¿Cuáles asuntos caben en una hoja de papel?

“Una buena carta es el dibujo más natural de los asuntos. Es el espejo más lúcido”. Alessandro Mola en una carta a Lorenzo Poggioulo, febrero 146.

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Retrato de un joven sosteniendo una carta, un óleo sobre tabla de Rosso Fiorentino, realizado en 1518, ahora en la National Gallery de Londres.

Por Katherine Miller Doctorado en Estudios Medievales y Renacentistas de UCLA.

2021-01-30 10:05:09

La correspondencia del Renacimiento en Florencia era un arte exquisito. Fue considerado un arte igual de delicado e ingenioso como las pinturas de Giotto, Fra Angélico, Rafael, Michelangelo y todos los demás artistas del florecimiento del humanismo, de la guerra, del comercio y del arte durante los renacimientos. El trasfondo social en el cual fueron hechas las grandes recopilaciones de correspondencia renacentistas tuvo un carácter recio, bello, violento y sangriento. Es en este ambiente, tan parecido a la vida actual que los protagonistas de este reflorecimiento de la cultura, la política y la vida personal escribieron sus cartas. La vida de Florencia era tan mezclada con la creación de imperios de los banqueros y comercio, con tortuosos tejidos de vendetas, o con amores y odios, que tal vez llevaban el olor de sangre y de rosas.

El tema de ahora es que la correspondencia en este entonces, así como hoy, se confeccionó en este ambiente y por medio de estos instrumentos misteriosos: las palabras. Las palabras en una carta puedan colapsar la distancia entre las expresiones de la vida interior de una persona y otra. El mundo epistolar de los renacimientos presentó ocasiones para la captura de esta belleza, de las emociones y de relaciones personales. O pudo haber expresado intrigas de negociaciones políticas. Hasta pudo haber tratado de alianzas matrimoniales que transformarían la política exterior de una ciudad. También los sobres pudieran haber llevado las semillas de contratos comerciales de mucha altura afectando la economía total de una república y su población. Existen colecciones de cartas en que se percibe el manejo de las conspiraciones vengativas como la de la familia Pazzi contra la dinastía de los Medicis que se mueven, como el movimiento de placas tectónicas en un terremoto, cambiando, reforzando o eliminando relaciones de poder político. La correspondencia, como menciona Alessandro Mola en la cita arriba, era un espejo de los tiempos.

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Si imaginamos la historia de la correspondencia como un palacio, hay muchos salones y bibliotecas que nos puede conducir a conocer la vida íntima compartida por escrito con un amigo. Pero también hay cartas que describen la planificación de venganzas en las calles o las celebraciones en las esferas más altas del poder del estado.

Escogemos el momento en que esta clase de asuntos se estaban gestionando en los siglos XIV y XV cuando los renacimientos comenzaron a florecer paulatinamente, por etapas, en la conformación de una república como, por ejemplo, Florencia. Son los tiempos de los grandes humanistas cívicos como el canciller de la república de Florencia, Coluccio Salutati (1331-1406); el historiador y estadista Francesco Guicciardini (1483-1540); Franceso Vettori (1474-1538), el Magnífico Embajador ante el Sumo Pontífice y amigo de Nicoló Maquiavelo (1469-1527). Las destrezas elocuentes de estos humanistas expresados en sus cartas diplomáticas y personales siempre provienen de los romanos—especialmente de Cicerón y Quintiliano. Pasaban de mano en mano por los siglos medievales y renacentistas hasta que podemos ver la defensa de la argumentación por medio de los siete artes liberales en las obras de Juan de Salisbury en el siglo XII.

Retrato de dos amigos. Po Jacopo Pontormo (ca. 1524) Collezione Vittorio Ciii

Juan de Salisbury, y muchos otros filósofos y comentaristas, proporcionaron modelos de cartas, recopilados en manuales, como las que escribieron los humanistas cívicos que buscaban las raíces de su identidad en sus ancestros romanos. Aparecen en los estantes y libreros de los salones renacentistas de este palacio en que se almacena la correspondencia de muchos siglos, las cartas de los primeros protagonistas culturales de este arte epistolar como Francesco Petrarca (1304-1374) y Poggio Bracciolini (1380-1459).

Petrarca y Poggio, como humanistas que eran, viajaban incesantemente visitando la red extensa de centros culturales tendida por la Reforma Benedictina durante el reino de Carlomagno. Los monasterios benedictinos guardaban escritos antiguos. Es en ellos que gente así como Petrarca y Poggio buscaron manuscritos y documentos de su herencia romana, copiados como parte de las disciplinas ordenadas por la Regla de San Benito.

Petrarca visitaba los centros donde almacenaban la cultura en lugares como la Abadía de Montecassino, y otros, y descubrió, primeramente, copias en forma de manuscritos de las Epistolae Familiares de Cicerón, es decir, las Cartas Familiares de Cicerón. Estos manuscritos no son copias de las oraciones públicas de su vida como abogado y cónsul de Roma. Son sus cartas privadas, personales y familiares que demuestran algo nuevo y desconocido: las emociones, su vida en familia, cartas a sus hijos y al enorme número de sus amigos en puestos prestigiosos y revelan una nueva manera de escribir.

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En estas cartas Cicerón, el gran ancestro romano, produce, en su prosa, un ambiente de intimidad con él mismo. Como resultado, crece el epíteto que los medievales aplicaron a Marco Tulio Cicerón. Ahora, con el descubrimiento de su correspondencia Ad Familiares, el ancestro romano se convierte en un amigo cercano. La gente lo llamaban “Don Tully”, por cariño.

Petrarca imita este estilo nuevo que es ilustrado magníficamente en las cartas familiares de Cicerón, que presentaban posibilidades de examinar la vida interior. Petrarca pasa estas cartas a los humanistas de toda Europa. Las envía a amistades, como Coluccio Salutati, canciller de Florencia y humanista cívico por excelencia. Estos envíos de Petrarca provocan una ola de expresión completamente nueva sobre la expresión de la vida íntima por escrito. Ya no son las exposiciones rotundas y públicas en latín. Ahora hay una apertura psicológica, regalo de los romanos. Más tarde, un mercader, diplomático y participante en las cruzadas, Ciriaco de Pizzicoli d’Ancona (1391-1452) pudo escribir, siguiendo a Petrarca, que “es mi vocación despertar a los muertos”, indicando su pasión por resucitar el mundo antiguo de las escrituras e inscripciones de los griegos y romanos como modelos.

Retrato de Laura Gonzaga en verde (1581), atribuido a Lavinia Fontana. Colección privada de Galerie Canasso, París.

Poggio Bracciolini también visitaba los monasterios con el mismo objetivo que Petrarca. En los sótanos y salones de bibliotecas de los antiguos monasterios, escribe Poggio en sus cartas, los libros mismos, encadenados a los podios y estantes para que no los robaran–tan caros y magníficos que eran–lo llamaron con voz humana como que fueran prisioneros en una cárcel o pacientes en un hospital. Lo llamaron, dice, para que los llevara y los leyera. Tan experta y refinada era la correspondencia del amigo de Poggio a quien escribió incesantemente sobre el arte epistolar, Coluccio Salutati, el humanista cívico por excelencia en el manejo del gobierno de Florencia durante las Guerras Italianas, que sus cartas cobraron una fuerza a tal grado que el poderoso condottiere militar, Gian Galleazzo Sforza, de Milano dijo que “una carta de Salutati valía un escuadrón de caballería”. Otros humanistas como Leon Battista Alberto, (1404-1472) comenta que “es ameno que un embajador o un mercader de altura siempre debe tener sus manos teñidas de tinta por estar atendiendo su correspondencia. Esta es la muestra de un hombre ideal en los asuntos florentinos”. (Comentario de Leon Battista Alberto, citado en la recopilación de correspondencia del Mercado de Prato: Francisco de Marco Datini 1335-1410 (editado por Iris Origo, 1957).

Las cartas personales de intimidad entre amigos llegaron a conformar todo un género nuevo que se acercó a un arte. Fueron coleccionadas, editadas y hechas públicas. Están disponibles hoy en ediciones actuales. Hasta revelan como utilizaron expresiones de doble sentido y la creación de una máscara que pudo o disfrazar o revelar lo que el escritor deseaba hacer público. Parecía que no había límite a la ingenuidad y manipulación de espacios que no eran ni concebibles anteriormente. Cartas de índole literaria, comercial, política, religiosa, cultural, social y militar transformaron las palabras en instrumentos tan poderosos que inspiraban a las sociedades renacentistas a considerar en serio la lectura, la escritura y el arte de recibir y enviar cartas como una faceta esencial de su identidad.

El papel que jugaba este nuevo arte epistolario en el desarrollo del comercio internacional de larga distancia en el mundo mediterráneo fue descubierto hasta el siglo XX. Es la colección enorme de correspondencia encontrada en el depósito de correspondencia de mercaderes judíos de la ciudad antigua de Alejandría, pegado geográficamente a el Cairo en Egipto. La colección encontrada es conocida como la del Genizah del Cairo. En esta colección hay cartas de negocio, notas religiosas y correspondencia personal y familiar en un genizah, una especie de buhardilla donde se había almacenado correspondencia desde el siglo VIII hasta el siglo XIX. Tan importante son las cartas en esta gran cantidad de material epistolar de Alejandría que proveen un panorama del desarrollo comercial e individual de la vida en toda la cuenca del Mediterráneo durante más de mil años.

Para enseñar a las sociedades europeas, había cantidades de manuales sobre como escribir cartas del género que se denominaba ars dictaminis—el arte de expresarse. En estos manuales se encuentran guías para la composición de cartas apropiadas y efectivas de muchas índoles. Proveen cartas modelos como ejemplos, usualmente tomadas de los Ad familiares de Cicerón. Así que no faltaba maneras de aprender como escribir cartas de toda clase. Como nadie viene al mundo sabiendo como practicar este arte epistolar que es tan exquisito y tan poderoso, tomamos nota que los clérigos, maestros, estudiantes, hijos de aristócratas aprendieron como expresarse en forma escrita y epistolar. Imprescindible para el ejercicio del arte epistolar eran los siete artes liberales: las tres partes del trivium (gramática, lógica y retórica) y las cuatro partes del quadrivium (aritmética, geometría, música y astronomía).

Detalle de los angelitos en el cielo de la obra Lamentación sobre Cristo muerto, de 1305. Capilla de los Scrovegni de Padua.

Las tres partes del trivium las más necesarias para poder escribir y hablar con la elocuencia encomendada por las necesidades comerciales, políticas y de vocaciones eclesiales y laicas para el manejo y formación del poder, de alianzas y de la ortodoxia religiosa. Eran la gramática, la lógica y la retórica. La gente medieval era instruida en el uso de estas artes de argumentación y persuasión también por Quintiliano (35-96 CE), un ciudadano romano de la península ibérica. Con su Institutio Oratorio (Institutos en oratoria) enseñó a generaciones de poblaciones como expresarse para persuadir y ganar beneficios. Declaró que un hombre bueno (vir bonus) era un buen hombre hablando y escribiendo en una manera buena y óptima. Llegando al s. XII se encuentra el manual de Hugo de At.-Victor, el Didascalicon. En este manual Hugo planteaba que existen no solamente siete, si no que, ocho artes liberales. La octava era, sorprendentemente, el comercio. Es que, dijo Hugo, en el comercio se tiene que poder persuadir efectivamente a un comprador potencial para que compre lo que es ofrecido en el mercado.

Pero la elocuencia encomendada por el trivium cargaba consigo un nudo moral. Es, por supuesto, ¿qué hacer si no es un hombre bueno, si no un hombre malo, hablando y escribiendo bien? Este problema ético y moral fue tratado exhaustivamente por la iglesia. El papa Gregorio el Grande había declarado que “nada es entendido hasta que ha sido masticado (manducatio) por la disputa”. Existían, entonces, frenos para la elocuencia equivocada y apoyos para la expresión elocuente de los asuntos buenos. El cuerpo de exposiciones sobre este tema era, metafóricamente hablando, un gran animal—pero no tenía dientes para enfocar la ética en las artes epistolares.
Para tratar el problema, aparece, entre otros, Juan de Salisbury quien escribió la exposición del trivium más ilustrado de la Edad Media: el Metalogicon (1159), donde Juan declaró que “propongo defender a la lógica”. Además dice que “estoy convencido de que todo lo que podemos leer o escribir es inútil salvo que mantengan una buena influencia sobre la manera en que uno conduce su vida”. En eso vemos sombras de Cicerón quien había dicho lo mismo en su De los deberes (De Oficiis). En su prólogo al primer libro del Metalogicon, Juan declara que hay tres asuntos que a él le causan temor en el arte de la argumentación epistolar: la ignorancia de la verdad, el pronunciamiento intencional de la falsedad y, finalmente, la aseveración arrogante de datos verídicos. Juan de Salisbury, además de defender las artes verbales y escritas de la lógica plasmadas en el trivium, declaró claramente que la moral y la ética deberá informar a la argumentación y los documentos por escrito.

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Consideramos, finalmente, lo más alto de la expresión de este arte epistolar en la Florencia del s. XV con la correspondencia de Maquiavelo, quien escribió no solamente sus obras bien conocidas (El Príncipe, Discursos sobre las Primeras Décadas de Tito Livio e Historias Florentinas), pero nos dejó también su correspondencia con otros humanistas intelectuales como Francesco Guicciardini (1483-1540) y Francesco Vettori (1474-1539) que es la excelencia de la elocuencia, la ironía exquisita además de una cierta suave dulzura emocionante en sus cartas diplomáticas y personales en que trataba por escrito en su correspondencia el manejo directo y visible de la influencia y el poder político que podía efectuar cambios en la realidad nacional. “Algunas veces, en su correspondencia, Nicolo Maquiavelo cede y abandona la antigua ilusión de que se puede mantener el control sobre el lenguaje, y reconoce que, como en los casos del amor y del deseo, el lenguaje pudiera volverse impredecible, tortuoso y hasta peligroso”. (citado en John Najemy. Entre Amigos: Discursos de poder y de deseo en la Correspondencia entre Maquiavelo y Vettori, 1513 y 1515 (Princeton, 1993)
Petrarca, Salutati y Maquiavelo nos dejaron un mensaje que puede servir en los tiempos arduos de aislamiento y cuarentena emocional. Si se toma una pluma en la mano, y, en imitación de estos grandes amigos humanistas del pasado para escribir cartas, las palabras pueden romper los obstáculos entre las vidas separadas por la pandemia.

Regresando al pasado, siglos atrás, y se puede hasta imaginar a los cielos de la Florencia renacentista llenos de los angelitos miniaturas como los que pintaba Giotto, pero que, en realidad, son sobres con sellos de cera roja y cordones largos de la correspondencia. Las cartas son selladas con pegamento para poder cargar secretos. Al abrirlos, se puede hesitar, pensando, adivinando: ¿Cuáles noticias personales o pensamientos misteriosos nos puede traer el papel cargado con el peso de la tinta, y escrita por un amigo, un amante, una amistad?

FIN