¡Escalofriante! Cirujano cuenta cuatro historias sobrenaturales ocurridas en un hospital de Argentina

Cada uno de los relatos del médico fueron vividos por él y en ninguno ha encontrado una explicación lógica a los fenómenos. "Soy médico: trato de racionalizar todas las cosas que suceden pero evidentemente hay algo más", dice.

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"El personal que hace guardias de noche se va a acostumbrando a determinadas situaciones. Siempre suceden cosas inexplicables", explicó el médico. Foto perfil de Facebook Julio Picón

Por N- Hernández / Agencias

2020-11-04 1:25:09

El doctor Julio Picón trabaja en un hospital de Argentina, pero no es su profesión la que ha llamado la atención en los últimos días, sino los relatos de sucesos sobrenaturales que publicó en sus redes sociales en la víspera de Halloween.

“Soy médico: trato de racionalizar todas las cosas que suceden pero evidentemente hay algo más”, explicó en su publicación.

El profesional de la salud considera que todo médico, enfermero o enfermera que haya trabajado de guardia en horarios nocturnos ha experimentado un hecho de esta naturaleza. Asegura que así como pueden ser jugadas del cansancio, imaginación o simple predisposición hay fenómenos que simplemente no tienen explicación.

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Relata que hace pocos días estaba de turno, se recostó y dormitó en la pausa de una guardia hasta que escuchó un grito: alguien llamaba a la enfermera. Se levantó, persiguió el eco: no había nadie. Le preguntó a la enfermera y juntos coincidieron en olvidarlo, naturalizarlo. “Habrá sido el cansancio”, pensaron. “Una más”, entendieron.
Desconoce el origen de estas vivencias: no sabe si son exacerbaciones de la noche, manifestaciones de la fatiga, la imaginación, el viento o un suceso sobrenatural.

“Existen energías emocionales que no podemos manejar. Suceden cosas extrañas. Nuestro mundo aún guarda secretos. Mis relatos no son fruto de una sobredosis alcohólica ni de una mente atormentada por el ‘burn out’. Son breves historias de situaciones vividas, inexplicables para nosotros, pero que tal vez tengan alguna explicación que no conocemos aún”, escribió.

Foto referencia Pixabay

Pero son estos relatos los que han conmocionado a usuarios de redes sociales. Los textos se transcriben tal cual fueron publicados.

El mendigo fantasma

El hombre parecía un mendigo y golpeó tímidamente la puerta de la guardia. Lo atendió la enfermera, lo registró y lo hizo pasar al consultorio. El motivo de la consulta era dificultad respiratoria, tos y fiebre. El examen no me dijo mucho y pedí una placa.

La técnica radióloga le pidió que se posicionara sobre el chasis y tomó la radiografía. Entró al cuarto oscuro para revelar y sintió frío y miedo. Alguien le respiraba en la nuca. Y la respiración se sentía muy fuerte. Salió rápidamente del cuarto y no encontró al paciente.

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Era imposible que se escondiera en algún lado. La puerta estaba cerrada con traba interior. El paciente literalmente se evaporó. Sintió más miedo aún y vino corriendo hasta la guardia. Llamamos al policía por cualquier cosa. Buscamos por todos lados y nada. Quedamos con la duda.

Anotamos en el cuaderno de novedades “hora 3:15”. Temprano en la mañana llega el encargado de seguridad y se entera de lo sucedido. “Vamos a revisar las cámaras”, propone. Estamos todos atentos mirando las grabaciones. Expectantes. Hasta que llega el horario estimado.

La enfermera abre la puerta pero no pasa nadie. Yo me veo en el pasillo hablando a la nada y gesticulando en soledad. No se ve en ningún momento a otra persona. Se ve a la técnica que abre la puerta de rayos y habla, pero no hay nadie. Nos quedamos en silencio. No decimos nada.

No queremos quedar como locos. Todos lo vimos e interactuamos con el paciente fantasma. Las cámaras no lo registraron, sólo nuestros ojos o nuestra imaginación.

“La placa salió como si no hubiese nada, como si tomara una radiografía al aire. Se registró con el nombre de una persona que había desaparecido en el río y que se le dio por muerto hacía un par de meses. Era pescador y su cuerpo nunca fue hallado”, agregó Julio.

El niño y el ventilador

De todos los espacios hospitalarios al que le tengo más temor es a la morgue. Me parece un lugar cerrado, pequeño, agobiante, con una gran carga negativa de dolor y desesperanza. Durante una guardia, personal policial llegó con un niño de tan solo 9 años que se electrocutó.

En vano se hicieron las maniobras de reanimación: no pudo salir. Se decretó el deceso, se lo cubrió con una sábana y se llevó el cuerpo a la morgue. Esperamos por el móvil tanatológico, ya que llamativamente ningún familiar apareció. La guardia siguió su curso, entre mate y mate.

El médico es especialista en cirugía y docente de la materia cirugía en la Universidad Nacional del Nordeste (UNNE) Foto perfil de Facebook Julio Picón

A eso de las 4 de la madrugada escuchamos un tremendo grito, un alarido desgarrador, que venía desde el fondo. Y luego un golpe seco, como la caída de un peso voluminoso. Salimos todos al mismo tiempo corriendo para el fondo, pensando en el ingreso furtivo de algún familiar.

En la morgue no había nadie. Solamente el cadáver del niño electrocutado, totalmente descubierto y con la sábana tirada en el suelo. El desconcierto era general. No había explicación lógica. Nos retiramos y nadie se atrevió a aproximarse a la morgue hasta que se hizo de día.

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Los medios locales informaron que la tragedia ocurrió cerca de las diez de la noche del viernes 3 de febrero de 2017, en la intersección del pasaje 27 y la calle Boggio del barrio La Rubita, en la ciudad de Barranqueras. El médico contó: “El chico ingresó casi muerto, no había nada que hacer. Lo dejamos en una morgue improvisada que era como una piecita. El personal de guardia estaba más adelante y la morgue, como siempre, atrás de todo”.

Los alfileres de Pablo

Pablo era considerado un extraño personaje. Enfermero de la terapia y nochero por costumbre. Las guardias que me tocaban con él, tenían una alta y rara mortalidad. Cuando un paciente se encuentra en estado crítico, hay signos que presagian la fatalidad.

“La visita de la salud”: el paciente está mal, moribundo, y repentinamente recupera el bienestar, amaga un fugaz mejoramiento. Habla con los familiares, recuerda a personas fallecidas. Y luego cambia drásticamente, desmejora y muere. Una inyección de endorfinas dicen algunos.

“El signo de la mosca”: las terapias son habitualmente frías, asépticas; sin embargo, cuando un paciente crítico se dirige hacia la muerte, este insecto burla la seguridad sanitaria, se infiltra en la UTI, y se posa sobre las sábanas del moribundo. El destino está sellado.

El tercer signo fatal era la guardia de Pablo. Se acercaba a los pacientes graves, susurraba algo en los oídos y se apartaba. “Les capturé el alma para mi santo”, decía. Y dejaba un alfiler debajo de la almohada. Horas después el paciente empeoraba, y no se podía hacer nada.

Muchos murmuraban por abajo. La jefatura de enfermería decidió investigarlo y lo apartaron del servicio por las dudas. La mortalidad bajó. Y Pablo en su nuevo puesto de vacunación no logró adaptarse. Renunció unos meses después. Un día nos enteramos que se suicidó.

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La vida en la terapia continuó igual, con pacientes que se recuperaban y otros que fallecían. Una noche controlaba la evolución de un moribundo. Repentinamente una puerta se cerró. No había nadie cerca. El monitor me indicó que el paciente ya había fallecido.

Los enfermeros se aprestaron a desenchufar los aparatos. De golpe me llama una de las enfermeras: “¡Doctor! Rápido, venga”. La noto nerviosa y asustada. Me acerco a la cabecera del paciente muerto. El otro enfermero levanta la almohada y me muestra un alfiler.

Nadie sabía cómo ni porqué. Pero cada muerte nocturna, estaba acompañado por la presencia de un alfiler bajo la almohada. Tiempo después yo dejé la clínica. Pero me enteré que cerraron la terapia porque los enfermeros tenían mucho miedo y ya no querían trabajar ahí.

“No quiero morir, doctor”

El paciente ingresó a la guardia en mal estado. Apenas respiraba. Aún así estaba lúcido. Pero sería por poco tiempo. Era joven, de no más de 20 años, y con un cáncer testicular muy avanzado. Terminal. Me sorprende tomándome del brazo con sus huesudas manos, con rara firmeza. Tiene las uñas largas y afiladas. La presión me lastima y trato de disimular el daño que me provocan sus dedos.

– Ya te vas a mejorar, le digo.

– No quiero morir, doctor, ¡tengo miedo!

Llamo al terapista y le presento al paciente. Empeora minuto a minuto.

– ¿Qué decís Horacio? ¿Qué podemos hacer?

– Está agónico. No se puede hacer nada.

Recién ahí me doy cuenta que el enfermo todavía me tiene agarrado del antebrazo, con inusual fuerza, como si estuviese momificado.

– No se vaya doctor.

– No me voy, quédate tranquilo.

El paciente me sigue mirando. Veo como sus ojos se van apagando. La respiración se vuelve más lenta, espaciada. Y de golpe, ya no respira. Sin embargo su mano sigue sujeto sobre mi antebrazo, y las uñas se afirmaron sobre mi piel. Con la ayuda del enfermero logro destrabarlo.

Veo las marcas de las uñas sobre la piel, rojas, casi sangrantes. Luego del trámite de la defunción me fui a recostar un rato. Dormité un poco. Y de repente me despierto con la sensación de que una mano se cerraba firmemente sobre mi antebrazo, con fuerza, arañándome.

Está oscuro, no veo nada. Pero la presión es real y me lastima. Intuitivamente tomo el celular y trato de iluminarme con la pantalla. La presión desaparece súbitamente. No hay nadie cerca mío. Pero las marcas están allí, frescas, recientes, casi sangrantes.