Viajar en el mundo medieval: el rejuego entre el ser y el mundo

“Todas las desgracias de la humanidad surgen de un solo asunto: nuestra incapacidad de quedar en un cuarto, quietos”. Blaise Pascal. Pensées (Pensamientos) (S. XVII).

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Una miniatura de peregrinos del siglo XV del pintor francés Robinet Testard en el “El romance de la rosa”.

Por Katherine Miller. Doctorado en Estudios Medievales y Renacentistas de UCLA.

2021-09-25 11:45:32

En la Edad Media, la estabilidad era la condición normal y cotidiana en un mundo rural dedicado a la agricultura compuesto principalmente por campesinos, donde las carreteras romanas no estaban reparadas y los otros medios de comunicación no estaban muy avanzados.

Hoy vivimos en un mundo en que el desarrollo de las tecnologías de radio y televisión y otros medios electrónicos casi reemplazan la necesidad viajar. Los medios de comunicación funcionan de una manera fácil en un ambiente social extremadamente urbanizado. Hemos creado una modalidad de vivir que es, en algunas circunstancias, muy confinada y, en otras, dominada por una movilidad frenética.

La vida sedentaria en una aldea medieval no se puede comparar con la aislación individual de las grandes ciudades modernas. Se puede decir que hoy el frenesí de viajar se ha vuelto nada más que un escape frenético del ser interno. Es un reflejo de la inhabilidad de vivir plenamente en actividades cotidianas del presente que se han vuelto en realidad inaguantables.

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En los tiempos medievales viajar era un movimiento en la mayoría de los casos peligroso, esencialmente vinculado a ciertas necesidades imperantes o para unos cuantos aventureros (como los caballeros errantes en búsqueda del Santo Grial); un movimiento hacia afuera del castillo o aldea era una apertura, pero no un escape del ser interno, si no que una continuación de una experiencia religiosa. Eso porque la gente medieval se consideraba cristiana, “extranjeros y peregrinos en esta vida terrenal”, así como declara S. Bernardo de Clairvaux: lo que era importante no era el Jerusalén de esta tierra, si no el Jerusalén celestial.

En la Edad Media tardía, la imagen del peregrino humano aparece en los teatros y sermones, en los frescos o pinturas o en las obras teológicas. William Langland escribió (finales del s. XIV) La Visión del Pedro el Labrador, que presenta a un caballero de nombre Consciencia, en el acto de buscar, como peregrino, la verdad en el mundo de la agricultura, después de la pandemia de la Peste Negra, cuando todo había vuelto desordenado e inestable en el mundo de los campesinos desterrados y separados de su vida sedentaria en los campos de su Seigneur terrenal. Su mundo se había vuelto, después de la pandemia, un exilio de su vida anterior que no se había reestablecido después de la plaga. Los valores que los habían guiado antes ya no aplicaban, porque el mundo no retornó a lo que era antes de la peste. ¿Así será para nosotros?

Miniatura del libro “Los viajes de Marco Polo (’Il Milione)”, que se publicó originalmente durante la vida útil de Polo (c. 1254 - 8 de enero de 1324), pero con frecuencia reimpreso y traducido.

Este estado de asuntos produjo una suerte de nostalgia, como que habían sido desterrados y condenados a un destierro en un mundo extraño. Dante presta su voz a esta vida pospandemia, avant la lettre, en su Paraíso (XVII, 55-9), donde Dante escucha la profecía de que él mismo tendría que vivir en el exilio:

Usted dejará todo lo que ama más cariñosamente:
Esta es la flecha que el arco del exilio tira primero.
Usted conocerá el sabor amargo del pan de otros, como es de salado, y
Conocerá cómo duro es el sendero para uno que sube y
baja por las escaleras ajenas.
Y lo que será más duro para usted será la compañía
que hacen rejuegos sin sentido y con quienes habían compartido
su caída en este valle:
Contra usted actuarán en una manera insana,
completamente ingrata y profana;
Y, sin embargo, después, pronto, no será usted si no que ellos los
que sufrirán la sangre en sus frentes.
De sus actos insensatos, la prueba será en los efectos;
y así su honor será mejor guardado si su partido es su propio ser.

El poeta intenta dar un significado a este exilio. Pero eventualmente entiende que su destino está amarrado al de su querida ciudad de Florencia, y por eso le toca el destierro. Estas líneas capturan, como en un dedal, la vida medieval que era muy sofisticada y moderna en un sentido existencial, no tan lejos de los ambientes del siglo XXI después de la pandemia actual.

Dante sigue en su viaje extraterrestre hasta llegar al Paradiso y su unión mística con Dios, siempre dibujando el hecho de que los seres humanos estaban vinculados a su tierra natal, de su aldea, su castillo, su ciudad; pero, como hijos exiliados de Adán y Eva, llorando y viajando en este valle de lágrimas. Aunque no habían viajado por el espacio ni el terreno que presenta Dante en su Divina Commedia, hicieron, de todos modos, un viaje en el mundo medieval que los llevó a Dios.

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A la misma vez, había también mucho movimiento, viajes y grandes crecimientos en un mundo en el que se estaba desarrollando e intensificando el comercio, la banca y finanzas internacionales, la iglesia y las sociedades de todo el continente y más allá también.
La gente viajaba como mercaderes, soldados y ejércitos, caballeros errantes, agentes mensajeros del rey o legados papales y peregrinos que viajaban por aventuras o por penitencia y muchas razones más. Viajaban en grupos —por seguridad— por sistemas de carreteras y rutas, en barcos por vías marítimas y por los ríos, a pie, a caballo o mula, por vagones y en grupos de peregrinos. Viajaban por necesidad o en búsqueda de aventuras. Prisioneros de la trata de esclavos, desde África y los Balcánes, viajaban por fuerza a los mercados en Europa.

La mayoría de las personas viajaban distancias muy cortas, como de su casa al mercado o de aldea en aldea, porque quedarse en casa con una vida sedentaria (con el trabajo en la granja de sus Seigneurs terrenales) era la preferencia. Pero estaba la necesidad de la clerecía de viajar por órdenes de sus superiores, para estudiar y traer manuscritos para sus scriptorias, para aprender otros idiomas y traducir las obras griegas o tratados de medicina y construcción, por ejemplo, de acueductos y carreteras, etc. Era parte de la vida religiosa y monacal (de las órdenes que no estaban enclaustradas). La clerecía llamada a actuar, como embajadores, mensajeros de los monasterios e iglesias en su jurisdicción parroquial o también funcionaban como secretarios y legados para el papa.

El cuerpo de la literatura de viajes medievales es enorme, hasta masiva. Los más famosos son Dante, Chretien de Troyes, Chaucer, Ibn Battuta, Marco Polo y Cristóbal Colón, entre cientos más. Hay muchos recuentos, diarios, descripciones y pinturas verbales en la literatura de viajes y viajeros; porque si no puede viajar uno mismo, se puede leer o escuchar sobre las aventuras de otros. Aquí una imagen fabulosa pintada por Ibn Jaldún del viaje de hejira a Mecca por el rey Mansa-Moussa de Malí en África en el año 1346:

Doce mil esclavos jóvenes vestidos en túnicas de brocada y seda de Yemen
cargaban sus posesiones. Trajeron de su país ochenta cargas de oro en polvo, cada uno pesaba tres quintales”.

Ilustración de un carruaje medieval.

Y aquí otro ejemplo del famoso poeta francés Eustache Deschamps,
contemporáneo con el rey Carlos VI de Francia (s. XV), contando en una ballada el hecho de viajar:

Los que no salen de sus casas
Para ir a varios países,
No saben la tristeza mortal
Que agravia a la gente que viaja:
Los males, las dudas, los peligros
De mares, de ríos y de estepas,
Los idiomas que no entienden,
Los dolores y las fatigas de los cuerpos.
Pero no importa qué tan cansados están de todo eso,
el que no sale a viajar no sabe nada.

El contraste entre la movilidad y la estabilidad correspondió al acercamiento del final de la era medieval. Si la movilidad de la Edad Media es obvia, era subordinada a la estabilidad sedentaria de quedarse en casa. Según el Papa Gregorio el Grande, los muertos mismos, condenados a los dolores del Purgatorio, sufren castigo en los lugares donde cometieron sus pecados. La inseguridad material e intelectual llevaron a la clausura de los portones de las ciudades y el rechazo de sueños. Sin embargo, comenzando mediados del s. XII, se dio una especie de inicios de la secularización de la vida y el pensamiento que condujo el Occidente Cristiano a participar en lo que podemos denominar una “apertura” al mundo entero que desembocó en la intensificación de los viajes de exploración y descubrimiento de nuevos mercados y a un intercambio con otras culturas.

Algo tal vez sorprendente para nosotros los del siglo XXI, pero que afectó enormemente a los viajeros medievales, es que el viejo continente estaba casi completamente cubierto por bosques espesos e impenetrables donde la gente no podía pasar. De caminos, solamente estaban las escasas carreteras romanas no reparadas que, a veces, ya estaban encubiertas con maleza fuerte por falta de uso. Los bosques reales y de la imaginación llenaban la mente con miedos y terrores, peligros e imposibilidades. Los enormes bosques constituyeron un obstáculo fuerte a los viajeros además de una causa de pesadillas. También atrajeron a la gente porque propiciaron la ocasión para aventuras. Chrétien de Troyes (s. XII en Francia) cuenta en uno de sus romances de los caballeros de la Tabla Redonda del rey Arturo, de la aventura del valiente caballero errante, Calogrenant:

El hazard me llevó al centro de un bosque denso sin senderos, obstruido por
zarzas y espinas. No sin problemas y terrores, ni sin injuria, eventualmente
yo logré encontrar y seguir un sendero. En este camino andaba a caballo
por casi un día entero hasta que, al final, salí del bosque.

Se encuentra otro ejemplo —entre muchos— en el del duque de Burgundía, Philip el Bueno; su biógrafo contó que decidió salir de su casa en Bruselas en búsqueda de aventuras con unos amigos y montó a su caballo para viajar en una neblina densa durante todo un día. La neblina cambió a lluvias y la luz del día desapareció, pero contó que entró en un bosque denso, ancho y profundo; y según su biógrafo (Chastellain, quien escribió el recuento), el tiempo quedo lluvioso y los senderos cubiertos de hielo. No obstante, el duque vagaba en el bosque, luchaba por subir montañas y entrar en arroyos que parecían como pantanos. Al final escuchó el ladrido de un perro y encontró una casa pobre, pero el hombre no quería abrir la puerta hasta que fue convencido a dejar entrar al duque para calentarse con el fuego de la chimenea del hogar cuando se le dio una fuerte cantidad de dinero. El hecho de salir del bosque y resumir el viaje es un encuentro del ser interno y moral, metafóricamente hablando, con el mundo, una metáfora de muchos aspectos y un comentario sobre el viaje de la humanidad en este valle de lágrimas y aventuras. El mensaje aquí es que uno viajaba para conocerse a sí mismo, para conocer el ancho mundo o para servir a su Seigneur o superior religioso. Un encuentro entre el ser humano y el mundo es la esencia de un viaje a Dios, pero también a buscar un nuevo mercado o para la penitencia.

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La penitencia era el motivo más grande de los viajes. El ser humano medieval quería asegurar su salvación después de la muerte encima de cualquier otro motivo. El rey Henry II de Inglaterra quería expiarse del pecado del homicidio, por haber ordenado el asesinato del S. Tomás a Becket, arzobispo de Canterbury. Así, bajo la pena de excomulgación (él mismo y toda Inglaterra), el rey Henry hizo un peregrinaje para pedir perdón al papa en el lugar donde estaba en este entonces. El rey comenzó su penitencia montado en un caballo. Pero a tres millas de su objetivo, desmontó y caminó lo demás de la ruta y, según el que escribió la crónica, Roger de Hoveden, “caminaba descalzo dejando marcas de sangre en las piedras filudas del camino”. Si un rey era capaz de esta penitencia, demuestra la preocupación de toda una sociedad.

Actos de penitencia, junto con la eventualmente inevitable búsqueda de mercados en el comercio, no eran lo único que impulsó a la gente medieval. Los avances tecnológicos —como mapas, astrolabios, brújulas— hicieron posible la introducción de la navegación en los océanos a una distancia de las costas Atlánticas. Las islas Canarias, las islas del Cabo Verde y los Azores fueron descubiertos y ocupados. Estas islas provocaron la imaginación frenética de poblaciones enteras. Eventualmente fueron utilizadas para la trata de esclavos en camino forzoso para venderlos hacia los mercados del Viejo Continente y más tarde hacia el Nuevo Mundo. La avaricia, el orgullo de exploradores, la curiosidad y el dinero eran, a finales de la Edad Media, también motivos importantes en los renacimientos en que se buscaban la gloria y fama.

Ibn Khordadbeh, maestro y jefe encargado de correos del imperio Abassid en el siglo IX, escribió de mercaderes que sabían los idiomas de Persia, Grecia, Arabia; los dialectos de Francia y España e idiomas de los eslavos además de latín. Viajan, nos dice, desde el Occidente hasta el Oriente, algunas veces por tierra, otras veces por mar. Recogen esclavos, eunucos, seda, pieles y espadas. Dejando las orillas del mar Mediterráneo, dice el maestro, y buscaban a Port Said, donde cargan sus bienes en la espaldas de animales. En Suez toman el barco nuevamente y viajan a las regiones de Medina y Mecca, después a la India y a China. Nos cuenta que trajeron alcanfor, sábila, canela y otras especias. De vuelta viajan a Constantinopla, dice Ibn Khordadbeh, y otros viajan al “país de los francos”, mientras los mercaderes judíos viajaban a Antioquía y Baghdad, y los normandos hacia los países balcanes y eslavos, a Bizancio y a “la Rus”.
Estudiantes viajaban continuamente buscando maestros como Pedro Abelardo, Anselmo de Laon y otros. Viajaban en grupos para encontrar a alguien con quien poder estudiar y aprender, y para conformar las corporaciones que llegaron a formar las universidades, esta última una institución más medieval, espacio eclesial, con todos los estudiantes tonsurados y en órdenes menores.

El viaje de los magos, pintura del siglo XV de Sassetta (Stefano de Giovanni). Metropolitan Museum, Nueva York.

Hemos visto que en este mundo la condición normal en un mundo rural completamente dominado por la agricultura era la estabilidad de una vida sedentaria. Pero la otra mitad de la dialéctica era el movimiento constante de viajar por penitencia u otros motivos religiosos e intelectuales. Pero también hemos visto que había movimiento constante en un mundo en el que la idea de una nación no se había establecido; coexistió con las raíces de las aldeas y la inmovilidad, que eran las redes transnacionales, particularmente en los reinos intelectuales y religiosos que prevalecieron por casi diez siglos. Pero este movimiento, durante la mayoría de la Edad Media, no era tanto de viajar, sino de trasladarse por necesidad, especialmente por el creciente reino del comercio que los llevó a inventar la contaduría de doble entrada. En realidad, era de triple entrada porque usualmente había una columna para un socio no de esta tierra a la que siempre se le pagaba diez por ciento. Era el diezmo para Dios, para evitar el pecado de usura y así salvar el alma del banquero o mercader cristiano.

Cuando leamos de los héroes brillantes y llamativos como Jacques Coeur, Marco Polo o Cristóbal Colón, también se puede considerar que, durante todos los casi diez siglos de la Edad Media, la mayoría de los seres humanos estaban normalmente pegados al espacio de su propio mundo terrenal, en el que vivían y trabajaban en su pequeña parcela en la economía primordialmente agrícola de Europa medieval. Y aunque no viajaban por el espacio, los que trabajaron la tierra o los artesanos fueron gente que hicieron otro viaje en el tiempo que los llevó no a tierras exóticas, si no a su Dios.