“Cuando toca, toca, la muerte es como la suerte”. La realidad de las personas sin hogar en época de coronavirus
Militares recorren el centro de San Salvador para hacer cumplir lo que el presidente ha ordenado. Aseguran que a los indigentes, personas con problemas de alcoholismo y ancianos que piden en las calles sólo les hacen ver que no estén en grupo para evitar aglomeraciones.
Por Jessica Orellana
2020-03-25 11:07:49
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Policías y soldados han sido desplegados desde el fin de semana pasado por todo el país para verificar que la ciudadanía cumpla las medidas de restricción. Foto EDH/Archivo
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Dinora Guzmán, 25 años, “Acá duermo, de aquel lado, yo no he escuchado nada de eso, ¿Qué es eso?”, expresa Dinora al referirse al coronavirus. Dinora camina en los Portales de Occidente del Centro de San Salvador. Por un momento toma un descanso entre las columnas de cemento. Deja de lado la bolsa que carga y continúa hablando sola. Habla sobre su madre: “no sé qué se hizo mi mamá, yo la vi que caminó y no sé qué se hizo”, repite varias veces. Ella no sabe nada del coronavirus, de hecho, no entiende nada del porqué las plazas están cerradas y porque hay tantos militares y policías en las calles.
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José Morales 74 años Sentado en su silla de ruedas, a un costado de Catedral Metropolitana, cubriéndose con un sombrero de tela por el intenso sol del mediodía, José pide unas monedas a los que transitan por la vía. Asegura que nadie le ha dicho que se quite de este lugar, pese a las medidas. “Una policía me dio la mascarilla. Póngasela, me dijo”, asegura. “Solo Dios con uno, al tenerle miedo, lo más seguro es que nos mata. Yo por eso no le tengo miedo”, agrega. José, como muchos, tiene casa, pero no le queda de otra que salir todos los días a pedir unas monedas para así comprar algo que comer en el día.
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Israel Ezequiel Escobar Asegura que fue deportado este año y que su familia vive en Estados Unidos. Lo perdió todo por el alcohol “Yo solo vivo por lo que me manda mi hermana”, dice Ezequiel junto a sus compañeros de cuarentena pasan los días de esquina en esquina mientras la policía no les llega a regañar por no hacer distanciamiento social.
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Marlon de Jesús, 50 años,eExpresa que él lo único que quiere es que el presidente no los haga sufrir. Asegura que tiene 20 años de vivir en las calles, “esto es necesario, pero nosotros sufrimos, acá no hay coronavirus eso está en otro lado, la gente es la que hace el alboroto”. Marlon al igual que muchos que viven en la calle temen más porque los desalojen que por el coronavirus.
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Oscar René López Turcios
Oscar camina con más de 10 bolsas encima. Lleva ropa vieja, botellas, depósitos que ha ido recogiendo por las calles del centro de San Salvador. Asegura que las bolsas que lleva, las tenía guardadas en su casa y las mueve hacia su apartamento. Al hablar del coronavirus, dice que hay que prevenirlo, pero que, por la emergencia, él ha salido a la calle. Óscar es consiente que el COVID-19 es peligroso, pero también confiesa que no puede quedarse en su casa, que tiene que salir.
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K-Play o El Chicano
Como se hace llamar y como sus amigos de cantina le conocen, deambula por las calles en estado de ebriedad, sorteando su suerte al compás de los tragos, con un rap improvisado hace su introducción: una mezcla de español e inglés, que sale a borbollones de su boca. “Esa enfermedad es mental, donde yo vivo, en Soyapango, aunque ya ni voy por allá, porque ahora acá vivo, las cosas son peores. Usted cree que si no me he muerto en la calle me voy a morir por esta enfermedad, ahora estamos viviendo lo que Jesucristo ya nos había dicho, ¿Usted ha escuchado hablar de las plagas que dicen en la biblia?, esas estamos viviendo en estos tiempos”.
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María Lidia, 74 años, Entre los pasillos del Portal Occidental entre bolsas, con una bufanda y cubierta con una mascarilla se encuentra María, una anciana que no escucha bien. Al preguntarle sobre el coronavirus solo se limita a contestar que ella utiliza: “una muchacha me la regaló, me dijo que me la pusiera porque si no tengo iba agarrar un virus, ese que anda pegando”.
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José Javier Meléndez, 65 años, José asegura que los albergues no son una opción para él “Yo tomé la decisión de no irme para un albergue, el que tiene más tiempo de estar ahí es el que manda, acá tengo mi mascarilla, mi alcohol gel y hasta guantes tengo, el señor alcalde los estuvo regalando, hay que pedirle a Dios que este virus se lo lleve el viento” José tiene 15 años de andar en las calles del centro capitalino admite que ha trabajado de vigilante y en construcción. Expresa que, si alguien le quiere dar trabajo, él lo aceptaría con mucho gusto, pues trabajar es lo que más quiere.
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José Eduardo Enrique Sánchez, 70 años, El alcohol los ha llevado a andar deambulando por las calles, algunos tienen noción, otros solo pasan sus días esperando olvidar sus penas, sentado en unas gradas esta José, asegura que “esa enfermedad viene de lejos, con la prevención no hay problema, hay que fijarse donde esta uno, tengo casa, pero no me gusta irme”.
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Luis Maldonado. A unos 100 metros, siempre sobre la avenida España, se encuentra Luis Maldonado, sentado a la par de unos cartones. Degusta un mango, que unos compañeros de calle le han regalado. Luis asegura que es mejor no hablar, porque eso lo puede matar. Con señas explica que no quiere decir una sola palabra y lo único que sale de su boca es: “eso mata”.
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Jorge Linares, 39 años, “Prácticamente acá vivimos, ya no tenemos para irnos. Algunos tenemos casa, pero por andar bebiendo ya no nos vamos. Es una pandemia, gracias a Dios no nos ha llegado masivamente al país. Lavarse las manos es una de las recomendaciones, pero nosotros con alcohol nos desinfectamos”.
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Blanca Estela Andrés, De 56 años, “Cuando toca, toca, la muerte es como la suerte”, al hablar del coronavirus, Blanca relata que ella no se pondrá la mascarilla, pese a que varios transeúntes se han acercado a regalarle mascarillas y guantes. Sentada sobre la acera, en la esquina del Banco Hipotecario, pide unas monedas para sobrevivir. Ella es una mujer indigente que vive en los alrededores de la Biblioteca Nacional.
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Hay algunos de los que poco o nada se sabe. Viven ahí, salen de las callejuelas y caminan por las aceras, sin nombre ni rumbo. “El siempre pasa por acá, no es bolo, pero sí es indigente, no le conozco el nombre, pero siempre anda por estas calles”, asegura un taxista que espera clientes, mientras el hombre barbado duerme. Lo observa, tirado en una acera, sobre la Avenida España.