Trinchera británica durante la batalla de Somme, Francia, en julio 1916. Foto EDH / Museo Imperial de guerra
Mientras tanto, en el trasfondo de la guerra en que Ford escribe sus novelas, la “modernidad” se presenta, simultáneamente con los acontecimientos de sus novelas. El cine y fotografía se desarrollan, los periódicos se vuelven imperios mediáticos, los ingenieros abundan como nunca antes; los tecnócratas también. Las ciudades sufren explosiones de poblaciones, el fascismo aparece junto con el matadero industrial de las trincheras en el continente. Como declarara Ford, después de la muerte de la reina Victoria en 1901, “los humildes no heredaron la tierra; fueron los británicos”. Sigmund Freud enseñó a toda una generación y a una civilización entera que se tenían que encontrar las razones emocionales y subconscientes para los síntomas de comportamiento humano. Además, según Freud, todas las aflicciones de la mente tenían sus raíces en la sexualidad: hay que analizar los sueños. El lenguaje encubre más secretos que revelar. Ya no se podía confiar en las apariencias.
Lectura recomendada
*Ford Madox Ford. Parade´s End and The Good Soldier.
*BBC producción de Parade´s End (2013).
*Edgar Elgar, compositor. Pomp and Circumstance.
*Walter Benjamin. La obra de arte en la época de la reproducción mecánica.
Con eso, regresamos a la comparación de la novela con la obra de arte de Marcel Duchamps. Lo que llama la atención en las similitudes entre la obra de arte de Duchamps y la literaria de Ford pueden ser las similitudes entre la fragmentación de un modo de vivir en la novela, que es esparcida entre los tres personajes principales cuando ellos demuestran cada uno los síntomas del fraccionamiento de su época y su paso hacia la nueva vida moderna. El mismo reflejo de la fragmentación de la vida y el Weltanschauung del período es ilustrado por las placas en forma de cubos en la obra de Duchamps, con sus conexiones tangenciales, fracturadas entre sí, en la obra de arte Desnudo bajando una escalera nº 2. Para Christopher, es el rompimiento de los códigos de honor de su clase; para Sylvia la libertad sexual que le cuesta su matrimonio y causa su degeneración; para Valentine Wannop es el movimiento hacia el futuro moderno y su función como un puente entre el antiguo mundo (la educación clásica en latín) y su participación en el movimiento por el voto de la mujer que es paralelo con su insouciance hacia la idea de matrimonio.
Desempacando la analogía arriba, podemos, por ejemplo, ver parte de la visión del mundo antiguo en Christopher Tietjens, un miembro de una clase feudal, Christian (anglicano) en su punto de vista, clasicista en su educación y Tory (conservador) en la política, además de ser un veterano de la guerra, con su comportamiento a causa de su amnesia y un leve mal funcionamiento de su cerebro por la explosión (aunque poco a poco se vuelve a la normalidad emocional después de sus experiencias en la guerra con la ayuda de Valentine).
Otra parte, casi antagónica, se ve en el personaje de Valentine Wannop, clasicista, suffragette, moderna, pelo corto y descuidada sobre el asunto del matrimonio con la voluntad de hacer feliz a Christopher a toda costa, hasta vivir con él, abiertamente, sin casarse en este nuevo mundo moderno de la postguerra.
En Sylvia, una mujer arrogante, moralmente caótica, sin juicio sobre su comportamiento, se presenta una crueldad casi desnuda de usar su sexualidad como arma contra sus amantes y contra Christopher mismo. “Lo voy a atormentar,” declara Sylvia, hablando de Christopher. Este paquete tripartito de tres personajes cubre aspectos ilustrativos del desarrollo de nuevas actitudes del período moderno de antes, durante y después de la guerra. Es verdad que la modernidad no surgió como virgen después de la batalla del Somme. Fue un proceso doloroso de décadas.
La metáfora del hilo de la educación clásica teje una semblanza de continuidad desde la introducción de Valentine como latinista. Pasa por el soldado galés en las trincheras, bajo el mando de Christopher, pues, ellos hacen competencias en escribir sonetos clásicos y se retan a traducirlos al latín bajo la presión del tiempo—con “deadlines”, aun bajo el fuego alemán. Son los tiempos de los poetas de la guerra, de Sigfried Sasson, Rupert Brooke y Wilred Owen que son, como Tietjens y demás representantes de las élites y la crème de los mejores potenciales líderes de Inglaterra, educados en latín y griego en las universidades de Inglaterra. Mueren. Pero Tietjens y otros sobreviven y logran avanzar a la nueva era, con la ayuda de mujeres modernas y no aristocráticas como Valentine Wannop. Otros millones mueren por gas, explosiones y los fusiles de la Gran Guerra.
Estas cuatro novelas conforman un acto enorme para ayudarnos a entendernos a nosotros mismos en uno de los primeros períodos de postguerra que nos han marcado hoy. Otros períodos parecidos ocurren después de la Segunda Guerra Mundial, después de la Guerra en Vietnam, la guerra en Argelia, en la ex-Yugoslavia, en Afganistán y guerras civiles como las de El Salvador. Estas novelas, sin duda, nos ayudan a entendernos. Son puentes entre los dos mundos. Pero las caídas y desconexiones entre los dos mundos forman la fábrica de continuidad y fraccionamiento de modalidades de vida presentadas en las cuatro novelas de Ford, quien dijo que su tetralogía se trataba de “worry” (preocupación) de toda una época que está fundiéndose.
Escandaloso era todo eso para las generaciones antes de la guerra. Pero en la postguerra de Europa, la literatura experimenta los efectos de la modernidad en James Joyce, Marcel Proust, Virginia Woolf, T.S. Eliot, Ezra Pound, Ford Madox Ford, entre muchos más. Todos ocupan la nueva técnica del “monólogo interior”, con tintes del flujo de conciencia como en el análisis de Freud, para explicar e ilustrar los cambios personales que experimentan los personajes.
James Joyce, Ezra Pound, Ford Madox Ford y John Quinn (abogado de Joyce) en el estudio parisino de Pound en 1923. Colección Mary de Rachewiltz.
Esta no es, entonces, solamente una secuencia de novelas de guerra, sino que una explicación personal, emocional, social y estética de los cambios personales de toda una postguerra. Parecen estas novelas de Ford a las obras y técnicas de Joyce, Proust, Woolf y muchos de sus contemporáneos. Y ahora, aun después de las décadas desde 1914 y 1945, los europeos no consideran que haya terminado su postguerra. Continúan con los procesos de cómo entender lo que pasó.
Al final de la obra, Christopher Tietjens comenta: “No va a haber más esperanza, no más gloria ni para la nación, ni para el mundo, y me atrevo a decir, que ya no va a haber más desfiles ceremoniales”. Pero él continúa con una vida feliz con Valentine Wannop en la que se recupera de sus problemas psicosociales provenientes de la guerra y los procesos de modernización.
Es que, irónicamente, estas cuatro obras están llenas de esperanza y nueva vida. Las pruebas morales y culturales de cada uno de los personajes resultan en transformaciones personales de tal manera que nos presentan unas ilusiones sólidas que podemos transferir a nosotros mismos, y que nos llevan adelante, con esperanza, aun frente a las situaciones tremendas del mundo hoy.
Representan un ejemplo de lo que dijo el filósofo italiano, Antonio Gramschi, en sus momentos más oscuros: frente al pesimismo del intelecto, hay que optar por el optimismo de la voluntad.