La Misión Rockefeller en El Salvador

En enero de 1919, un equipo formado por tres estadounidenses llegó a El Salvador, una república afectada por la influenza, la fiebre amarilla, la uncinariasis, etc.

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General y doctor William Crawford Gorgas (1854-1920), epidemiólogo estadounidense que ganó fama mundial por su trabajo contra la fiebre amarilla. Fotografía procedente de su archivo personal, custodiado en la Universidad de Alabama, Estados Unidos.

Por Carlos Cañas Dinarte

2019-01-11 4:20:28

El 6 de enero de 1919 ingresó al territorio salvadoreño, por vía terrestre y procedente desde la vecina república de Guatemala, el equipo compuesto por el general y doctor William Crawford Gorgas (el epidemiólogo que, en conjunto con el cubano Dr. Carlos Finlay, dieron la máxima batalla contra la fiebre amarilla), el coronel Charles Lincoln Furbush y el médico epidemiólogo Dr. Victor Heiser.

En un primer momento, el Consejo Superior de Salubridad del gobierno salvadoreño aceptó recibir a esa misión científica —enviada desde Nueva York por la Fundación Rockefeller— porque tenía especial interés en conocer sus estudios y sugerencias para erradicar la uncinariasis o anquilostomiasis. Así se lo expresó a los recién llegados en su acuerdo institucional de bienvenida, publicado en la página 74 del tomo 86 del Diario Oficial.

El Dr. Victor Heiser (1873-1972, der.), el Dr. Gorgas (centro) y el coronel Charles Lincoln Furbush (1863-1925, izq.), en una foto hecha en San Salvador, en 1919, cedida por la Sociedad Americana de Filosofía.

Esa grave afección de parásitos gastrointestinales estaba muy extendida en el país, por la falta de agua potable, la falta de calzado en miles de personas y las malas prácticas prevalecientes en cuanto al tratamiento de las heces en los hogares rurales y urbanomarginales. En casos de recién nacidos, esos parásitos eran causa extendida de muerte segura y una de las principales estadísticas de mortalidad y morbilidad.

Desde el 8 de noviembre de 1918, el gobierno salvadoreño había tratado de frenar aquella proliferación mediante simple burocracia: todo estudiante del sistema público debía ser examinado por personal médico, que era el único facultado para extenderle una constancia de estar libre de huevos, larvas o de los machos y hembras del Necator americanus, el parásito en su etapa adulta. Sin aquel certificado de salud, ningún estudiante obtendría matrícula en las escuelas e institutos del país. El 21 de enero, el Consejo Superior de Salubridad reconoció que dicha medida era inaplicable y que tenía desbordada la capacidad de atención de sus oficinas de Uncinariasis localizadas en San Salvador, Santa Tecla y Santa Ana.

Vista del Hospital Rosales y de la Facultad de Medicina de la Universidad de El Salvador (La Rotonda). Postal coloreada a mano, proporcionada por el educador y coleccionista estadounidense Dr. Stephen Grant.

Aquel no era el primer fracaso de ese Consejo presidido por el médico y periodista Dr. Carlos Bonilla (1841-1925), un hombre de altos niveles intelectuales, pero de una edad ya muy avanzada en aquellos momentos y con notables desfases en asuntos de salubridad pública y epidemiología.

En ese mismo grupo estaba el ingeniero Pedro Salvador Fonseca, quizá el más importante geógrafo nacional de aquellos años, pero quien poco o nada sabía de referencias geográficas para asuntos médicos.
Ellos y otros integrantes del Consejo Superior de Salubridad tuvieron que hacer frente, entre 1918 y 1919, a la expansión epidémica de la influenza o trancazo, de la fiebre amarilla o vómito negro (llamado así por su fase final sangrante), la meningitis infecciosa y la uncinariasis o anquilostomiasis, como era llamado aquel mal en territorios americanos o europeos.

Si bien el Consejo no actuó en debida forma para contener las miles de afecciones y muertes por influenza, en el caso de la fiebre amarilla sus integrantes tomaron la decisión de decretar un cordón sanitario en la frontera con Guatemala, con dos delegados en el departamento de Ahuachapán y otros dos en el de Santa Ana. Además, establecieron que toda persona que saliera del territorio nacional no podría reingresar al mismo bajo sospechas de haberse infectado en suelo guatemalteco, tal y como ocurrió en puntos como Cara Sucia o Salinas del Queso. Para complementarlo, prohibió el atracado de barcos procedentes de puertos guatemaltecos o, si ya estuvieran en la costa nacional, debían someterse a una cuarentena estricta, como le ocurrió a un buque de guerra chileno anclado en Acajutla. Esas medidas fueron levantadas en diciembre de 1918.

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El 7 de enero de 1919, en un acto solemne, dieron inicio las clases en la Universidad de El Salvador, situada desde hacía 40 años en un edificio enfrente del costado poniente de la Catedral de San Salvador. En aquella ceremonia, la máxima casa de estudios le confirió el grado de Académico honorario (o Doctorado honoris causa, como se le denomina ahora) al eminente general Dr. Gorgas, ya para entonces retirado del servicio militar activo. En la actualidad, el diploma correspondiente está clasificado y custodiado en la caja OS006 del archivo personal del Dr. Gorgas, en la Sección de Colecciones Especiales de la biblioteca de la Universidad de Alabama, en Toscaloosa, estado de Alabama.

El 30 de ese mismo mes y año, el gobierno salvadoreño removió a varios de los miembros del Consejo Superior de Salubridad y nombró a nuevos galenos al frente. Puso como presidente al Dr. Juan Crisóstomo Segovia —quien en 1913 descubrió una variedad del tripanosoma causante del Mal de Chagas—, a la vez que le puso como auxiliares al Ing. Fonseca —apoyado en sus labores por el joven bachiller Carlos Lardé Arthés, llamado a ser un médico reconocido en El Salvador y Estados Unidos—, al galeno e historiador Rafael Víctor Castro, al Dr. José Maximiliano Olano —gran impulsor de la Cruz Roja Salvadoreña—, etc.

Por su parte, la Comisión Rockefeller decidió abrir una oficina local en San Salvador, presidida por el médico estadounidense Charles A. Bailey. Tras su paso por aquella estructura, el doctor Bailey sería enviado por la Rockefeller Foundation a España (1924-1929), donde seguiría con sus estudios de anquilostomiasis, pero en realidad sería el encargado de estudiar los problemas y limitaciones del sistema de salud público español previo a la implantación de la Segunda República.

En 1919, las condiciones de vida en las zonas rurales y urbano-marginales de El Salvador facilitaban la propagación epidémica de enfermedades como la fiebre amarilla, la influenza y otras. Postal de la casa comercial Bruno Hecht (San Salvador), cortesía del educador y coleccionista estadounidense Dr. Stephen Grant.

Con sus visitas y exploraciones durante los siguientes once meses, Gorgas y su equipo introdujeron técnicas de medicina moderna en El Salvador. Establecieron parámetros para la erradicación de enfermedades mediante la implantación de un amplio sistema de salud pública y planificación urbana, señalaron la necesidad de que la uncinariasis se combatiera mediante la purificación del agua al hervirla (lo cual se facilita con la ingestión de café) y que se propagara el uso de letrinas e inodoros. Por eso, no resulta extraño que el gobierno nacional diera los primeros pasos, en aquel año, para la introducción de cañerías subterráneas para aguas residuales, estableciera brigadas de desinfección y limpieza y encomendara al ingeniero mexicano Roberto Gayol el trazado ideal de una San Salvador más urbanizada.

Casi en secreto, la Misión Rockefeller centró muchos de sus trabajos en estudiar la presencia y erradicación de la fiebre amarilla en El Salvador y Guatemala. Junto con Ecuador y Brasil, ambas naciones centroamericanas fueron laboratorios para experimentar con la primera vacuna y suero para controlar esa mortal fiebre epidémica. Decenas de litros de aquellos compuestos fueron exportados desde Estados Unidos e inyectados en los cuerpos de soldados, mujeres, indígenas y niños de esos países. Además, cada acción emprendida fue registrada en anotaciones de campo y fotografías, como se aprecia ahora en los ricos archivos documentales de la Rockefeller Foundation.

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Hace un siglo, dinero, política, milicia y ciencia se unieron en El Salvador para buscarle soluciones a graves problemas de salud. Para algunos, aquella misión sólo fue una muestra científica del poder imperialista en expansión. Para otros, significó una posibilidad de rediseñar las poblaciones de países latinoamericanos y así darles nuevas oportunidades de vida, progreso y desarrollo a cientos de miles de personas.

LECTURA RECOMENDADA:

– Barona, Josep L. The Rockefeller Foundation. Public health and international diplomacy, 1920-1945 (Londres-New York, Routledge, 2016).

– McCullough, David.
Un camino entre dos mares. La creación del canal de Panamá
(Barcelona, Espasa-Grupo Planeta, 2012).

– McNeill, John Robert.
Mosquito Empires. Ecology and war in the Greater Caribbean, 1620-1914
(New York, Cambridge University Press, 2010).