Una holandesa extiende su mano a los que salen de prisión

Esta teóloga holandesa ha pasado parte de su vida como misionera en varios países del mundo y trabajado en cárceles de Holanda. Ahora ayuda a expresidiarios salvadoreños para que puedan seguir en su camino hacia la reinserción.

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En su afán de ayudar, Marieta puso su casa a disposición y comenzó un proyecto de nombre "Esperanza" con el que pretende mejorar la vida de personas que estuvieron en la cárcel. El nombre fue dado porque, según ella, considera que el ser humano no puede vivir sin eso. Una de las condiciones para trabajar con Marieta es la confianza y la disciplina. Compartir el sano esparcimiento es importante, los jóvenes se han acoplado rápido. Foto EDH/ Jonatan Funes

Por Jonatan Funes

2021-03-14 6:25:22

Marieta Ctout es holandesa y ha pasado años de su vida en diferentes países en misiones religiosas. Además, trabajó por más de dos décadas siendo capellán en prisiones de su país, pero ha dejado todo lo que conoce y en lo que es experta a cambio de vivir en El Salvador con el único propósito de ayudar a ex presos sin ninguna retribución, únicamente por el placer de servir.

En 1986 trabajó en Nicaragua, ahí conoció a unos salvadoreños que se encontraban refugiados de la guerra civil que vivía El Salvador y ese encuentro fue la antesala de lo que le depararían los años venideros. Para 1991 pisó suelo salvadoreño por primera vez, siendo misionera de la iglesia luterana, vivió en el país un año y medio, se enamoró, se casó con un salvadoreño con quien tuvo un hijo y luego regresó a su país de origen. Regresaba al menos una vez al año, para seguir manteniendo contacto con la familia de su esposo.

En Holanda trabajó por más de 20 años en prisiones siendo capellán. Su oficio consistía en amenizar ceremonias religiosas, visitar las celdas de los presos para escucharlos pues considera que uno de los pasos para la reinserción es prestar atención a los reos y que estos sientan que son tomados en cuenta, esa es la clave del trabajo en la cárcel, según Marieta. Pero decidió dejar las misiones, su empleo, a su hijo, a su familia y amistades para instalarse en El Salvador con la intención de seguir ayudando.

Desde 2017 vive en el país, pero por su situación migratoria tiene que viajar a Holanda cada tres meses, debido a que se divorció años atrás y ahora está en trámite su residencia. Su estadía en suelo nacional no es casualidad. También ha visitado varios penales acá, su pasión por querer ayudar a mejorar la vida de los internos le ha llevado a entregar programas de reinserción a la dirección de centros penales pero sin recibir respuesta alguna de parte de ellos. Ante la negativa de las autoridades, comenzó a ayudar por cuenta propia a reos comprándoles productos que estos producen.

Casa Esperanza
En su afán por ayudar, Marieta ha puesto su casa a disposición e iniciado un proyecto de nombre Esperanza, porque considera que el ser humano no puede vivir sin eso. “Es lo que yo quiero trasmitir, esperanza, sin ella no podemos vivir. Esperanza para una vida mejor”, aseguró. En casa Esperanza ha instalado un taller para que dos ex presos puedan trabajar.

Por medio de una amiga, conoció a Manuel Ernesto Beltrán, de 35 años, quien goza de una libertad condicional anticipada ya que fue condenado a 12 años de prisión en Mariona pero solo cumplió 7 años. Aprendió el arte del bambú, un oficio con el que rápidamente hizo click con Marieta ya que es amante de la naturaleza y del bambú como tal. Ahora Ramírez trabaja artesanías en bambú en un pequeño taller que la holandesa instaló en su casa para que Beltrán elabore sus artículos y así obtenga ingresos ante la falta de un empleo.

“Yo sé que es difícil para los que salen en libertad y para no regresar a Mariona necesitan tener trabajo, necesitan ser escuchados, sentirse humanos”, comentó Marieta.

La teológa también ha acuerpado a René Obdulio Faucillón, de 36 años, quien fue condenado a 10 años de prisión de los que cumplió solo cinco y que ahora goza de su libertad condicional y también trabaja con el bambú. Ambos jóvenes se conocieron en el taller de bambú en la prisión.

Al tener una clara oportunidad de ayudar en este caso, sin vacilar, compró herramientas y los acomodó en un cuarto para dar inicio al taller donde elaboran cucharas, tenedores, tazas, adornos y hasta sofás a base de bambú. Los productos los realizan por pedido, ya que de momento no cuentan con un mercado para estar produciendo a mayores cantidades.

“En realidad hay que darle gracias a Dios por todo. Marieta para nosotros es como una bendición. Ella es bien diferente, tiene un buen corazón. Gracias a Dios ella nos ha ayudado”, expresó Faucillón. Mientras que Beltrán anhela dar talleres con el propósito que los jóvenes no sean absorbidos por la violencia y que este oficio siga creciendo. “Gracias a Dios me siento orgulloso porque estoy poniendo en práctica algo que nunca pensé que lo iba hacer o que yo creí que lo iba a desarrollar. Nuestra meta es crecer”, explicó.

Marieta dice sentirse aun misionera, pastora, teóloga pero libre con su propia iniciativa, ayudar a ex presos brindándoles un espacio de esparcimiento, meditación, alimentación y empleo en su casa que ha sido bautizada como Esperanza. Siente que es el inicio de su proyecto pero espera a futuro poder ayudar a más ex presidiarios con un taller más grande.

“Estamos buscando algo más grande, para mí el bambú es el futuro, se puede hacer de todo, es increíble. Yo estoy haciendo mi vida aquí, para mí no tiene sentido regresar a Holanda, yo me preparé para poder venir un día aquí para quedarme. En Holanda todo ya está hecho y aquí la vida es muy diferente”, expresó Marieta.

De momento casa Esperanza funciona con fondos que ella obtiene alquilando su vivienda en Holanda, con el dinero que ahorró cuando trabajaba y amistades que le ayudan porque creen en su misión de servir.

“Para mí, Gandhi era un ejemplo, él quería cambiar cosas sin violencia, yo quisiera cambiar cosas para mejor. Ayudar a que las personas también vean que con un cambio pueden mejorar su vida”, enfatizó.

Los jóvenes ganan $50 dólares a la semana pero mientras vaya aumentando la venta de los productos su pago será mejor. “Esto no es mío, es de ustedes, y un día tienen que ser independiente, ganar lo suficiente para vivir pero mientras no se pueda yo les apoyo”, concluyó.

Para obtener dinero extra por las tardes venden pupusas afuera de casa Esperanza. Faucillón se encarga de tomar los pedidos, despachar y del servicio a domicilio si se requiere. Los ingresos ayudan en compra de herramientas, materiales y para mantener una caja chica. “Es bonito ver que estamos logrando poco a poco de lo que tenemos en mente, además todo es nuevo para todos, estamos aprendiendo”, dijo.