El amor en cuatro dimensiones: Héloïsa y Abelardo

“A su Señor, Abelardo, o, más bien, a su padre; a su esposo, o, más bien, a su hermano; de su doncella, su sierva, o más bien de su hija, de su esposa, o sea, de su hermana, Héloïsa”. La salutación de la primera carta de Héloïsa a Abelardo (ca. 1132). Étienne Gilson. Héloïse et Abelard (1953)

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Una gárgola de la Catedral de Notre Dame. / Foto Por EDH / archivo

Por Katherine Miller. Doctorado en Estudios Medievales y Renacentistas de UCLA.

2021-02-14 5:00:50

Como es el día en que rememoramos a las amistades y los enamoramientos con flores y cartas que llevan blasones de corazones, tal vez nos vienen a la mente algunas de las parejas enamoradas más famosas de la historia, como el amor entre Eros y Psyche en El Asno de Oro de Apuleius en la antiguedad tardía en el oriente de la cuenca del Mediterráneo. Y tres siglos después, aparecen los bien recordados amantes de Florencia, Francesca y Paolo, entrevistados por Dante en su movimiento por el quinto círculo del Infierno de la Divina Commedia, engañados, como cuenta Francesca a Dante y a Virgilio, por el libro sobre otra pareja adúltera, Lanzarote y Ginebra, y abofeteados por los vientos negros de la gran bandada de almas de amantes y parejas que siguen a la famosa cortesana de la Antiguedad, Thaïs. También hay los amantes rememorados por Francois Villón en su celebración famosa en el poema nostálgico del siglo XV, “Ballade des dames du temps jadis” (“¿Dónde están las damas de los tiempos de antaño?”) Aquí, Villon de Paris nos trae a la memoria muchos, y, entre ellos brillan Héloïsa y Abelardo de Francia en el siglo XII. Como todas estas parejas de amantes resplandecientes en la memoria y actualidad de la civilización europea, Héloïsa y Abelardo presentan ironías y enigmas morales frente a las tradiciones intelectuales y teológicas en que vivieron.

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Son verdaderos personajes de la historia de Francia, Héloïsa (1101-1164) y Abelardo (1079-1142). Pero no son solo figuras realmente históricas: ellos representan una acumulación y compresión de siglos luminosos de representaciones de relaciones de amor en la literatura, el arte, la filosofía y los pensamientos medievales de teología de su período. Sería de verlos en las cuatro dimensiones anunciadas en el título. Primero sería un acercamiento al trasfondo del pasado, del siglo XII que es su propio contexto y actualidad. En una segunda instancia, se los considera en el pasado deslizante de los siglos de representaciones que esta pareja trae ante nuestros ojos en la literatura y la música, en los escritos y arte de los 900 años que nos separan, presentándolos en el revistamiento que les dieron los comentaristas del siglo XIX, o sea, del barnís de un romanticismo que elogia la pasión tipo victoriana. Pero es importante limpiar su historia de estas visiones decimonónicas, incrustadas como son, con las fantasías que, sí, llenan nuestras necesidades neuróticas de la femme fatal y la pasión erótica con que el siglo XIX los revististió. Es una fachada falsa este barnís. Hay que quitarlo para examinar este amor con exactitud, encuadrándolo en su contexto histórico y teológico.

En tercer y cuarto lugar, sería de examinar las dimensiones dialécticas escritas de su realidad en las cartas intercambiadas entre Héloïsa y Abelardo después del drama que sufrieron. Existe la correspondencia manuscrita de sus expresiones manifestadas en el medio semipúblico (es decir, no oficialmente publicadas durante sus vidas) en que ellos mismos presentan sus seres interiores y las máscaras públicas que construyeron por escrito en ironía, en combinación con la interioridad de sus memorias y conciencias.

Importante tener en cuenta que ambos eran personas muy públicas en su sociedad parisina del siglo XII y que su correspondencia es autobiográfica y confesional. Pero sus cartas no presentan solamente personas desmayándose de pasión erótica, si no que ilustran las contiendas espirituales e intelectuales con el amor, con la lujuria, la memoria, la humildad y con la obediencia monástica, pero, sobre todo, con la confesión y penitencia—ficticia o verídica, hipócrita o sincera. Este no era un tema inusual en el siglo XII, que al revisarlo, revela un afán enorme para la examinación psicológica de la vida interior en los romances, por ejemplo, de Chrétien de Troyes y Marie de Francia, o en las palabras y estrofas de la música polifónica de la Escuela de Notre Dame de Perotín y la abadesa Hildegaard von Bingen.

La tumba de Abelard and Héloise en el cemeterio de Pere Lachaise.

La realidad presentada en sus cartas—en la medida que podemos descifrarla—es del París del siglo XII históricamente lleno de una preocupación con la examinación del ser interior para descubrir la autenticidad religiosa, la sinceridad espiritual que tiene que tratar con la posibilidad de la hipocresía, el disimulo e ironía tan prevaleciente en la literatura del siglo XII. Esta última dio suma importancia a la interioridad del ser humano, la examinación de la confesión, reparación y penitencia del alma y mente ante su Dios y su sociedad. Difícil saber si estos fenómenos eran sinceros o no, porque son, en última instancia, secretos del corazón expresados en la confesión (arcana cordis o secretos del corazón de los manuales penitenciales).

Estos dos filósofos eran personajes públicos y famosos: Abelardo (1079-1142) y Héloïsa (1101-1164) son de esta categoría. El contexto público de sus amoríos y contiendas filosóficas son las universidades y escuelas catedralicias que eran formaciones eclesiales dependientes intelectual y teológicamente del Vaticano. Se debe recordar que estudiantes, clérigos y maestros (como Abelardo) estaban en órdenes menores, con tonsura y votos de celibato. En esta situación los participantes estaban llamados a examinar sus almas ante Dios para cumplir con sus votos monásticos no solamente del externo celibato, si no con la purificación y limpieza de sus mentes y memorias para poder hacer una buena confesión ante su superior, ante su guía espiritual y ante su Dios. La hipocresía y la ironía, el disimulo artístico en la confesión fueron examinados minuciosamente y condenados con vigor por la Iglesia. Los puritanos del siglo XVI y los comentaristas victorianos del siglo XIX nos transmiten a nuestra sociedad del siglo XXI el pecado de lujuria, fornicación, como el pecado principal. En eso, ellos tratan la situación solamente con una sola voz, que es literal, prohibiendo la ironía como pecado por sus muchas posibilidades de interpretación. El uso exquisitamente sofisticado de la figura de la ironía no debe sorprendernos porque estamos ante personajes, como Abelardo y Héloïsa, muy sofisticados. Las posibilidades para la ironía están presentes también en este siglo en que surgió la música polifónica de compositores como Perotín, de la Escuela de Notre Dame en este mismo siglo. Es una música de muchas voces y abre posibilidades para la ironía en muchas modalidades.

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En última instancia, Abelardo y Héloïsa, después de sus aventuras lujuriosas como amantes, quedaron como monje y monja, además de abad y abadesa de los monasterios de Argenteuil y el Paracleto, con muchas personas bajo su disciplina. Su correspondencia no los presenta como personas desmayando con pasión erótica, si no que ilustra debates y contiendas intelectuales con la lujuria, la sinceridad, la hipocresía expresada en la ironía, la memoria pura e impura en la confesión y los esfuerzos hacia la humildad y obediencia de la penitencia que formaba parte de sus vidas como abad y abadesa. Tomamos nota que la confesión (y la penitencia que implica) fue declarada un sacramento de la Iglesia en el siglo XII y era tema continuo de los frailes que predicaban en París, siguiendo la orden de frailes Franciscanos, fundada simultáneamente en el siglo XII por San Francisco de Asís.

Regresamos al comienzo de la relación entre estas dos personas, y pasamos el portón histórico, para intentar presenciar nuestros héroes del siglo XII en Paris, Pedro Abelardo, el enfant terrible que ha rechazado ser caballero con escudo militar para ingresar en los debates con la espada filosófica, está jactándose contra los reconocidos y establecidos filósofos de París, Guillermo de Champeaux y Bernard de Clairvaux. Abelardo produjo una cantidad enorme de escritos teológicos y filosóficos importantes incluidos en la Patrologia Latina. Su tema era la ética, la lógica y la dialéctica en el encuentro medieval entre Aristóteles y Platón. Reconocido es su Scito te ipsum: (Conócete a ti mismo) y su famoso Sic et Non (Sí y No) La lista de sus obras es larga. Están estudiándose todavía hoy.

Además, escribió exquisitas canciones musicales y poéticas de amor, famosas en sus tiempos y en los nuestros, como El Lamento de Davíd para Saúl y Jonathán:
¡Quédate en paz, mi laúd afligido!
¡Sus cuerdas están ahora dormidas!
Si pudiera, mi corazón, callar sus lágrimas amargas.

En su primera apariencia histórica, Abelardo, con egoísmo, ambición, ha ganado el centro del escenario y la atención de toda la población intelectual de la universidad de París y las escuelas por medio de su brillante manejo verbal de la lógica y su ingenioso conocimiento de las tesis de Aristóteles contra el ya establecido neoplatonismo en las escuelas catedralicias de la Rive Gauche y St.-Genevieve de l´Ile de Paris. Abelardo es invitado por la élite de las élites, el tío de Héloïsa, Fulbert, canon de la catedral de Chartres, para ser el tutor, en su casa, instruyendo a una niña intelectualmente avanzada y famosa en su propio derecho: Héloïse d´Argenteuil. Ella misma es ya de renombre por su erudición en latín, griego y dialéctica en la nueva filosofía—una persona de igual estatura intelectual que Abelardo. Como sabemos de las cartas de Héloïsa, Abelardo tomó la determinación, no por amor apasionado, si no por una lujuria determinada. Dejó de enseñarle filosofía, y los dos se dedicaron a otras actividades y Héloïsa queda embarazada. Abelardo la manda a la casa familiar en Normandía donde da luz a su hijo, Astralabio.

Grupo de esculturas en Engelhartszell en Alta Austria enseñando Pedro Abelardo siendo castigado por St. Bernard de Clairvaux.

En París, el tío de Héloïsa, Fulberto, contrataba unos hombres que trabajaban castrando cerdos en el campo para que llegaran en la noche y, como Abelardo escribió La Historia de mi Calamidad que “Allí practicaron la venganza contra mi con el castigo más cruel y vergonzoso… cortaron las partes de mi cuerpo con que yo había hecho lo que era la causa de la tristeza”. No terminó allí. Dos de estos matones fueron capturados y sus ojos quitados y fueron castrados ellos también. Después, Abelardo dejó París para tomar el cargo de abad por el monasterio de St.Gildas, donde los monjes intentaron asesinarlo por su orgullo.

Abelardo, entonces, forzó a Héloïsa (según ella, contra sus deseos) a un matrimonio con él, después de que él entró a la vida monástica sin convicción. Ordenó, después, a Héloïsa, (según ella, contra sus deseos) a tomar la vela de monja, como ella expresa irónicamente en su carta a Abelardo, en “un acto de hispocresía sincera”. “A sus órdenes, voluntariamente” (ad imperium sponte velata), declara ella en su carta respondiendo a la Historia de mis Calamadades, hecha pública por Abelardo. Estos son acontecimientos del año 1117.
Un punto importante es que, en la Edad Media, Héloïsa y Abelardo no fueron condenados por la fornicación y la lujuria. Fue solamente después de los puritanos que estos pecados fueron considerados tan primordiales en la conciencia pública como son ahora en el siglo XXI. No así en el siglo XII. En los tiempos medievales, el pecado principal era la soberbia, el orgullo. Y era por el pecado intolerable de la soberbia intelectual, espiritual y el egoísmo que Abelardo fue condenado por herejía en sus escritos en dos concilios eclesiales: el Concilio de Soissons en 1121, cuando él mismo fue requerido a tirar sus escritos en la hoguera. En el Concilio de Sens en 1141 también fueron condenados como herejes algunos de sus escritos y Abelardo, como abad de su monasterio, fue requerido para ir a Roma a responder a los cargos de herejía por segunda vez.

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En el camino, Abelardo pasó a quedarse un rato en la Abadía de Cluny. Allí formó su amistad con el abad de Cluny, Pedro el Venerable. Murió Abelardo, cerca de Cluny, en el año 1142. Héloïsa, siempre abadesa del monasterio Paracleto, murió veinte años después en 1164. El abad Pedro el Venerable, reconociendo el sacramento de matrimonio entre ellos, ordenó que se enterraran juntos. Y el abad Pedro escribió una carta a Héloïse en la que evaluó su estadía como abadesa, diciendo, “Usted ha sobrepasado a todas las mujeres en cumplimiento de sus objetivos y ha ido más lejos que casi cada hombre”.

Desde el siglo XXI, los lectores pueden apreciar el experimento en la ética y moral que sus cartas de examinación del ser humano produjeron en el siglo XII. Su correspondencia presenta, para todas las épocas, un drama humano de pensamiento, sofisticado e intelectual. FIN