A 41 años de la masacre del Mozote, para los habitantes de dicho caserío y lugares aledaños, los hechos están frescos en la memoria. “La vida acá era bonita, así es la vida en el campo”, asegura Virgilio del Cid. Con puño y letra escribió las anécdotas que se le vienen a la mente de lo que ahí sucedió. Foto EDH / Archivo Orlando Márquez huyó de Morazán justo un año antes de la masacre. La última vez que vio con vida a su padre, aprovechó para mandarle saludos a su madre y a sus dos hermanas menores: Edith Elizabeth Márquez García, de 8 años, y Yessenia Yaneth Márquez García, de 18 meses. Foto EDH/ Archivo Orlando ha logrado conseguir varios objetos que le recuerdan a su familia. Un corbo mohoso que perteneció a su padre, Santos Márquez, le recuerda las jornadas cuando hilaban henequén, para luego venderlo. Foto EDH/ Archivo Dentadura postiza de una víctima de El Mozote encontrada en los cimientos de la casa de Orlando Márquez, en El Mozote. Foto EDH/ Archivo “Se oía a la gente llorando, los niños gritando de miedo, pidiendo que no los mataran”. Eso parece susurrar la tierra de El Mozote si uno guarda silencio. Foto EDH/ Archivo José Amparo Martínez, de 69 años, quien huyó de La Joya, junto con su esposa y sus cuatro hijos cuando comenzó el ataque, recuerda que cinco días después supo de la muerte de su madre, Felipa Martínez (en la foto) y cinco sobrinos. Foto EDH / Archivo José Diaz: “Ellos eran inocentes, no merecían morir así”. “Mi hermano se dedicaba a la agricultura, tenía cinco hijos y su esposa…” En los escombros que quedan de la casa donde vivían su hermano y su familia, José ha colocado una cruz y al pie de esta conserva unas suelas de zapato. Dentro de su casa, en un recipiente, guarda la placa de su cuñada: “Esto es lo único que tengo de ellos”, dice. Foto EDH/ Archivo “Uno solo pide justicia, y justicia no hay. Pero yo seguiré hablando, iré donde tenga que ir, escribiré lo que tenga que escribir porque lo que en esta tierra se hace, en esta tierra se paga”, agrega Don Virgilio del Cid. Foto EDH / Archivo Rosario López: “Nosotras por puro milagro estamos contando la historia, porque ahí la Fuerza Armada nos sacó, nos dijeron que si no salíamos nos iban a matar”, María de la Cruz Argueta recuerda que tenía diez años en el momento de la masacre en el Cerro Pando: “Yo en ese momento entendía lo que estaba pasando, quizás no en su totalidad, pero sí entendía”. Foto EDH / Archivo Rosario López perdió 24 miembros de su familia en un solo día y esperó 27 años para poder enterrarlos. De ellos solo conserva un marco con dos fotografías que con el tiempo logró sacar de unas cédulas de identidad de su hermana y de su padre: Priscila e Ismael López. Foto EDH / Archivo Amadeo Martínez Sánchez: “Lo único que me ha quedado de mi madre es esta piedra de moler que mi padre escondió antes de huir de la casa. Foto EDH / Archivo El vestido de Yesenia, una de las hermanitas de Orlando, adorna las paredes de la casa, resguardado entre un marco de madera y una placa de vidrio. El pequeño vestido fue encontrado junto a otros objetos, pero tiene un gran valor porque Orlando lo compró meses antes de la masacre para su hermana. Años después lo encontró junto a los restos de su familia en el patio de la casa. Foto EDH / Archivo Muchas de las víctimas permanecen aún bajo la tierra que, tras la lluvia, florece en estos caseríos. Algunos fueron enterrados improvisadamente, con prisa, por quienes huyeron y volvieron; otros simplemente quedaron tendidos y se convirtieron en polvo ahí donde murieron. Foto EDH / Archivo
Recuerdos y objetos de las víctimas de la masacre mantienen viva la lucha por justicia en el Mozote
La masacre del Mozote ocurrió, según datos históricos, entre el 10 y el 12 de diciembre de 1981. Es considerado uno de los crímenes más graves que dejó el conflicto civil en El Salvador. Hasta la fecha, los sobrevivientes y víctimas piden justicia y reparación.