Una editorial neoyorquina y dos intelectuales salvadoreños del siglo XIX

En la segunda mitad del siglo XIX, un sello editorial de Nueva York inició una fuerte ofensiva comercial para posicionar sus libros en Centroamérica mediante la publicación en castellano de textos de autores locales.

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A la izquierda, el Dr. José Darío González Guerra (San Vicente, 1833 - San Salvador, 1910), en una fotografía hecha hacia 1880 en la ciudad de Guatemala. Grabado metálico de la fábrica de D. Appleton & Co, donde en 1868 estaban instalados sus talleres de impresión movidos a vapor. Imagen proporcionada por la New York Public Library, NYPL.

Por Carlos Cañas Dinarte

2021-12-04 5:45:01

En 1813, Nathan Daniel Appleton (1785-1849) se trasladó de su natal Haverhill (Massachusetts), hacia el número 21 de la Broad Street, en Boston. Con pocos años de escolaridad formal realizados, abrió un almacén de variedades y regalos de ocasión, entre las que se encontraban volúmenes impresos e importados desde Gran Bretaña. Doce años después, movió su sede comercial a la pujante Nueva York, donde el departamento de venta de libros quedó a cargo de su hijo mayor William Henry (1814-1899), uno de los ocho descendientes que procreó con Hannah Adams Falkner (1791–1859), con quien contrajo nupcias en 1813.

Establecido su negocio en la calle Beekman de la neoyorquina Clinton Hall, inició su negocio editorial en 1831, bajo el sello comercial D. Appleton & Co., cofundado con su cuñado Jonathan Leavitt. Una década más tarde lo diversificó con la publicación de libros ilustrados y apropiados para los públicos infantil y juvenil de lengua inglesa.

Firma en cliché y grabado metálico del rostro de Nathan Daniel Appleton, fundador del sello editorial que ostentó su apellido y cuya presencia llega hasta el presente. Imagen digital cortesía de la NYPL.

Sin embargo, pronto se dio cuenta de que al centro y sur del continente existía un amplio mercado potencial para sus productos editoriales. Así, desde 1845 comenzó una ofensiva de ventas de sus productos en diversos países de Latinoamérica, pero esas labores quedaron en manos de sus hijos y nietos, porque llegaron el retiro (1848) y fallecimiento (1849) de Nathan Daniel Appleton. De esa manera, las riendas del negocio pasaron a los socios y hermanos William Henry, John Adams Appleton (1817–1881), George Swett Appleton (1821–1878), Daniel Sidney Appleton (1824–1890) y Samuel Francis Appleton (1826–1883). A ellos correspondió la apertura de negocios en la Nicaragua de la ruta Vanderbilt y en la costa centroamericana del Pacífico.

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Grabado metálico de la sala de ventas de D. Appleton & Co, en 1856. Imagen cortesía de la New York Public Library, NYPL.

En 1861, la firma se trasladó a los números 346-348 de Broadway y 443-445 de la calle Leonard Street, donde su catálogo de libros escolares, académicos y universitarios abarcaba lenguas como el inglés, griego, latín, francés, italiano, hebrero, sirio y castellano. Para entonces, la empresa ya contaba con su propia fábrica de impresión, con maquinaria industrial movida por vapor y con decenas de operarios expertos en tipografía, impresión, cosido, encuadernado, pegado y demás elementos necesarios en los servicios editoriales.

Para 1868, D. Appleton & Co. se trasladó a su propio edificio en los números 90-92 de la Grand Street. Al año siguiente, comenzó a imprimir y vender libros infantiles ilustrados de autores hispanos como Chanchito, Banquete de chupete, Tía Pasitrote, Tomasito Pulgar y su madre, Doña Panfaga o El Sanalotodo, etc. Para entonces y desde un año antes, ya en su catálogo (impreso año con año desde 1841) figuraban varios libros del inglés Charles Dickens —el creador que volvió a poner de moda la fiesta de la Navidad— y su respetada y multipublicada Nueva Enciclopedia Americana, al igual que cientos de títulos dedicados a literatura de viajes y guías de turismo, diccionarios especializados y generales, historia estadounidense y mundial, atlas, libros de texto, geografías escolares y mapas, manuales diversos, revistas, libros de medicina, ingeniería y otras materias universitarias y las producciones intelectuales de autores como Herbert Spencer, Lewis Carroll (autor de Alicia en el País de las Maravillas), Ephraim George Squier (fundamental en los estudios centroamericanistas del siglo XIX), John Tyndall, Charles Darwin, William Tecumseh Sherman, Rudyard Kipling, Henry James, Edith Warthon, Susan Ertz, Stanford White, Thomas Henry Huxley, Ulrich Bonnell Phillips, Jefferson Davis, John Jacob Astor, Eugene O’Neill, Edith Wyatt, Zona Gale y el médico y químico Dr. Juan García Purón (1852-1912).

En 1871, sendos movimientos militares de corte liberal derrocaron a los regímenes presidenciales de Guatemala y El Salvador. Con ellos llegaron las ideas del positivismo y naturalismo, importadas por intelectuales como Santiago Ignacio Barberena, Ireneo Chacón, Darío González, David Joaquín Guzmán Martorell, Antonia Navarro Huezo, Alberto Sánchez y más. En el cielo y en la tierra, todo debía ser medido y pasado por la razón. Nada podía quedar fuera de las lentes de las ciencias exactas y se debía renovar por completo los contenidos curriculares de las escuelas, institutos nacionales y universidad en las dos repúblicas vecinas. En las siguientes tres décadas, los exilios mutuos ayudarían a esparcir esas semillas renovadoras y a cuestionar conocimientos importados, como ocurrió con algunas obras del astrónomo y místico francés Camille Flammarion.

El médico vicentino Dr. Darío González Guerra (1833-1910) fue uno de los autores centroamericanos que entraron en contacto con D. Appleton & Cía., dirigida entonces por el nieto del fundador, William Worthen Appleton, en su nueva sede de la calle Bond Street. El prestigio académico del intelectual positivista -introductor de los rayos X en la región centroamericana, en 1896- y su relación con diversos gobiernos de la zona lo volvieron un autor preferido para diseñarle, imprimirle (o reeditarle) y comercializarle sus libros de texto de variadas materias, para consumo entre los escolares de educación secundaria de El Salvador y Guatemala, tanto del sector privado como del público, dado que los regímenes solían comprar volúmenes para las bibliotecas escolares.

Entre los libros de texto que D. Appleton & Cía. le publicó al Dr. González Guerra se cuentan Aritmética elemental para la enseñanza en las escuelas y colegios de Centro-América (La primera impresión fue hecha en 1874. La de Nueva York, realizada en 1881, en un volumen de 181 páginas, fue la cuarta edición, notablemente corregida y aumentada), Libro de lecturas de conocimientos útiles para las clases superiores de las escuelas (1885, 114 páginas), Principios generales de mecánica para la enseñanza en los institutos y colegios de Centro-América (libro publicado originalmente en 1872, fue reeditado por D. Appleton & Cía. en 1885, 120 páginas) y Estudio histórico y geográfico de la República del Salvador, seguido de algunos datos estadísticos (1894, 569 páginas).

Mientras eso ocurría con los libros del Dr. González Guerra, algunos de sus competidores, como los educadores José María Cáceres (1818-1889) y Guillermo J. Dawson Meza (1855-1897), publicaban sus geografías, mapas y libros de texto con los sellos editoriales Garnier Hermanos, F. Aureau y Hachette, establecidos en la capital francesa. Lo curioso del caso es que Cáceres también había sido cliente autoral de D. Appleton & Cía., con la que en 1882 publicó brevísimos libros escolares como Tratado especial teórico y práctico de puntuación y acentuación ortográfica (67 páginas) y Opúsculo sobre cómputos cronológicos y eclesiásticos (88 páginas), para uso exclusivo dentro de su Liceo de Santo Tomás, abierto en la ciudad de Santa Tecla.

Por las mismas fechas, otros intelectuales y académicos de El Salvador y del resto de países centroamericanos comenzaron a establecer contactos con otras editoriales en Oakland y San Francisco (California), Londres, Madrid, Barcelona y Buenos Aires. La guerra comercial de los libros de texto para la región había comenzado. Ninguno de esos autores viviría lo suficiente para ver su desenlace antes de la Gran Guerra.

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En 1890, D. Appleton & Co. se convirtió en una de las marcas que cofundaron a la American Book Company, pero la espuma del crecimiento duró poco. Una década después, la antigua firma estaba en crisis y se fue a la bancarrota. En 1900, tuvo que ser intervenida por Metropolitan Trust Company y vendió su revista Popular Science para inyectar capital a sus debilitadas arcas, pagar acreedores y seguir adelante. En las siguientes dos décadas, a su sede de Nueva York uniría las sucursales en Chicago y Londres, pero su presencia comercial en Hispanoamérica había decaído mucho para entonces. La crisis financiera de 1929 terminaría de cerrar esas oportunidades de mercado.

El edificio de la empresa en la Grand Street aún existe en la ciudad de Nueva York, donde forma parte protegida de su patrimonio histórico y cultural. Grabado metálico proporcionado por la NYPL.

Para aguantar esa crisis económica de impacto planetario, la firma se fusionó en 1933 con The Century Company (1870), lo que dio paso al sello comercial D. Appleton-Century Company, Inc., conducido hasta su muerte por Edward Dale Appleton (1857-1942). En 1945 vendió parte de su negocio a Revell Publishing y, tres años más tarde, la compañía se unió con la empresa F. S. Crofts Co. Inc. (1924), para dar paso a Appleton-Century-Crofts. Desde la década de 1960 hasta el presente, ese legado editorial -activo e histórico- pertenece al inmenso conglomerado comercial representado por el sello Prentice-Hall-Savvas Learning, fundado en 1913 y que en la actualidad es la mayor casa editorial de libros de texto de los Estados Unidos, con una importante presencia en diversos países y territorios hispanoamericanos.

El autor agradece el apoyo brindado por la Universidad Pedagógica de El Salvador para la realización de una investigación mayor, de la que se desprende este resumen.