La Montaña de Colores, una extraña maravilla natural de Perú

"Lo ves en las fotos y piensas que es Photoshop, pero es real", asegura un turista de 18 años

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elsalvador.com

Por elsalvador.com

2018-05-02 8:48:18

La ciudad de Cuzco es conocida principalmente por ser la puerta a Machu Picchu, sin embargo desde esta población de Perú también se puede acceder a una extraña maravilla natural, llamada Vinicunca, más conocida como la Montaña de Colores o la Montaña Arcoiris.

Los turistas respiran con esfuerzo mientras el oxí­geno escasea en sus pulmones y continúan el ascenso. Después de dos horas de caminata llegan a una cima adyacente a más de 5 mil metros de altitud y se retratan con sus celulares junto a la rara belleza de la colina. Están muertos de cansancio, pero felices.

Franjas con diversas tonalidades de turquesa, lavanda y dorado dan la impresión de que la montaña está cubierta con una manta multicolor, pero esa paleta es resultado de un choque de placas tectónicas ocurrido hace millones de años. Desde 2013, una empresa de turismo comunitario empezó a popularizar el sitio para evitar que la minerí­a se instale en la montaña.

Hasta mil turistas diarios llegan desde Cusco tras visitar la ciudadela de Machu Picchu. “Lo ves en las fotos y piensas que es Photoshop, pero es real”, dice Lukas Lynen, un mexicano de 18 años que contemplaba en silencio las maravillas geológicas.

Aquí­ las parejas se besan, los amigos se abrazan y la montaña se vuelve una estrella de redes sociales.

 

 

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La popularidad de la Montaña de Colores ha dinamizado el interés por la zona.

Para acceder a la zona, los visitantes pagan 3.10 dólares que cobra la comunidad pastora de Pampachiri, quien alega que la zona les pertenece. Al año recibe en promedio unos 400 mil dólares.

Gabino Huamán, uno de los lí­deres de Pampachiri, reconoce que aún no están preparados para atender adecuadamente al turista. “No sabemos ni una palabra en inglés y tampoco primeros auxilios”.

Pese a esas dificultades, medio millar de pastores en los últimos dos años han regresado a ejercer el antiguo oficio de sus antepasados, con la diferencia de que ahora transportan seres humanos en caballos.

“Es una bendición”, dice Isaac Quispe, de 25 años, quien abandonó su trabajo como minero aurí­fero y retornó a su comunidad para comprarse un caballo con el que ganó 5 mil 200 dólares el último año transportando turistas hacia la cima colorida.

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La Montaña además ha transformado su entorno. Los pastores han modificado sus horas de sueño y están de pie desde las dos de la madrugada para subir en camiones de construcción durante tres horas hasta llegar a un establo donde los esperan sus caballos. Asimismo, han comenzado a usar la ropa tradicional de lana que vestí­an sus abuelos y que los identifica con sus raí­ces: hombres de montaña, pastores de alpacas y arrieros incluso antes de la época Inca.

Los turistas, por lo general de Estados Unidos y Alemania, son recibidos con la música melancólica de las montañas y al ingresar a las posadas reciben unos zapatos confeccionados con cuero de alpaca.

Al amanecer nadie toca a las puertas de los huéspedes. Una pastora pasa cerca de los cuartos cantando una melodí­a de amor en quechua, el idioma que habla por siglos en los Andes.

El viajero que se despide de la Montaña de Colores no es el mismo que llegó. Cuando camina por éste, uno de los lugares más remotos del mundo, escucha a pastores que relatan el folklor que explica cómo ha sobrevivido la especie humana.