Carta de una enfermera: “Nosotros, los que supuestamente curábamos, solo podíamos cruzar los dedos y esperar”

Todo cambió de la noche a la mañana, en horas el hospital rural donde trabajaba colapsó y fue necesario ir de casa en casa para atender a los pacientes.

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El relato de la enfermera muestra el daño emocional y psicológico que los trabajadores de salud han sufrido durante la pandemia. Foto de referencia AFP

Por N. Hernández / Agencias

2020-06-10 9:30:06

Alejandra Baena Gómez es enfermera de urgencias de un centro de salud rural de Albacete en España. Ella narró cómo fue su primer día atendiendo a pacientes contagiados con COVID -19.

Relató que de la noche a la mañana los casos se elevaron, el hospital donde ella trabajaba colapsó y sin espacio para atender a más personas optaron por ir de casa en casa dando la consulta y aplicando el tratamiento que en ese momento se aplicaba.

Baena contó su experiencia en una carta publicada por ABC donde contó que nunca imaginó cómo le afectaría emocional y psicológicamente la pandemia. Ella se infectó, pero considera que fue de las afortunadas porque no sintió síntomas y se dio cuenta a través de una prueba.

Esta es la carta:

“Marzo, 2020. Empieza la pesadilla. Nadie me había preparado para lo que iba a vivír los días sucesivos.

El miedo atroz era lo que más describía lo que sentíamos en esos momentos. Miedo a enfermar, a sufrir, a perder a familiares y amigos, a ver morir, a morir…

Aquella guardia de ese sábado de marzo podía haber sido como siempre: pacientes con dolores, gastroenteritis, úlceras, hipertensión, etcétera, pero algo había cambiado.

El teléfono del centro de salud no paraba de sonar, se percibía la angustia de cada paciente describiendo síntomas compatibles con Covid-19, algunos leves, otros no tenían esa suerte.

El tiempo era fundamental. Las neumonías progresaban velozmente, había que triar y derivar al hospital cuanto antes, aún sabiendo que estaba desbordado y que desconocíamos cuándo serían atendidos.

Mi compañero Juan, el médico, y yo, enfermera, acudimos a un domicilio en el que la situación era dramática. El paciente septuagenario hacía unos esfuerzos enormes por respirar y su mujer, sin protegerse, lo atendía con preocupación, sin saber que sería su sentencia de muerte permanecer a su lado.

Llovía a mares cuando nos dirigimos a otro domicilio de una paciente de 60 años que yacía sobre un sofá improvisado en la salita contigua a la tienda de electrodomésticos que regentaba su marido, quien nos relataba, sin parar de llorar, los síntomas que presentaba su esposa, su sensación de “estar muriéndose”, debilidad general, fiebre y tos.

Se nos rompía el corazón viendo el sufrimiento de aquella mujer sin apenas fuerzas para hablar y el de su marido, impotente y desconsolado. Se le pautó el tratamiento que en ese momento se administraba a pacientes Covid y nos fuimos a seguir nuestro trabajo, sabiendo que podía ser la última vez que viéramos con vida a la señora. Y nosotros, los que supuestamente curábamos, solo podíamos cruzar los dedos y esperar. Mañana podíamos ser nosotros los que sintiéramos que la vida se nos iba por ese virus.

Teníamos ganas de llorar, de gritar, de salir corriendo. Era una mezcla de sentimientos la que nos invadía, tan fuertes que no éramos los mismos, estábamos hundidos. Y quedaba mucho por hacer, muchas batallas que lidiar, mucho que pasar.

Y así transcurrió aquel día la guardia, todo era gente contagiada consultando qué debían hacer. Por suerte, tuve el mejor compañero que se puede tener: gracias Juan por estar ahí y por luchar juntos en una guerra para la que nadie nos preparó.

Mi guardia terminó con imágenes que permanecerán en mis recuerdos aunque no quiera, con un sabor amargo en mi interior, con un corazón tocado, con el ánimo a ras del suelo, con la tristeza en los ojos y con la esperanza de que nunca más se vuelva a repetir. Volví a casa con lágrimas en los ojos y sin parar de repetirme, “esto es horrible, esto es horrible”.

Días después volvía al trabajo, después de una baja por Covid. Sí, me contagié, pero fui de las afortunadas que apenas se entera de lo que es tener el virus, aunque para evitar contagios debía permanecer en casa hasta dar negativo en PCR.

Mi primera acción tras llegar al centro de salud fue interesarme por aquellos pacientes que había visitado en mi última guardia. El primero que vimos había fallecido y por desgracia su mujer que tanto lo mimaba también. Me sentí muy triste recordando los momentos que pasé con ellos y empatizando con la pena de esa pobre hija que había perdido a sus padres en tan poco tiempo. Mi única alegría fue descubrir que la paciente de 60 años se había recuperado, en medio de esta tormenta, salía el arcoiíris.

Por todas esas vidas robadas de un plumazo y la impotencia de no poder evitarlo, por las despedidas que no han sido y no podrán ser: ¡seamos prudentes! Para que ese “ladrón” llamado Covid no se lleve nuestro verano, ni nuestro otoño, ni un segundo más de nuestras vidas”.

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