Karmina Salazar recuerda con alegría su trayectoria como la primera vedette de El Salvador

Hace más de 20 años, “la reina del ritmo” dejó atrás los escenarios para estudiar Derecho, Notariado, Teología y Administración de empresas y para impulsar la carrera artística de sus tres hijos.

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Karmina Salazar fue un ícono en la escena musical salvadoreña de los años 80 y 90. Foto EDH / Youtube

Por Osmín Monge

2019-11-07 6:47:31

Karmina Salazar marcó un antes y un después en el ambiente musical de El Salvador. La llamada “Reina del ritmo” revolucionó, en los años 80 y 90, la imagen que en aquel momento tenían las cantantes de las agrupaciones tropicales salvadoreñas. Pasó de ser una intérprete más a una auténtica vedette.

Luciendo pomposos vestuarios — en los que siempre destacaban un revelador leotardo, medias ajustadas y “colas” y mangas de muchos revuelos — y ejecutando coreografías con sensuales movimientos, Karmina se presentaba en fiestas y carnavales de todos los rincones del país y en el extranjero. Lo hizo como integrante del grupo Bongo y como estrella de su propia orquesta. En cada espectáculo, el público se deleitaba con su cadencioso baile y su voluptuosa figura. Y es que nunca antes en el país una cantante de música tropical se había atrevido a lucir de manera tan provocativa.

Karmina formó parte del grupo Bongo. Foto EDH / Cortesía Karmina Salazar

Hoy en día, Karmina conserva la belleza y el carisma que siempre la caracterizaron, la única diferencia es que ahora se encuentra alejada de los escenarios. En la actualidad ella es una abogada exitosa y una madre que se dedica a promover las carreras artísticas de sus hijos Sharon, Karmina y Brandon.

Durante una entrevista con elsalvador.com, Karmina recuerda con alegría aquellos momentos gloriosos sobre las tarimas.

“Fue lindo todo lo que viví; era hermoso ver la aceptación del público. ¡Fue formidable! A veces no comprendía por qué me pasaba todo eso”, afirma la artista.

Karmina dejó los escenarios, ahora es una abogada exitosa. Foto EDH/ Osmín Monge

Del ballet clásico a la música tropical

Matilde Eugenia Karmina Salazar, nombre completo de la artista, manifiesta que desde niña se dedicó al ballet clásico y que fue su exesposo, Carlos Alberto Hernández, quien la incursionó en el género tropical como cantante de Bongo.

Su intención de dar ese “salto” de un género musical a otro era exponerle al público su experiencia como bailarina y demostrarles a los salvadoreños que en su país había mujeres bellas, esculturales y con mucho talento.

“En aquel momento yo no podía bailar ni una cumbia, lo mío era lo clásico. Llegué a Bongo y poco a poco fue naciendo en mí el amor por la música popular”, aseveró Salazar.

Karmina conserva su belleza y carisma. Foto EDH / Mauricio Cáceres

Después de formar parte de ese grupo, la vedette decide crear su propia agrupación musical, a la cual llamó “Karmina y su orquesta la Reina del ritmo”. Su éxito más sonado en este conjunto fue “Yo me llamo cumbia”.

“En mis presentaciones lucía mallas de ballet; para mí era algo normal. Era un vestuario similar al de ballet clásico, pero con otros complementos más vistosos”, dice Karmina.

Tras algunos problemas personales y después de realizar muchas presentaciones locales y giras internacionales, la artista decide ponerle pausa a su carrera para dedicarse al cuido y a la educación de sus hijas Sharon y Karmina.

Unos meses después emigra a Estados Unidos, país donde residió durante algunos años.

Al regresar de ese territorio norteamericano reinicia su carrera, esta vez bajo la dirección de Sonaí Alvarado, su pareja sentimental en aquel momento. Un tiempo después pone punto final a su carrera artística y se dedica a estudiar Derecho, Notariado, Administración de Empresas y Teología.

“Es lindo ver todos los recuerdos. Me fascinó esa etapa de mi vida. Nunca me he creído más que los demás. Siempre he sido una persona tranquila (…) Me siento contenta porque hice lo que más me gustaba”, puntualizó la primera vedette de El Salvador.

La exintegrante de Bongo se ha enfocado en inculcar el arte en sus hijos. Foto EDH / Osmín Monge