Una historia muy fumada: la marihuana en El Salvador
Conocido desde hace seis mil años, el cáñamo, maría, mariguana, monte, mota, hierba, pategallina, yerbabuena, espinaca… es una de las drogas más consumidas en este mundo globalizado.
Cultivada en China e India hace varios milenios, la Cannabis índica o sativa llegó a tierras americanas en la primera expedición de Cristóbal Colón, cuando se calcula que arribaron unas 80 toneladas de plantas y semillas. En esa época, el uso intensivo de la planta era para confeccionar cuerdas y vestimentas, aunque no se desconocían sus propiedades estupefacientes y narcóticas.
Durante varios siglos, las cuerdas e hilos de cáñamo y sus derivados fueron comercializados y usados en el Reino de Guatemala. Pero fue hasta el período de consolidación de los estados nacionales centroamericanos, en el último cuarto del siglo XIX, cuando la marihuana y su gemelo hachís comenzaron a ser consumidos entre intelectuales y personas de clases pudientes.
Portar una caja elegante con rapé o hierba entre los trajes y vestidos daba reputación de exquisitez y buen gusto a su persona propietaria. Incluso, su consumo era sujeto de referencia literaria, como quedó constatado en uno de los cuentos que Rubén Darío redactó en la capital salvadoreña y que luego incluyó en la segunda edición de Azul…!, publicada en la ciudad de Guatemala, en 1890.
En la tarde del 20 de septiembre de 1889, la sansalvadoreña Antonia Navarro Huezo se convirtió en la primera mujer graduada de una universidad en la región centroamericana.
En las farmacias de San Salvador, desde 1867 hasta inicios del siglo XX era posible encontrar láudano de hachís o de cannabis, que era vendido de forma libre para usarse como analgésico y antiespasmódico, en especial en casos de bronquitis y asma crónica.
En 1911, el diario estadounidense The New York Times reveló que Estados Unidos era el máximo consumidor de drogas heroicas del mundo, en especial de opio, morfina, heroína, cocaína, hachís y marihuana procedentes del Lejano Oriente, Turquía y México. Ante la alarma casi mundial, un año más tarde en La Haya fue suscrito el primer tratado internacional para regular y controlar toda la descomunal industria del opio y sus derivados. Tras años de deliberaciones internas, El Salvador se adhirió a dicho acuerdo casi global.
En una de sus primeras acciones dentro de los puntos acordados en ese tratado contra el opio y sus derivados, el 15 de mayo de 1913 el gobierno salvadoreño fundó un Laboratorio de Toxicología e Investigaciones Judiciales, al frente del cual puso al químico belga Dr. Charles Renson. Su trabajo se centró en examinar muestras de productos químicos y farmacéuticos importados por las droguerías y farmacias del país, las que, en su conjunto, apenas necesitaban entre 3 y 5 kilos de drogas puras al año para fabricar sus diversas especialidades. Fundador de la primera cadena de custodia de drogas que hubo en el territorio nacional, ese laboratorio jamás examinó ningún producto derivado del cannabis. Así fue como se dio el primer intento nacional porque la ciencia entrara a los terrenos de la criminalística y el derecho.
En junio de 1917, llegó a San Salvador el poeta colombiano Miguel Ángel Osorio, quien por entonces usaba el seudónimo Ricardo Arenales, aunque el mundo lo conocería más por el de Porfirio Barba Jacob. Alojado en el Hospital Rosales para no pagar hotel, este curioso personaje transportaba consigo una maceta con plantas de marihuana de la variedad Panama Red o punto rojo. Procesaba sus hojas, las cuales hacía en cigarrillos o papos y puchos, mientras se fumaba algunos sentado en las bancas del parque Dueñas (hoy Plaza Libertad), una de las pocas estructuras que no fueron afectadas por los terremotos y erupción volcánica de esas fechas.