“Me leyó la vida”, el encuentro de una salvadoreña con una gitana en un pueblo de Sonsonate
Hace más de 60 años, una salvadoreña se encontró de forma casual con una gitana durante su adolescencia. Catalina nunca ha creído en lectura del destino en manos o cartas, pero todo lo que aquella extranjera alta y amable le dijo se cumplió.
“Yo desde joven he sido escéptica a que me anden leyendo la mano, a que me tiren las cartas y mucho menos he ido a un centro de brujería”. Con esa aclaración comienza Catalina su relato de cómo hace más de 60 años una gitanala encontró y espontáneamente le leyó el destino, un destino que se cumplió al pie de la letra.
Ahora, a sus 81 años de edad, las palabras que recibió de aquella gitana, alta y amable, cuando apenas era una adolescente, aún siguen rebotando en su memoria. Y es que los eventos que ella le auguró se fueron cumpliendo uno a uno.
Catalina dice que todo ocurrió entre los años 1953 a 1955 en un cantón del norte de Sonsonate. Eran tiempos en que caravanas de gitanos bajaban desde México y recorrían con sus indumentarias de vivos colores varios pueblos de Centroamérica.
“Venían una vez al año, en carretas haladas por caballos, montaban una especie de carpa como de circo y en la noche se alumbraban con lámparas de carburo”, cuenta Catalina.
“Ya llegaron los húngaros… ya llegaron los húngaros”, corría la voz en aquel pueblecito situado al norte de Sonsonate, cuando aparecía la fila de carretas de gitanos, las que Catalina recuerda estaban cubiertas con telas
gruesas, como techos de fábrica y se asentaban en la placita local por aproximadamente un mes.
“No sé por qué les llamaban húngaros, hablaban español, parecido al (acento) mexicano. Ellos mismos repartían hojitas impresas anunciando su llegada e invitaban a acercarse si querían consultar su futuro o que les adivinaran el porvenir”, cuenta Catalina.
Las mujeres vestían largas faldas y blusas de intensos y llamativos colores, usaban pañuelos en sus cabezas y muchos collares y pulseras, como las bisuterías que se usan hoy, “bien coloricos”, dice la anciana.
A los hombres los describe de piel morena y altos; usaban unos pantalones flojos amarrados con cintas en los tobillos, camisas de tela de macartur manga larga y sombreros de pelo. También dice que salían a pasear en caballo por las calles del pueblo.