Canibalismo y sacrificios, las terribles prácticas del Imperio Azteca

Las personas que eran elegidas para sacrificios eran encerradas en jaulas y engordadas hasta el día de la ceremonia.

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Imagen de referencia / Foto Por Shutterstock

Por N. Hernández / Agencias

2019-03-27 11:13:17

El totalitarismo, los sacrificios e incluso el canibalismo eran aspectos que caracterizaban al Imperio Azteca. El régimen de la Triple Alianza (Texcoco, Tlacopan y México – Tenochtitlan) ha sido considerado el más sangriento de la época y muchos pueblos que estaban contra estas prácticas se unieron a Hernán Cortés para encabezar una revolución.

Ahora, México pide a los españoles que pidan perdón por la conquista europea, ante esto cabe cuestionar, ¿deberían los descendientes de la Triple Alianza pedir perdón a sus víctimas? Inga Clendinnen, antropóloga australiana, afirma que lamentar la desaparición del Imperio Azteca es como sentir pesar por la derrota nazi en la Segunda Guerra.

La experta asegura que según la evidencia existente la cultura azteca era un totalitarismo sangriento que se valía de tribus sometidas para realizar sacrificios humanos durante tres meses de festejos. Se calcula que entre 20,000 y 30,000 personas morían cada año en las ceremonias que se llevaban a cabo. Estos datos varían dependiendo de la fuente a la que se consulte, pero todas concluyen con una gran cantidad de sacrificios humanos que los sacerdotes hacían anualmente antes de la llegada de los españoles al Nuevo Mundo, según publicación de ABC.

Ahora se conoce de las prácticas caníbales por los textos que dejaron los escritores que acompañaron a Hernán Cortés (1485 – 1547). Los primeros hechos registrados fueron los ocurridos en Tabasco en 1519.

“Después de que los hubieran muerto y sacado los corazones, llevábanlos pasito, rodando por las gradas abajo; llegados abajo cortábanles las cabezas y espetábanlas en un palo y los cuerpos llevábanlos a las casas que llamaban Calpul donde los repartían para comer”, escribió Bernardino de Sahagún (1499 – 1590).

Los españoles tuvieron el primer contacto con el canibalismo en Tabasco, México, ahí desembarcó Hernán Cortés junto a su tripulación.

“Los nuestros hallaron alguna gente con quien pelearon, e trajeron ciertos indios; e llegados al real dijeron cómo ellos se andaban juntando para nos dar batalla e pelear a todo su poder para nos matar e comernos (…) alguna gente que andaba de guerra entre unas acequias e rías decien a los nuestros que dende a tres días sería junta toda la tierra e nos comieren”, escribió el conquistador Andrés de Tapia (1498 – 1561).

Cuando Pedro de Alvarado llegó al territorio, también se dio cuenta de las prácticas de canibalismo, según los textos de Bernal Díaz del Castillo. El cronista aseguró que en todos los pueblos encontraban “cues”, pequeños templos en forma de pirámide, repletos de cadáveres a los que se les había arrancado el corazón como ofrenda.

“Dijo el Pedro de Alvarado que habían hallado en todos los más de aquellos cuerpos muertos sin brazos y piernas e que dijeron otros indios que los habían llevado para comer, de lo cual nuestros soldados se admiraron mucho. (…) cortábanles los pies y los brazos y las piernas y los comían”, escribió Díaz del Castillo.

Las personas que eran destinadas al sacrificio eran encerradas en jaulas de madera y se alimentaban “hasta que estuviesen gordos para sacrificar y comer”.

Otro dato, es que a Moctezuma, quien habitaba en Tenpchtitlán, durante las cenas le servían guisados de carne humana, su preferencia eran los jóvenes. Además, se tenía establecido que el muslo derecho de la víctima siempre era destinada al emperador.

La ceremonia 

El ritual para sacrificar a las víctimas siempre era el mismo. La persona era llevada a lo alto de una pirámide, cuatro sacerdotes sujetaban los brazos y las piernas, después otro sacerdote con un cuchillo en mano abría el pecho de la víctima con un cuchillo de obsidiana y le arrancaba el corazón, este era ofrecido a los dioses. Algunas fuentes señalan que cuando no era entregado a los dioses, era comido por los sacerdotes.

Después el cadáver rodaba por los escalones, “allí, algunos a los que denominaban cuacuacuiltin, se apoderaban de él y lo llevaban hasta las casas que llamaban calpulli, donde lo desmembraban y lo dividían a fin de comerlo”, explica Díaz del Castillo.

Los brazos y las piernas eran cocinados con pimientos, la palma de la mano era considerada como un “bocado exquisito”, además, solía acompañarse de maíz.

El dorso del cuerpo era entregado a las fieras y la cabeza era llevada hasta un gran altar donde se coleccionaban para la prosperidad.

A veces, los destinados al sacrificio eran guerrero capturados en batalla, según el cronista.

“Quiero contar la manera que [los] mexicanos tienen en hacer esclavos, porque es muy diferente de la nuestra. Los cautivos en guerra no servían de esclavos, sino de sacrificados, y no hacían más que comer para ser comidos. Los padres podían vender por esclavos a sus hijos, y cada hombre y mujer a sí mismo. Cuando alguno se vendía, había de pasar la venta delante a lo menos de cuatro testigos”.