Cihuatán: ¿restos de la poderosa Atlántida?

Desde sus diálogos Timeo y Critias, el filósofo griego Platón ha mantenido encendida la imaginación de miles de personas que, a lo largo del tiempo, han sostenido la existencia histórica de civilizaciones míticas como la Atlántida y Mu.

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Sitio arqueológico de Cihuatán, del municipio de Aguilares. Foto EDH / Archivo

Por Carlos Cañas Dinarte

2019-08-02 7:30:59

En 1928, el gobierno salvadoreño presidido por el abogado Dr. Pío Romero Bosque padre autorizó una pequeña partida presupuestaria para que se hicieran excavaciones en el sitio arqueológico Cihuatán, en una zona rural al norte del departamento de San Salvador. Los trabajos fueron encomendados al arqueólogo aficionado Antonio E. Sol y al arquitecto italiano Augusto César Baratta del Vecchio.

Al remover la tierra de los montículos, Sol y Baratta pusieron al descubierto la base de un templo en el centro ceremonial poniente, el denominado P-7. Además, trabajaron en la estructura P-5, el juego de pelota mesoamericana de aquel enorme complejo de edificaciones prehispánicas, cuyos primeros reportes de la época contemporánea databan de 1859 y 1878, cuando viajeros europeos reportaron la existencia de aquellos vestigios sin examinarlos a profundidad.

 

De izquierda a derecha aparecen el cónsul Gissot, el coronel Bragin, las esposas de ambos, el doctor Salazar Serrano y la señorita Gallardo. Foto tomada de la página de Facebook del Parque Arqueológico Cihuatán.

Del fondo de la tierra, Sol y Baratta extrajeron varias figuras de jaguar, que en la actualidad se encuentran en paradero desconocido. Aquellos hallazgos estimularon la imaginación de otros intelectuales salvadoreños y del mundo. En ese mismo año, el polígrafo migueleño Francisco Gavidia realizó un viaje al sitio de excavaciones, mientras que al año siguiente el explorador y etnólogo francés Paul Rivet (1876-1958) fue invitado a recorrer la zona durante su primera llegada a El Salvador. Ambas visitas serían registradas por las lentes y bromuros de Aníbal Jesús Salazar Serrano (1884-1957), uno de los pioneros nacionales de la fotografía y del cine documental, quien a la sazón era el propietario de la Fotografía Mexicana, en el centro capitalino.

Los descubrimientos hechos por aquella primera temporada de excavaciones en Cihuatán hicieron que el gobierno emitiera un decreto ejecutivo, el 12 de noviembre de 1928, por el que fundó el Departamento de Historia adscrito al Ministerio de Instrucción Pública, que, junto a las carteras de Relaciones Exteriores, Justicia, Beneficencia y Sanidad encabezaba el abogado Dr. Francisco Martínez Suárez. Al frente de esa nueva estructura administrativa de la cultura nacional fue puesto el arqueólogo Antonio E. Sol.

El sábado 1 de diciembre de ese mismo año, un acuerdo del Poder Ejecutivo estableció una Junta Promotora y Organizadora del Museo Nacional. Aunque su fundación databa de octubre de 1883, el Museo había tenido una vida azarosa y, para aquellas fechas, se encontraba cerrado, luego de que su edificio en la Finca Modelo (ahora Parque Zoológico Nacional) fuera ocupado desde 1927 por la recién fundada Escuela Militar.

Francisco Gavidia (izq.) en Cihuatán. Foto extraída de la revista Excelsior (San Salvador, 1928).

La presidencia de esa junta fue confiada a Francisco Gavidia, mientras que el Dr. Modesto Castro ocupó la vicepresidencia. Además, los doctores Emeterio Óscar Salazar Serrano (abogado, coleccionista de piezas arqueológicas y rector de la Universidad de El Salvador del 1 de enero de 1929 al 30 de junio de 1931) y Julio Enrique Ávila (poeta, químico y político), el ingeniero Pedro Salvador Fonseca, el Dr. Guillermo Trigueros, Salvador Gallegos, Roberto Álvarez D. y el fotógrafo Aníbal J. Salazar Serrano fueron designados vocales. El otrora rector de la Universidad, Dr. Víctor Jerez, fue síndico y Alberto González Latorre (hijo del destacado intelectual vicentino Dr. Darío González Guerra) fue nombrado secretario. Los trabajos de esa junta dieron como resultado que, a partir del 3 de mayo de 1930, fue abierto al público el primero de los nuevos pabellones del Museo al interior de la Finca Modelo.

En 1930, esa junta y la Universidad de El Salvador se convirtieron en las entidades anfitrionas de un viajero distinguido. Un explorador ruso deseaba visitar la zona de excavaciones de Cihuatán y apreciar todos los objetos arqueológicos extraídos, así como poder visitar algunas colecciones arqueológicas en manos privadas, como las de Justo Armas y el Dr. Salazar Serrano.

Antonio Sol durante sus excavaciones en Cihuatán. Fotos extraídas de la revista Excelsior (San Salvador, 1928), por cortesía de la Biblioteca Especializada del Museo Nacional de Antropología Dr. David J. Guzmán (Muna).

El ilustre visitante era el coronel Aleksandr Pavlovich Bragin (o Braghine, en modo afrancesado), nacido en Moscú, en 1878. Integrante del ejército imperial ruso, tomó parte en muchas batallas, como las de la guerra de los bóxer en China (1899-1901), la guerra ruso-japonesa (1904-1905), la Primera Guerra Mundial (1914-1918, en la que fue jefe de contraespionaje del zar Nicolás) y la guerra civil rusa, en la que participó dentro de la Armada Blanca contra los bolcheviques. Con este propósito, desarrolló una misión naval en Irán, en 1920, poco tiempo antes de exiliarse en Francia, Reino Unido y Brasil, país suramericano cuya nacionalidad adoptaría y en el que fallecería en 1942.

En 1924, el coronel Bragin ya era considerado uno de los principales expertos mundiales en el continente legendario de la Atlántida, cuya existencia defendió a capa y espada en varias de sus conferencias, artículos y libros, aunque su atlantismo dio lugar a una teoría lemúrica, al sostener que otra civilización continental perdida era la de Mu, muy semejante en desarrollo y destino trágico que la de aquella isla enorme descrita por Platón en sus famosos diálogos.

Gracias a la predominancia social de corrientes de pensamiento como la masonería, la teosofía y el ocultismo, la figura del coronel Bragin no resultaba del todo disonante ante aquellos intelectuales salvadoreños de la década de 1920. Por eso, aceptaron gustosos el encargo de apoyarlo en sus investigaciones, ahora consideradas anticientíficas y poco menos que disparatadas, igual que las emprendidas por ordenes de Heinrich Himmler a fines de la década de 1930 por diversos exploradores del régimen nazi.

A aquel entusiasmo grupal salvadoreño se unió el del cónsul de Francia en San Salvador, Émile Auguste Charles Blaise Gissot Lapeynère (Fleurance, 03.febrero.1882-Toulouse, 10.noviembre.1953), cuyo nombramiento en ese cargo diplomático fue aceptado por el gobierno salvadoreño, mediante documento legal expedido el 17 de noviembre de 1928. El cuadro diplomático francés en suelo salvadoreño lo completaba Eugène-Georges Lecomte -enviado extraordinario y ministro plenipotenciario del gobierno encabezado por el presidente de la República Francesa Gaston Doumergue (1863-1937)-, quien fue recibido por el mandatario Romero Bosque p. en el Salón Rojo de la Casa Presidencial (calle Delgado, San Salvador) a las 10:00 horas del miércoles 1 de enero de 1930.

Portada de la edición original del libro El enigma de la Atlántida, del coronel Bragin. Su contenido fue cuestionado con severidad por el escritor Lyon Sprague de Camp (1907-2000) en su obra Lost Continents (1954 y 1970).

Para el coronel Bragin, los trabajos de excavación de Sol y Baratta, así como la consulta de otras colecciones de piezas arqueológicas resultaron providenciales para apoyar sus teorías del origen atlante de las culturas mesoamericanas y latinoamericanas en general. Aunque había viajado por Perú, Bolivia, México y otros países y territorios con mucha cultura ancestral, fueron una cabeza y una estatuilla de barro encontradas en Cihuatán las que lo estremecieron e impactaron, al grado tal que las usó en la portada y portadilla de su libro El enigma de la Atlántida, publicado primero en francés (París, Payot, 1939, 318 págs.), después en inglés (New York, E. P. Dutton & Co, 1940, 288 págs.) y castellano (Buenos Aires, Losada, 1944, 351 págs., con traducción de Luis Echavarri). En el capítulo XII, el coronel Bragin dejó anotado que examinar esa cabecita y figurilla de barro le dejaba la sensación de estar ante la evidencia palpable de la presencia egipcia en aquel sitio de El Salvador precolombino. Lejos estaba él de suponer que modernas dataciones fechan el poblamiento de Cihuatán entre los años 800 y 1200 de la era cristiana, con un final muy violento, que implicó la destrucción de infraestructura religiosa y el incendio de buena parte de la urbe a manos de unos enemigos desconocidos hasta la fecha, que realizaron su labor devastadora en los años posteriores al colapso de la civilización maya.

De la visita del coronel Bragin a Cihuatán queda una foto borrosa, tomada por Aníbal Salazar Serrano. En ella puede verse al inquieto ruso junto a un grupo, en el que se destaca su esposa, el cónsul Gissot y su consorte, así como el Dr. Emeterio Óscar Salazar Serrano -rector de la Universidad y vocal de la Junta Organizadora del Museo Nacional- y la millonaria tecleña Carmela Gallardo. En esa imagen puede verse parte de la base del templo, expuesta durante las excavaciones de Sol y Baratta. Por la acción de los elementos naturales, esa parte de esa estructura arqueológica no logró subsistir hasta la segunda década del siglo XXI.

Al hacerse esa foto en Cihuatán, el cónsul Gissot ni siquiera imaginaba que la historia le tenía reservado un alto lugar en el futuro. Diplomado de la Escuela Superior de París, sobrevieviente del maremoto de Valparaíso (Chile, 1906), oficial de la Academia Francesa a los 25 años de edad y diplomático francés durante la segunda república española (1931-1936), en junio de 1940 fue nombrado vicecónsul honorario de Portugal en Toulouse. Ese cargo se lo otorgó el propio Arístides de Sousa Mendes, diplomático portugués que dirigió una de las más grandes operaciones de rescate de personas perseguidas por los nazis durante la II Guerra Mundial. Gissot fue parte de esa red de rescate, que le valió a su gestor principal el nombramiento de Justo entre las Naciones por parte del pueblo y estado de Israel.

Gracias al trabajo arqueológico, en el presente ya nadie cree que los antiguos habitantes de Cihuatán fueran descendientes de atlantes o egipcios antiguos. Los avances hechos en ese sitio arqueológico son notorios, pero la historia de esa urbe prehispánica, sus moradores, su desarrollo integral y su desaparición aún permanecen en áreas oscuras, que requieren más profundidad e inversión por parte de los gobiernos central y local, así como aportes privados y de cooperación internacional. A pocas decenas de kilómetros de San Salvador, la arqueología y la historia se dan la mano para desentrañar los enigmas de un pueblo perdido en el tiempo y la memoria.

Desde 1939 hasta 2016, el libro del coronel Bragin llevaba casi 30 ediciones, traducidas y publicadas en cinco idiomas. De la mayor parte de ellas, hace años que desapareció la portada con la figurilla extraída de Cihuatán.