Todo verdadero amante del rock y metal salvadoreño conoce a Edwin Marinero, un personaje omnipresente en la escena quien por años ha dedicado gran tiempo de su vida a la promoción y divulgación de ambos géneros en todo el territorio nacional e incluso internacional.
Con el interés provocado por su esfuerzo y su trabajo en el rubro musical, elsalvador.com entrevistó a “Marinero” —como la mayoría lo conoce—, nacido en 1972 en Sesori, San Miguel, como él mismo dice, en “tierras lenkas”.
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A inicios de los años 80, ya en San Salvador, comenzó a sentir el gusto por el rock gracias al legendario grupo Kiss; fue en este momento que dio inicio una travesía que hasta el día de hoy no tiene fin.
“Cuando era joven, la verdad que no entré de lleno con la música rock, entré porque me gustaba mucho el pop rock. Luego, una colección que tenía mi hermano, que era full fanático de Kiss (…) fue la puerta que abrió las puertas al rock, al heavy metal. Estamos hablando por 1983, a principios de los años 80, tenía como 10 o 12 años, ya vi los cara pintada y todo ese rollo”, detalló Edwin, a quien por años se le ha visto deambulando “pegando” afiches sobre postes y muros de docenas de conciertos.
Al encontrar un nuevo mundo, como todo joven curioso, comenzó a investigar sobre “toques” y música nacional, esto lo llevó casi directamente donde los Sibrián, familia a la que pertenecen íconos y fieles seguidores del rock.
“En una de esas me fui a meter a los intramuros de la Sagrada Familia y ahí escuché los primeros covers de Metallica. Ahí conocí a Noel Ambrosio Sánchez, como ya veníamos bien tarde bajamos el Paseo General Escalón hasta el centro de San Salvador, veníamos platicando de lo que sabía él, compartiendo y todo el rollo. Quedamos como cuates en esa época”, relató el también artista, quien ha pertenecido a bandas como Soul’s Dying Path, Arcane, Angelus y Vértigo.
“Tenía un vecino donde yo vivía, en la colonia IVU, Alfredo, que Chente Sibrián le decía Mac Farlan y nosotros le decíamos Dio, porque se parecía a Ronnie James Dio. Me hice amigo de él e hizo una banda que se llamaba Soter, ese grupo había ‘teloneado’ con Broncco en el gimnasio de la Zacamil, yo no estuve en ese concierto por mala suerte”, relató.
Pronto los amigos se harían muy cercanos a los Sibrián: “Conocí a René, a Gemma, Gerardo, a Chente, a la niña Adelita, al Nazi, a todos ellos, iba a ver los ensayos, nos hicimos grandes amigos”.
Marinero reveló que inició como “marañón” -así se les conoce a los que bajan y suben los instrumentos de una agrupación- de Broncco y hasta se iba de gira junto a esta icónica banda.
Los primeros intentos por organizar conciertos comenzaron a finales de los años 80, en septiembre de 1989 planeaban hacer un toque cerca del lago de Güija, pero “no lo hicimos porque en octubre fue la ofensiva, estaba bien caliente para esa época”.
A inicios de la década de los 90 poco a poco se fueron reuniendo varios rockeros (fans y músicos), fue “creciendo la amistad de las bandas under, que eran contaditas con los dedos de las manos”.
Ahí ya se veían indicios de lo que sería el Club Rockers, al que pertenece aún Marinero. Pronto llegaron los primeros encuentros musicales, uno de los primeros se realizó en El Ranchón de Metrosur; justo ahí quedaron claras algunas cosas para Marinero: salvadoreños de distintas partes del país sentían el mismo interés musical que él y asistían a los toques.
En diciembre del 92, con un concierto realizado en la Universidad de El Salvador, fue más que obvio que no sería tan fácil hacer crecer la escena, ya que no todos estaban de acuerdo con el pensamiento de esta comunidad musical.
Razones como esta consolidarían de una vez Rockers, aquellos que se han mantenido luchando desde entonces por expandir el rock nacional y en ese momento también ya internacional (para 1993 ya habían visitado El Salvador agrupaciones como Cenotaph, de México, y Mantra, de Costa Rica).
Cuando se le preguntó ¿qué ha significado Rockers para la escena nacional?, Marinero aseguró que prefiere que sea la audiencia metalera quien lo diga, pero en lo personal: “La verdad que no planificamos qué tanto tiempo iba a estar haciendo cosas por medio del nombre Rockers El Salvador, pero para mí significa un trabajo constante con pocos y mínimos recursos que hay alrededor de uno”.
“Pero el empeño, el empuje y creatividad que tienen las bandas locales, a raíz de que creen, están dentro de la escena y están haciendo cosas para estar activas, ese es el significado que le podría dar verdad”, señaló.
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El Metal Fest es uno de los eventos más importantes y grandes de los que ha estado a cargo Edwin. Todos conocen este evento musical, pero pocos saben todo lo que se tuvo que pasar para consolidar este concierto que ha reunido a grandes bandas.
“No es un invento propio, en todas partes del mundo se da un festival con el nombre de la región donde lo hacen. Desde que nació Rockers nadie le daba más de cinco años de existencia, mucho menos para un festival de metal con el número de bandas que habían en ese tiempo”, detalló.
Entre sus declaraciones y la percepción general que se tiene, sin olvidar el golpe que dio la pandemia, el apoyo para la escena ha decaído. “Lo que yo recomiendo es que siempre nosotros mismos seamos los que debemos apoyar, pero eso queda a consciencia de cada quien, no podemos obligar a nadie tampoco”.
¿La mayor dificultad a la que te has enfrentado como promotor?: “El principal obstáculo fue la familia, en un principio, de ahí la sociedad, al meterte en esta onda de ser rockero todas las puertas se te empiezan a cerrar. No te dan trabajo en cualquier lugar, te obligan, te reprimen a hacer cosas en contra de tu voluntad para que estés dentro del círculo de ellos”.
Pero también hay otro muro que es necesario derribar para evolucionar: “Hoy nos encontramos con algo más interno, lo que genera anticuerpos alrededor de la escena, que es el chismorreo mordaz, que trata de verte derrotado. Si bien es cierto en ciertas ocasiones ha golpeado un poco fuerte seguimos en pie resistiendo y esperando lo que venga”.
Su logro más grande en el ámbito musical es seguir en actividad pese a todo lo que ha enfrentado, sin importar las limitantes espera mantener “la iniciativa de querer hacer más cosas si la vida lo permite”.
¿Qué huella querés dejar?: “Dentro de la escena y el país es el reconocimiento y el valor que tiene la música rock en general, llámese rock suave, duro, extremo (…) que los grupos sigan constantes con su trabajo, que no se ahueven, que tengan el valor necesario para ir por sus sueños. Esto se convierte en más capricho que sueño, porque los sueños con ponerse a dormir se logran, pero los caprichos tenés que ir pasando obstáculo tras obstáculo hasta llegar a la conclusión y haber consolidado algo”, expresó.
Y añadió: “La huella que quiero dejar es que sigan adelante, que no se apague la llama del rock y metal en todo caso. Hay mucha gente que a pesar de la edad que tiene sigue trabajando aún, ya no como antes, pero seguimos al pie de la música y con ganas de ver esta escena más grande”.
Otro detalle que es de aplaudir es que los involucrados en impulsar a la música salvadoreña trabajan con lo poco que se tiene, con esfuerzo propio y los recursos limitados, “falta por hacer mucho, aunque verdaderamente hice más de lo que me hubiera propuesto”.
Ahora, rozando los 50 años, ve las cosas bajo la mirada de un experto, ya que la experiencia es la más valiosa y su anhelo es que se llegue a “tocar fondo”.
“Para que verdaderamente se reacomode todo en este país, porque todos los anhelos que uno puede tener siempre están interconectados con la disponibilidad del lugar, de la promoción en los medios de comunicación (…) tener las mismas posibilidades y difusión sin entrar en contradicciones ni broncas, tener las mismas posibilidades que otros géneros musicales, de espacio, de otro tipo de actividades, tener el mismo recurso de apoyo, ya sea gubernamental o privado, de actividades que no son más ni menos de lo que el rock hace en este país”, concluyó.