Portada de la edición original del libro El enigma de la Atlántida, del coronel Bragin. Su contenido fue cuestionado con severidad por el escritor Lyon Sprague de Camp (1907-2000) en su obra Lost Continents (1954 y 1970).
Para el coronel Bragin, los trabajos de excavación de Sol y Baratta, así como la consulta de otras colecciones de piezas arqueológicas resultaron providenciales para apoyar sus teorías del origen atlante de las culturas mesoamericanas y latinoamericanas en general. Aunque había viajado por Perú, Bolivia, México y otros países y territorios con mucha cultura ancestral, fueron una cabeza y una estatuilla de barro encontradas en Cihuatán las que lo estremecieron e impactaron, al grado tal que las usó en la portada y portadilla de su libro El enigma de la Atlántida, publicado primero en francés (París, Payot, 1939, 318 págs.), después en inglés (New York, E. P. Dutton & Co, 1940, 288 págs.) y castellano (Buenos Aires, Losada, 1944, 351 págs., con traducción de Luis Echavarri). En el capítulo XII, el coronel Bragin dejó anotado que examinar esa cabecita y figurilla de barro le dejaba la sensación de estar ante la evidencia palpable de la presencia egipcia en aquel sitio de El Salvador precolombino. Lejos estaba él de suponer que modernas dataciones fechan el poblamiento de Cihuatán entre los años 800 y 1200 de la era cristiana, con un final muy violento, que implicó la destrucción de infraestructura religiosa y el incendio de buena parte de la urbe a manos de unos enemigos desconocidos hasta la fecha, que realizaron su labor devastadora en los años posteriores al colapso de la civilización maya.
De la visita del coronel Bragin a Cihuatán queda una foto borrosa, tomada por Aníbal Salazar Serrano. En ella puede verse al inquieto ruso junto a un grupo, en el que se destaca su esposa, el cónsul Gissot y su consorte, así como el Dr. Emeterio Óscar Salazar Serrano -rector de la Universidad y vocal de la Junta Organizadora del Museo Nacional- y la millonaria tecleña Carmela Gallardo. En esa imagen puede verse parte de la base del templo, expuesta durante las excavaciones de Sol y Baratta. Por la acción de los elementos naturales, esa parte de esa estructura arqueológica no logró subsistir hasta la segunda década del siglo XXI.
Al hacerse esa foto en Cihuatán, el cónsul Gissot ni siquiera imaginaba que la historia le tenía reservado un alto lugar en el futuro. Diplomado de la Escuela Superior de París, sobrevieviente del maremoto de Valparaíso (Chile, 1906), oficial de la Academia Francesa a los 25 años de edad y diplomático francés durante la segunda república española (1931-1936), en junio de 1940 fue nombrado vicecónsul honorario de Portugal en Toulouse. Ese cargo se lo otorgó el propio Arístides de Sousa Mendes, diplomático portugués que dirigió una de las más grandes operaciones de rescate de personas perseguidas por los nazis durante la II Guerra Mundial. Gissot fue parte de esa red de rescate, que le valió a su gestor principal el nombramiento de Justo entre las Naciones por parte del pueblo y estado de Israel.
Gracias al trabajo arqueológico, en el presente ya nadie cree que los antiguos habitantes de Cihuatán fueran descendientes de atlantes o egipcios antiguos. Los avances hechos en ese sitio arqueológico son notorios, pero la historia de esa urbe prehispánica, sus moradores, su desarrollo integral y su desaparición aún permanecen en áreas oscuras, que requieren más profundidad e inversión por parte de los gobiernos central y local, así como aportes privados y de cooperación internacional. A pocas decenas de kilómetros de San Salvador, la arqueología y la historia se dan la mano para desentrañar los enigmas de un pueblo perdido en el tiempo y la memoria.
Desde 1939 hasta 2016, el libro del coronel Bragin llevaba casi 30 ediciones, traducidas y publicadas en cinco idiomas. De la mayor parte de ellas, hace años que desapareció la portada con la figurilla extraída de Cihuatán.