Un pintor llamado Salarrué

Reconocido dentro y fuera de El Salvador por sus cuentos y narraciones, la obra plástica de Salarrué aún permanece casi desconocida.

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Foto EDH / Cortesía Mupi / Foto Por proporcionada por el MUPI.

Por Carlos Cañas Dinarte

2018-11-16 4:43:04

Realismo mágico. Ese fue el término que usó el escritor y periodista salvadoreño Gilberto González y Contreras (1904-1954) en su libro de ensayos Hombres entre lavas y pinos (México D. F., Costa Amic, 1946) para referirse a la pintura de su compatriota Salarrué, nacido en la colonia Zedán (Sonzacate) con el nombre de Luis Salvador Efraím Salazar Arrué (1899-1975).

A los diez años de edad, aquel niño usaba una caja de acuarelas y lápices de colores para realizar sus primeros trazos, sin mayor orientación en el dibujo y la pintura que los que le otorgaba su madre Teresa, dedicada a la costura y al bordado por necesidades propias y las de sus dos hijos.

Desde mediados de agosto de 1915, ingresó como alumno a la Academia de Bellas Artes que el moscovita-parisiense Spiro Rossolimo y su esposa Frida de Cantiene Rossolimo abrieron en el centro de San Salvador.

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Por influencias políticas de su tío materno Rafael Arrué (quien fungió como diputado propietario por el departamento de San Vicente en la Asamblea Nacional Legislativa de 1916 y 1917), el gobierno del presidente Carlos Meléndez Ramírez le otorgó una beca para que prosiguiera su aprendizaje artístico en los Estados Unidos y también mejorara su manejo del inglés. Resulta probable que esa beca haya estado contemplada dentro de los ocho mil colones anuales (cuatro mil dólares) dispuestos “para alumnos que estudian en el extranjero” (art. 62, cap. XII, decreto legislativo del Presupuesto General de Ingresos y Egresos de la Administración Pública comprendido entre el 1 de julio de 1916 y el 30 de junio de 1917).

Salvador E. Salazar abandonó suelo salvadoreño desde el puerto de Acajutla, a las 17:00 horas del domingo 10 de septiembre de 1916, a bordo del vapor salvadoreño Santa Ana. Ingresó al jesuita Rock Hill College, en las cercanías de Baltimore. Después, se trasladó a una escuela rural en Danville (Virginia), para luego matricularse en la Corcoran School of Art, fundada en 1869 como el primer museo de arte de la capital estadounidense y cuyo nombre fue cambiado en 1999 por el de Corcoran College of Art and Design.

Su trabajo pictórico se vio sometido a la poderosa influencia de un grupo de pintores estadounidenses, entre ellos la simbolista y abstracta Georgia O’Keeffe (1887-1986), el abstracto Arthur Garfield Dove (1880-1946), el acuarelista John Marin (1870-1953), el pionero del modernismo Alfred Maurer (1868-1932, introductor del fauvismo y el cubismo en su país), el paisajista Marsden Hartley (1877-1943) y el futurista Joseph Stella (1877-1946).

1. Eva moderna, portada de la revista Espiral (1922). Imagen cedida por la Hemeroteca Municipal de Madrid. 2. Elogiada en varias exposiciones en EE.UU., el óleo La monja blanca (1941) es una de las más conocidas pinturas de Salarrué. 3. Cipitío, óleo sin fecha. Foto cedida por el Museo de Arte de El Salvador (MARTE).

En la capital estadounidense, la japonesa Hisada’s Gallery (1143 Connecticut Ave. NW) presentó los 17 cuadros costumbristas de la primera exposición individual de Salarrué, en 1918, la cual se constituyó en el evento inaugural de esa sala de exhibiciones artísticas, del japonés K. Hisada, bajo patrocinio de la Legación salvadoreña y de dos damas de la nobleza japonesa.

Retornó a El Salvador a las 06:00 horas del 10 de diciembre de 1919, a bordo del vapor inglés Salvador, que fondeó en el puerto de Acajutla.

Entre 1920 y 1924, Salarrué se dedicó a ilustrar portadas de libros, revistas y diarios con atrevidos óleos, dibujos exóticos y caricaturas de corte geométrico. A la vez que escribía narrativa, crítica, poesía y música, jamás dejaría de pintar de forma automática, casi sicoanalítica, en un caballete instalado junto a la ventana de su cuarto, en especial en su Villa Montserrat de los Planes de Renderos.

De las técnicas pictóricas y artísticas tradicionales, Salarrué poseía especiales inclinaciones por el tapiz, fresco, óleo sobre papel y tela, acuarela, carbón, lápices, grabados en metal, murales, etc. Entre los títulos de sus pinturas se encuentran Meditación sobre formas del mar, Ensueño de sandía, Meditación sobre una flor en forma de ojo, Proyecto de castillo en el aire, Meditación sobre la nuez, Túnel en el ojo del búho, Concha noctícula a la hora del alba, Restos de una góndola de feria, Armadura de mujer, El toro azul, Ave María en el crepúsculo, Espíritu Santo de la alfarería, Montaña en pardos, La loca monja blanca, Maíz azul, Vilano rojo, Flor de mar, La conquista, Managuas (duendes mesoamericanos de la lluvia), Semblanzas (trazos caricaturescos o “retratos psicológicos, del alma”, como él mismo los definía), etc.

Autorretrato del joven S. Salazar A. (como firmaba entonces), con dedicatoria para su tío Francisco Núñez Arrué, enero de 1918. Imagen procedente de una colección privada, San Salvador.

En un ensayo inédito, aún en proceso de redacción, el artista plástico salvadoreño Mauricio Linares-Aguilar, recién doctorado, reflexiona y señala que Salarrué “potenció nuevos rumbos para la pintura salvadoreña”, pues “no tuvo prejuicio alguno al mezclar libremente la figuración, el simbolismo y la abstracción. Su contribución como pionero de la pintura abstracta es importante por su particular gestualidad. Su pintura más abstracta contrasta con los formalismos de la abstracción pictórica de tradición angular y de figuras geométricas puras”.

Para el Dr. Jiménez-Aguilar, en la pintura salarruereana “sobresalen los elementos orgánicos. Estos elementos se desplazan, se extienden y vibran como sujetos vivos en sus telas. Por un lado, las líneas sinuosas no son simplemente pinceladas espontáneas de su caligrafía personal, sino también ellas nos revelan la presencia fluida y conectora de las energías que manifiestan esos entes vivos al moverse. Por otro lado, la pintura de Salarrué sugiere una profunda conciencia cósmica. La visión de elementos que se nos muestran ambivalentes y simultáneos en escala, ya sea como microorganismos o como galaxias, connota una percepción espacial que sugiere una amplitud espiritual y que además va de la mano con los avances teóricos y científicos de su tiempo”.

Spiro Rossolimo. Foto proporcionada por la Academia de Geografía e Historia de Guatemala.

Como resultado de más de medio siglo de trabajo creativo, las pinturas, dibujos y caricaturas de Salarrué fueron expuestos en Estados Unidos, Centroamérica, algunos países europeos y también viajaron por el mundo reproducidos en diversos tirajes de sellos postales.

En la actualidad, parte de la obra plástica de Salarrué se conserva y custodia en varios centros culturales del país, como la Sala Nacional de Exposiciones (fundada por él en 1959, en el parque Cuscatlán, y que ahora ostenta su nombre), el Museo de Arte (MARTE), el Museo Forma, el Museo de la Palabra y la Imagen (MUPI), la Pinacoteca Roque Dalton de la UES y otros más, pero la mayor parte se encuentra dispersa en colecciones particulares y en los libros y periódicos en los que fue impresa entre los años 1920 y 1975.

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En el universo creativo de Salarrué, literatura y artes siempre formaron parte de un mismo todo. Aún está pendiente ese enfoque de su aporte cultural desde la mirada académica nacional, pero para realizarla hay que superar la dispersión de su obra plástica. Ese es un reto al que ya se enfrentó el fallecido artista, escritor y curador Ricardo Lindo, cuando en 2006 presentó una exposición casi retrospectiva de Salarrué, al que definió como el último señor de los mares, por ser los contenidos oceánicos y acuíferos una de las principales temáticas dentro de su narrativa y de su pintura.

Así, será posible dilucidar si Salarrué fue uno de los primeros pintores latinoamericanos en transitar de la figuración a la abstracción y al futurismo, con base en su propio trabajo dentro de la teosofía y sus ejes de espiritualidad, misticismo y contemplación. Lo que sí resulta indudable es que este artista salvadoreño fue fiel y coherente con su trabajo visual, plástico, al que entregó gran parte de sus recursos creativos, económicos, sociales y familiares.

LECTURA RECOMENDADA:

Bahamond, Astrid.
Procesos del arte en El Salvador. (Dirección de Publicaciones e Impresos-Secretaría de Cultura de la Presidencia, 2012).

Cornejo, Jorge A.
La pintura en El Salvador.
(San Salvador, Dirección de Publicaciones e Impresos, 1999).

Croquer, Luis.
El Salvador: panorámica de la pintura siglo XX
(exposición Puntos Cardinales del MARTE, San Salvador, Banco Agrícola, 2004).

Lindo, Ricardo.
Salarrué, el último señor de los mares (catálogo de exposición temporal, San Salvador, MARTE-MUPI-Telefónica-Albacrome, 2006).