Las mujeres doradas: ellas son las sufragistas de El Salvador

En los estudios históricos de las mujeres salvadoreñas, aún hace falta reseñar el aporte de diversos colectivos nacionales en la lucha por lograr el sufragio femenino y universal. Estas páginas tratan de ser una contribución hacia esa dirección.

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Entre 1880 y 1920, la empresaria Mercedes Meléndez de Ramírez (rodeada de sus hijas en la foto) tuvo un enorme poder político en El Salvador, como madre de dos Presidentes (Carlos y Jorge Meléndez Ramírez) y suegra de otro (Dr. Alfonso Quiñónez Molina). / Foto Por EDH- Cortesía Carlos Cañas Dinarte

Por Carlos Cañas Dinarte

2021-03-06 5:50:30

El pasado domingo, en un ejercicio de participación democrática, nuestro país eligió a 24 mujeres para ocupar igual número de curules en la nueva Asamblea Legislativa, una cifra muy por debajo de las ocupadas desde 1994 hasta el presente. Aunque su porcentaje dentro de la población salvadoreña supera al 51 % del total, la participación política de las mujeres para elegir y ser electas para cargos públicos es bastante reciente.

En las últimas décadas, el interés por la historia de las mujeres y las de otros sectores ha permitido echar luz y profundizar en la correlación entre diversos movimientos políticos y sociales. La invisibilidad y el olvido histórico desvinculan el poder que las actividades, figuras y contextos de las mujeres han tenido. Eso requiere atención para hacer posible la equidad de género no sólo en la política, sino también en nuestra vida diaria.

Con su libro Herstory (1974), la historiadora June Sochen marcó un parteaguas en los estudios históricos de las mujeres y sus movimientos políticos. Si bien otros trabajos habían aparecido con anterioridad, Herstory evoca en una sola palabra la necesidad de un relato distinto al que durante mucho tiempo se había escrito sobre las mujeres, pues enfatiza en la necesidad de hacerse nuevas preguntas hacia contextos que no habían sido explorados. Las mujeres y su historia no debían verse subsumidos a un relato menor o como un apéndice de las causas políticas. Herstory trascendió como término y en la actualidad es utilizado en el cine, en la moda o el arte para designar su uso desde y para las mujeres.

Dentro de esa nueva forma de trabajar la historia femenina, los relatos de mujeres enriquecen los estudios de género. Su estructura narrativa no sólo nos conecta con diversos eventos que ocurren dentro de un tramo de tiempo, sino que también permiten establecer un patrón de eventos y significados. Gracias a la prensa nacional de la última década del siglo XIX y de la primera de la siguiente centuria, los relatos las mujeres nos acercan a sus luchas propias.

-ANDREWS, Maggie y LOMAS, Janis. 101 Things You Need to Know About Suffraggettes (Chettenham-Gloucestershire: The History Press, 2018).

-NEUMAN, Johanna. Gilded Suffragists: The New York Socialites Who Fought for Women’s Right to Vote (New York: The New York University Press, 2017).

-NEUMAN, Johanna. And Yet They Persisted: How American Women Won the Right to Vote (Hoboken-New Jersey: Wiley Blackwell, 2020).

-SOCHEN, June. Herstory: A Woman’s View of American History (New York: Alfred Publishing, 1974).

La lucha política por el voto femenino, liderada desde Inglaterra por Emmeline Pankhurst (1858-1928) y sus hijas Christabel (1880-1958), Sylvia (1882-1960) y Adela (1885-1961), inspiró a féminas, organizaciones y colectivos de diversas partes del mundo. Aunque su trabajo iniciara en 1832, fue hacia 1903 cuando Pankhurst fundó la Unión Social y Política de las Mujeres (WSPU, por sus siglas en inglés), convocó a otras mujeres, organizó reuniones y desarrolló la famosa huelga general que le valió ser enviada a prisión, pero que provocó que, en 1928, les fuera concedido el derecho al voto a las mujeres británicas.

Este grupo de mujeres activistas que participaron en el movimiento por el derecho al voto fue conocido como el de las sufragistas (sufragists), un término que acuñó en 1906 el periodista Charles Hands para referirse a las agitadoras que utilizaban “tácticas militares” para llamar la atención hacia su causa. Si bien el movimiento de Pankhurst fue acusado de desórdenes y daños a la propiedad, no todos los movimientos sufragistas continuaron la lucha violenta, pero el término continuó utilizándose para referirse a aquellas mujeres activistas involucradas en la lucha por el derecho al voto. A las integrantes del sector más violento se les pasó a denominar suffragettes.

En nuestro país, para 1920 casi la mitad de la población no podía votar, ya que el derecho al sufragio estaba basado en las interpretaciones jurídicas de la Constitución de 1886. Así, sólo los hombres estaban llamados a ser sujetos de elección popular y de ser votados por sus congéneres.

Las mujeres se involucraban en asuntos políticos que se enfocaban en las labores relacionadas con el hogar, la educación, el ámbito social y el cuidado de los niños. En Estados Unidos, por ejemplo, un grupo de mujeres, mejor conocidas por sus excesos en los bailes de la Quinta Avenida y sus lujosas mansiones en Newport, impulsaron el clamor generalizado por la ciudadanía para todos. Desde su privilegiada posición social, lanzaron proclamas con fines políticos para normalizar la idea de que las mujeres de todos los estratos socioeconómicos deseaban votar. La interesante historia de este grupo de “mujeres doradas”, que incidió enormemente en los periódicos de Nueva York, es reconstruida por Johanna Neuman en su libro Gilded Suffragists, en que narra la obsesión de la prensa con sus modas, fiestas, sus debates sobre la inmigración y la ciudadanía norteamericana. En un recorrido por el grupo de mujeres con apellidos como Astor, Belmont, Harriman, Mackay, Rockefeller, Tiffany o Vanderbilt, la autora relata cómo la crónica de la moda, la decoración y los viajes reflejaban un compromiso de esas celebridades femeninas con la causa sufragista. Vestidas con las últimas modas de París, ellas querían distanciarse de la militancia y violencia sociales vinculadas con esta causa por las acciones de Emmeline Pankhurst y sus seguidoras. Sin embargo, este grupo de mujeres tampoco escapó a la burla, persecución y acusaciones de que, desde su posición, lo único que defendían eran privilegios de clase.

Durante varias décadas, las mujeres neoyorquinas y estadounidenses en general batallaron en las calles, medios y clubes sociales hasta conseguir el derecho al sufragio.

Además de Estados Unidos, así como en gran parte de Latinoamérica, estos grupos de mujeres contribuyeron con la vida bohemia, la crítica a la visión capitalista, experimentaron con el socialismo, el amor libre, las artes y el control de la natalidad. Para ellas, la idea de modernidad estaba vinculada no sólo con la ropa y la decoración del cuerpo y el hogar, sino con una lucha en favor de la educación y la independencia económica.

Desde 1892, en El Salvador surgieron varios movimientos sufragistas en departamentos cafetaleros como Ahuachapán y Santa Ana. En el caso ahuachapaneco, lanzaron sus propuestas mujeres como Juana Menéndez de Magaña (1870-1912), hija del expresidente y general Francisco Menéndez y fundadora del Club Femenino Adela Guzmán de Barrios. A ella se unió Victoria Magaña de Fortín, quien en 1910 publicó su ensayo Misión de la mujer, republicado un siglo después por su nieto, el abogado Dr. René Fortín Magaña.

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En ese grupo de feministas, sufragistas y promotoras del unionismo centroamericano y del anti-imperialismo estadounidense se encontraba también María Álvarez Ángel (1889-1980), hija salvadoreña del matrimonio colombiano formado por Julia Ángel Macías y Rafael Álvarez Lalinde. Desde la década de 1910, enfocó su trabajo de concientización social hacia el logro del voto femenino, cuya culminación la alcanzó en 1921, cuando la última Asamblea Federal de Centro América, reunida en Tegucigalpa (Honduras), autorizó el voto femenino en uno de los artículos de la última Constitución Federal de la región. Por desgracia, aquella Carta Magna jamás entró en vigor, pero fue la primera vez que las mujeres de El Salvador, Honduras, Guatemala y Nicaragua tuvieron opción política a votar y ser votadas.

La escritora María Álvarez de Guillén Rivas (1889-1980), una de las pioneras del voto femenino en El Salvador.

Casada desde 1914 con el médico Dr. Joaquín Guillén Rivas, María Álvarez de Guillén Rivas también usó el alias literario Amary Zalvera para difundir, desde la ciudad de Santa Ana, sus ideas feministas y sufragistas en revistas y periódicos de las primeras décadas del siglo XX, así como para publicar varios libros (las novelas La hija de la casa y Sobre el puente, 1926 y 1947; el poemario El pregón del café, 1975, etc.), fundar el 19 de abril de 1922 la Sociedad Confraternidad de Señoras de la República de El Salvador, con apoyo directo de la Liga de Mujeres Neoyorquinas (parte de la Liga de Mujeres Votantes de Estados Unidos, LWV, 1920, año en que su labor sufragista se plasmó en la XIX Enmienda de la Constitución estadounidense) y ser representante nacional en la Comisión Interamericana de Mujeres (1928, ahora parte del organigrama de la Organización de Estados Americanos, OEA). Enferma desde 1965, sus últimos quince años los pasó en cama, en la casa familiar de San Salvador, rodeada de sus cinco hijos y sus múltiples nietos. Su tumba se localiza en la Sección de Hombres Ilustres del Cementerio General capitalino.

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Las sufragistas estadounidenses —y las neoyorquinas, más en específico— se cortaron los cabellos, se pusieron pantalones, se integraron a las universidades, andaban en bicicletas o patinetes y se convirtieron en autoras de manuales y panfletos. Más allá de su ámbito social, se volvieron referentes políticas. Pero diversos historiadores de la época se centraron en la crítica hacia ellas y a su posición social o la de sus maridos, lo cual las lanzó a un olvido injusto. En los últimos años, sus historias han sido recuperadas, gracias a Johanna Neuman y su libro en que se nos propone abordar la causa sufragista de las mujeres y tomar distancia de la noción condescendiste de que los hombres les “dieron” a ellas el derecho al sufragio, sino que fue la consecuencia de un duro proceso, construido por sus propios esfuerzos en el sector político y social, hasta lograr figurar en las papeletas y poder ejercer el sufragio, para después buscar ser sujetas de elección popular. Logrado de manera parcial en 1938 y 1939, en El Salvador ese derecho no les fue garantizado a las féminas nacionales hasta 1950.

En Estados Unidos, las mujeres pudieron votar a partir de 1920, gracias a la XIX Enmienda de la Constitución.

En el caso salvadoreño, un enfoque de ese tipo nos ayudaría a entender mejor el aporte sufragista de mujeres como María Álvarez de Guillén Rivas, la activista Prudencia Ayala, las escritoras Victoria Magaña de Fortín y Josefina Peñate y Hernández y muchas más, que con sus acciones y propuestas escandalizaron a la sociedad salvadoreña de inicios del siglo XX, que reaccionó con la denostación, el silencio y el olvido.

Los nuevos estudios históricos de las mujeres salvadoreñas requieren extender los frentes de trabajo, así como un análisis más amplio de género, clases sociales, grupos étnicos y superar otras limitantes metodológicas habidas hasta el momento. Investigaciones pioneras como las de la académica salvadoreña Dra. Sonia P. Ticas (Lindfield College, Oregon) apuntan ya hacia ese nuevo rumbo.