Las humildes raíces de Pedro Castillo, un campesino que aspira a la presidencia del Perú
Pobre y analfabeto, Ireño Castillo, un devoto cristiano que conoce como la palma de su mano los secretos del campo andino, no hubiera creído jamás a quien hubiera presagiado que el tercero de sus nueve hijos estaría hoy a las puertas de convertirse en presidente de Perú.
Sin traje ni corbata, con sobrero y un discurso descentralizado, Pedro Castillo encarna los valores campesinos de la zona andina del Perú, donde el candidato presidencial es aupado por maestros y agricultores, que ven en él una figura cercana y ajena a las élites limeñas.
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"(Castillo) es pobre como nosotros, es una persona campesina. Él ha sufrido y ha vivido en carne propia como nosotros ahora estamos viviendo, trabajando con el sudor de nuestra frente" dicen los agricultores que le conocen.
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En la localidad de Puña, departamento de Cajamarca viven los padres del candidato a la presidencia de Perú.
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Pobre y analfabeto, Ireño Castillo, un devoto cristiano que conoce como la palma de su mano los secretos del campo andino, no hubiera creído jamás a quien hubiera presagiado que el tercero de sus nueve hijos estaría hoy a las puertas de convertirse en presidente de Perú.
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El padre y el hermano mayor de Pedro caminan en el patio de su casa de piedra, adobe y techo de calamina.
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Según el relato del anciano, la educación de su hijo buscó acercar a Pedro a los valores de la fe católica, las rondas campesinas y las arduas labores de la agricultura: "Lo llevaba por varias zonas desde pequeño y le enseñaba a trabajar", contó.
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"Nos íbamos con fiambre y dos o tres días de camino, con alforjita al hombro y veníamos y traíamos platita para comprar sus cuadernos y su uniforme de la escuela", detalló el padre.
El candidato, el único de todos los hermanos en ir a la universidad, hacía arduos esfuerzos para combinar el trabajo del campo con los estudios.
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"El día que no tenía clases, (Pedro) trabajaba todo el día en la chacra, cultivando el maíz, la papa y viendo el ganado", explicó el mayor de los hermanos Castillo, José Mercedes.
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"Teníamos comida porque trabajábamos todos desde niños como si hubiéramos sido adultos en la chacra", agregó el hombre, de 55 años
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Los kilómetros, los fiambres y el ritual matutino de Pedro se mantuvieron casi intactos aun siendo maestro, una vocación que ejerció por más de un cuarto de siglo en tres aldeas recónditas de la región, con índices de pobreza que superan el 60 %.
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"Siempre ha tenido grandes ambiciones, pero no pensábamos que iba a estar de repente en esta situación. Ahora la esperanza de todo el pueblo es Pedro, y yo me siento orgulloso de tener un hermano así", dijo José Mercedes, quien reconoció que, todo, "parece ser un sueño"
