayó Glatter. “Esto no está en la cabeza de la gente. Esto es lo que viven todos los días, lo que publican online”.

Esto se explica, en parte, por el hecho de que los médicos que trabajan en hospitales están empezando a ver llegar a estos pacientes, cuyos síntomas hasta ahora no se consideraban lo suficientemente graves como para justificar un seguimiento en el hospital.

Pero para Judge, de 48 años, sin historial médico, también ve una parte de negación. “Si aceptas que una persona que se parece a tí, que es médico, ha tomado todas las precauciones, sigue enferma después de más de 100 días, entonces también puede ser tu caso”, señaló.

Por su parte, Paul Garner, profesor de Infectología en la Liverpool School of Tropical Medicine, comenzó a escribir un blog en el British Medical Journal, frustrado al ver que seguía enfermo después de un mes.

Sufrió dolores de cabeza atroces, respiración entrecortada, hormigueo en los miembros y una vez creyó perder el conocimiento. “Pensé que me estaba muriendo, fue aterrador”, contó.

Imagen de referencia. Foto: Pixabay

Lo más difícil de soportar fue la confusión y los cambios de humor, comenta este médico, de 64 años, que, hasta ese momento, gozaba de buena salud.

Interrogado el día 96 de su enfermedad, habla de una mejoría gradual, pero le preocupa que las personas vulnerables puedan sufrir presiones para volver al trabajo antes de estar preparadas.

Todavía no se sabe si estos síntomas persistentes son causados por el propio virus o por la respuesta inmune exagerada del cuerpo.

Según Tim Spector, profesor de epidemiología genética en el King’s College de Londres, creador de un amplio proyecto de vigilancia de los síntomas del COVID-19, algunos de los “covid a largo plazo” todavía tienen rastros del virus en el organismo, pero se desconoce si eso implica que aún son contagiosos.

Un estudio publicado en 2009 sobre 233 pacientes con SARS (Síndrome Respiratorio Agudo Severo), otro coronavirus, mostró que cuatro años después, 40% de los pacientes padecían depresión o fatiga crónica.

Tim Spector estima que 250,000 británicos podrían sufrir de un “covid a largo plazo”. Considera que esta enfermedad es “más extraña” que las enfermedades autoinmunes raras, como el lupus, que presenta manifestaciones muy variadas.

“Es una especie de ruleta rusa, no se sabe todavía qué es lo que hace que algunas personas tengan una enfermedad más larga”, consideró Jenny Judge.

El COVID-19 ha contagiado a más de 12,741,270 personas en el mundo, de las cuales 565,363 han muerto, mientras al menos 6,792,900 se han recuperado, de acuerdo con un balance establecido por AFP este 12 de julio a las 11H00 GMT sobre la base de fuentes oficiales.

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