¿Planes de contingencia para lo inimaginable?

“Había una pestilencia por la cual toda la raza humana se acercó a ser aniquilada.... Comenzó entre los egipcios y después viajó a Palestina y desde allí hacia el mundo entero. En el segundo año llegó a Bizancio, a mediados de la primavera". Procopio de Cesarea. Sobre las guerras. Bizancio, Siglo VI.

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???El triunfo de la Muerte??? (1562 -1563) del holandés Pieter Brueguel El Viejo. Museo del Prado, Madrid.

Por Katherine Miller, Doctorado en Estudios Medievales y Renacentistas de UCLA.

2020-03-29 4:30:00

Lo que antes era absolutamente imposible se ha vuelto absolutamente necesario. La pandemia del coronavirus (COVID-19), en la primavera de este año, ha demostrado un poder devastador a nivel mundial en su capacidad de causar la muerte de individuos, desestabilizar las economías y las sociedades, además de la posibilidad de deformar el comportamiento ético y moral. Una vez más vemos que la enfermedad mortal en dimensiones de pandemia es una parte de la condición humana. Y una vez más se ve que los gobiernos no están preparados, aún cuando ya saben que la repetición de las pandemias es inevitable. Partiendo de las dimensiones de la situación actual al nivel mundial, pasamos a un recuento de ejemplos de pandemias en el occidente.

El epicentro de la pandemia del coronavirus se ha movido, en primer lugar, desde la China a Europa y ahora a EE.UU. En ningún país hay suficiente equipo médico, todavía no hay vacuna y no habrá hasta aproximadamente un año. En el Reino Unido los científicos han montado lo que es el Modelo Controlado de la Infección Humana, en el que están pagando 3,000 libras esterlinas a cada participante dispuesto a ser prueba humana para explorar el desarrollo de una vacuna para este virus.

La publicación del código genético para este virus está ayudando enormemente para dibujar un mapa de la situación, mientras que, en ningún país, con la posible excepción del Corea del Sur y Taiwán, han tenido el equipo y las pruebas suficientes para administrarlos a la población entera. Queda opaca la situación real de la contaminación de las poblaciones en Europa, EE.UU., Asia, África, América Central y América del Sur. En estas regiones las poblaciones están en un encierro, confinamiento legalmente obligatorio y cuarentena junto con un cierre legal de las fronteras internacionales.

La semana pasada, un médico de la ciudad de Milano, en el norte de Italia, donde el nivel de la muerte es lo más serio de Europa, declaró a BBC de Londres que de no acatar las medidas de distanciamiento social es de pedir “un suicidio colectivo”. Camiones del ejército en Italia y España cargados con cadáveres a causa del coronavirus aparecen en las noticias jalándolos desde las calles principales de las ciudades afectadas, que está desiertas, mientras que los medios noticiosos lamentan el comportamiento egoísta de los que van a las plazas, playas y restaurantes en agrupaciones de personas. Los gobiernos amenazan con medidas más estrictas que involucran los ejércitos y la policía. Los abogados constitucionalistas están examinando la legalidad de detenciones por los ejércitos y las multas por no seguir las medidas. Pero en Japón y Washington D.C. la gente sigue saliendo para pasear y gozar de las flores de los cerezos de esta primavera.

Estados Unidos insiste en cerrar sus fronteras con Canadá y México. En China, últimamente, se ha experimentado un deceso en las cifras de mortalidad, pero en Hong Kong y Shanghai, preparándose para un segundo brote de la enfermedad, han cerrado sus fronteras nuevamente. En el Medio Oriente, Siria, Irán y la India se encuentran en la misma situación, rogando ayuda en equipo médico porque, como en todo el mundo, lo que tienen es insuficiente.
Los negocios y corporaciones a nivel mundial han dejado de funcionar plenamente, despidiendo a sus fuerzas laborales. Los que trabajan por salarios están desempleados. Las bolsas de valores en Asia, EE.UU. y Europa están en una caída vertiginosa y actuando con mucha volatilidad.

Para buscar una perspectiva histórica, consideramos a Tucídides en el siglo V B.C.E. en lo que llegara a ser Grecia, quien sufrió en carne propia lo que, por su descripción de sus propios síntomas ahora se piensa que era la tifoidea, una enfermedad que se contagió por la infección de piojos. Tucídides pudo escribir sobre los síntomas porque sobrevivió la experiencia, pero el estadista principal de la antigüedad occidental, Pericles, sucumbió.

Los arqueólogos han examinado los huesos de poblaciones del Levante de hace unos 9,000 B.C.E., encontrando evidencias de la plaga bubónica, tuberculosis y la polio melitus. Pero la primera documentación escrita de los síntomas de una pandemia en la antigüedad describe un brote de lo que creen era la plaga bubónica (yersenia pestis) traída por las pulgas de las ratas. Comenzó en el año 541 B.C.E. en el puerto de Pelusium en Egipto al lado oriental de la delta del río Nilo. Desde allí, esta primera pandemia pasó a la ciudad de Alejandría y después pasó a la ciudad portuaria de Gaza en el Levante, y entonces a Constantinopla, a toda Anatolia, Siria, Grecia, Italia, Galia y a la Magreb en la costa norte den África. Su movimiento incluía las rutas comerciales terrestres y fluviales hasta Persia (Irán) en el oriente y hasta las Islas Británicas en el norte. Esta pandemia era la plaga de la que escribió Procopio de Cesarea desde la corte del emperador Justiniano. Recurrió entre cada seis y 20 años, y duró 200 años.

“Los cuatro jinetes del Apocalipsis”, gravado del alemán Alberto Durero (1471-1528). Colección privada

La segunda pandemia de la antigüedad fue también la Peste Negra. Comenzó en Asia Central en la década de los 1330 y se extendió por rutas comerciales por toda la Cuenca Mediterránea. No encontraron remedio. En la desesperación e ignorancia, los ingleses de este tiempo cantaron lo que es la rima infantil, “Ring around the roses” (Hagamos una rueda alrededor de los rosales), que termina con las palabras “Ashes, ashes, we all fall down” (Cenizas, cenizas, todos vamos a caer) porque confiaban —sin saber que más hacer para el tratamiento— en flores y olores para sanarse de la plaga.

En cambio, los árabes, en sus escuelas litúrgicas y científicas (madrazas) alrededor del mar Mediterráneo entendieron que había microbios que pasaban las enfermedades de humano a humano por aire y por agua. No obstante, nadie pudo curar el virus que causó la Peste Negra del s. XIV e infectó (por segunda vez) a Constantinopla, la Cuenca entera del Mediterráneo, Escandinavia y la Península de Arabia.

La tercera pandemia comenzó en China en el s. XIX y pasó por toda Europa. Pero, en este siglo nació la nueva ciencia de la microbiología y el primer suero contra la plaga. La vacuna para la curación no estuvo disponible hasta 1898.
Estas pandemias eran documentadas por escrito por los monjes en los monasterios y por algunos historiadores. Es por ellos que sabemos lo poco que sabemos de los tiempos antiguos y medievales. Los documentos que sobreviven indican que estos brotes y rebrotes de la Peste Negra también trajeron, en el comportamiento humano, una consecuente quiebra en las costumbres, la ética y el moral en las relaciones humanas. Había escasez de alimentación y una concentración del poder militar.

Las sociedades experimentaron una amplia estigmatización de grupos en base de religión o raza. Los resultados en la esfera social de Europa era la paranoia de que las enfermedades eran una conspiración del gobierno para bajar el nivel de la población y así aumentar el poder de las autoridades. En términos de la mortalidad, se toma nota que solamente en los tres años entre 1347 y 1350, unos 20 millones de personas perecieron: entre 30% y 50% de la población de Europa. Los pocos que sobrevivieron pidieron sueldos muy elevados que causaron pleitos e insurrecciones. Los sobrevivientes comieron muy bien porque había más alimentos y menos personas.

El medievalista Norman Cantor resumiendo el panorama medieval, declara que nació el “arte” de la guerra biológica cuando los ejércitos en guerra tiraron por las murallas de las ciudades los cadáveres infectados por las plagas durante los asedios militares. En Bourdeau, en Francia, un alcalde quemó toda la ciudad para parar la plaga. Los beneficiarios de la plaga fueron los abogados, quienes se hicieron muy ricos en las disputas sobre herencias de propiedad en materia de tierras, dotes y terrenos disponibles por los fallecimientos en la clase media. Las economías cayeron en el caos de la inestabilidad y los conflictos sin merced. La gente pensaba solamente en quedar con vida y no ofrecieron solidaridad a los que sufrieron.

El punto es que, en el curso de la historia, había olas sucesivas de pandemias en que no había preparativos de prevención ni remedios para sanar a los enfermos. Por ejemplo, en los siglos V-VII B.C.E., vemos las pandemias de varias “pestes” (probablemente la plaga bubónica, la tuberculosis y la viruela) en que la población aristocrática del Imperio romano —-altamente artística y productiva— fue remplazado por los reinos analfabetos y violentos de los reinos bárbaros y, así, el Imperio romano se encogió hasta que existió solamente en la ciudad de Constantinopla.

Durante el Renacimiento europeo abundaron las pandemias que comenzaron en los ejércitos de las guerras otomanas, la Guerra de los Treinta Años, y las guerras Bálticas. Los conquistadores de España llevaron varias plagas, como la fiebre amarilla, a las poblaciones indígenas del Nuevo Mundo en México y América Central. La viruela y la sífilis, transmitidas por contacto humano, devastó a las poblaciones de grandes partes del mundo durante este período que recordamos, tal vez, solamente por la alegría del renacimiento artístico y literario.

Por todo el curso de la historia moderna vemos la lepra, la fiebre escarlata, la viruela, el cólera, la malaria, la tifoidea, la disentería y la eterna sífilis y gonorrea, el sarampión, la polio, y las más conocida: la influenza española (Spanish Flu) que, durante la Primera Guerra Mundial (1914-1918) mató a 50 millones de personas jóvenes, de las cuales unos 20 millones se dieron en la India.

“Lazarillo de Tormes” (entre 1808 y 1812), del pintor español Francisco de Goya. Colección privada. El título original, que aludía al hurto de longanizas por parte de Lazarillo, fue rebautizado años más tarde por el doctor Gregorio Marañón como “El garrotillo”, nombre popular de la difteria, porque la compresión en el cuello causada por la enfermedad era comparada a la muerte en ejecución por garrote.

En la xenofobia que a veces acompaña a las crisis de ética durante las pandemias, como con la influenza española que se dio durante la Primera Guerra Mundial y fue llamada “la plaga alemana”. De la nueva ciencia de microbiología y el mapeo de la influenza española se aprendió que se desarrolla en los gráficos en forma de una “W”, es decir, que un brote va hacia arriba y después baja, y sube otra vez: el número de fallecidos creció y se encogió, seguido por un alivio y después un crecimiento en los números, pero es seguido por otra altura en nuevos y repetidos brotes.

Hay una repetición de pandemias, como vimos, por toda la historia. En los tiempos modernos está la influenza porcina (swine flue (H1N1)), SARS, MERS, HIV/AIDS, ébola y zika. Aunque no hay muerte por el zika, sí hay microcefalia y deformaciones severas del cerebro en los infantes. La Organización Mundial de Salud indica que el porcentaje mayoritario de los casos aparecen en las poblaciones que viven en la pobreza extrema, poblaciones que también sufren de dengue y chikunguya.

A través de la historia, las pandemias han suscitado el terror, pero también los motivos artísticos que han conformado un escenario sobre lo cual se han proyectado las ansiedades de una sociedad. El ejemplo más conocido es de los frescos de la danse macabre donde los esqueletos de los fallecidos de las plagas bailan. Las posibilidades de la muerte por las plagas están descritas en obras literarias desde el siglo XIV, como Pedro el Labrador de William Langland, en que son presentados la escasez de la razón y la moral en las sociedades y sus economías, donde las pandemias causaron un encogimiento de las fuerzas laborales. En El Decamerón de Giovanni Boccacio, también en el s. XIV, la gente rica y bonita abandona las ciudades por sus villas campestres y allí crean los cuentos que conocemos ahora. Francisco Goya, en España del siglo XVI durante el Renacimiento, ilustró El Lazarillo de Tormes, enseñando a los lectores la pandemia de la difteria en 1562-78 que se dio durante los 35 años de las guerras religiosas en Francia y España. En El Diario del Año de la Peste, Daniel Defoe documentó en ficción realista los efectos de las carretas de cadáveres de la plaga en Inglaterra en el s. XVII.

La examinación más cercana, filosóficamente, a nosotros en el siglo XXI es del famoso Albert Camus, quien, en su novela, La Peste, presenta la visión de una cuarentena impuesta legalmente por las autoridades en la ciudad amurallada de Oran, en la costa mediterráneo de Argelia. La plaga representa la civilización de Europa occidental. Por su recreación del comportamiento humano durante una situación de pandemia en esta ciudad, Camus nos enseña que las peores epidemias no son solamente biológicas, sino morales: son las insolidaridades, los egoísmos, las irracionalidades e inmadureces que causan la muerte física, pero también la muerte moral en la conciencia de la sociedad.

Susan Sontag resume nuestra condición humana para el siglo XXI cuando dice que nuestras metáforas modernas para pandemias son políticas y militares, pues, hablan de invasiones, defensas, conquistas, subversiones y terapias agresivas.

La pandemia que el mundo sufre ahora es una guerra biológica y moral que, como seres humanos solidarios, tenemos que superar.

FIN