Foto: Cris BOURONCLE / AFP.
En definitiva, Chirac se convirtió en uno de los políticos preferidos de los franceses, elogiado a menudo por su toque humano y cercano más que por sus logros políticos.
En sus 40 años de vida pública, Chirac fue tachado por sus críticos de oportunista e impulsivo. Pero como presidente, encarnó la fiera independencia tan valorada en Francia: defendió el papel de Naciones Unidas y la multilateralidad como contrapeso al dominio global de Estados Unidos, y defendió las subvenciones agrícolas pese a las protestas de la Unión Europea.
También se le recordaba por otro rasgo valorado por los franceses: el estilo.
Alto, elegante y encantador, Chirac era un hombre bien educado que disfrutaba abiertamente de las ventajas del poder, como los viajes al extranjero y la vida en un palacio del estado.
También se vio envuelto en un sinfín de escándalos, incluidas acusaciones de malversación de fondos y sobornos durante su mandato como alcalde de París.
Fue acusado formalmente en 2007, tras dejar la presidencia que le protegía de ser procesado. En 2011 fue declarado culpable de malversación de fondos públicos, pérdida de confianza y conflicto de intereses, y recibió una sentencia suspendida de dos años de prisión.
No asistió al juicio. Sus abogados explicaron que sufría graves pérdidas de memoria, quizá relacionadas con una apoplejía. Cuando aún era presidente en 2005, Chirac sufrió un infarto cerebral que le envió al hospital una semana. En 2008 se le instaló un marcapasos.
En los últimos años apenas apareció en público. En una ceremonia de premios en 2014 de su fundación, que apoya iniciativas de paz, se le veía débil y caminando con batón.
Le sobreviven su esposa, Bernadette, y su hija menor, Claude. Su hija Laurence murió en 2016 tras una larga enfermedad que Chirac describió como “la tragedia de mi vida”.