¿Medicinas literarias para nuestros tiempos?

“Pues nunca mejora su estado quien muda solamente de lugar y no de vida y costumbres”, Francisco de Quevedo.

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???Lluiva, vapor y velocidad, El Gran Ferrocarril del Occidente???. Pintura del inglés de J.M.W Turner (1775-1851). / Foto Por AFP.

Por Katherine Miller

2018-10-27 5:21:49

Comencemos con ponernos de acuerdo en que es difícil despertar a alguien que finge estar dormido. La palabra “dormido”, en este contexto, es una aseveración —tal vez una metáfora— para un estado psicológico en el que una persona está empañada con ilusiones y engaños. “Fingir” implica una intencionalidad de estar inconsciente del mundo alrededor, pero adrede. Fingir estar dormido hasta el punto de que no se lo puede despertar sin dificultad es vivir en un estado de conciencia que con astucia resiste esfuerzos de despertar a otra realidad. Indudablemente, un estado así requiere ayuda medicinal de alguna clase. ¿Pueden ser medicinas literarias?

Es una ironía elemental estar despierto y dormido a la vez. Es muy listo quien puede mantener estos dos estados simultáneamente. Se piensa en una de las visiones de sueño más reconocida de los tiempos medievales: Pedro el labrador, fingiendo ser pastor de ovejas, acostado, dormido pero simultáneamente despierto, al lado de una riachuelo, mientras comenta (y aquí viene la medicina literaria) sobre la justicia e injusticia de este mundo desde su sueño.

Para no multiplicar ejemplos, consideremos uno más: don Pablos, hijo profundamente pobre en una novela española, disfrazado en vestuario de la nobleza, convencido él mismo que es, de veras, esta clase de persona, e imaginando, a la misma vez, que todos lo van a reconocer como tal.

¿Por qué despertar a gente así? ¿Y cuál es la realidad a la que van a despertar? Los muy listos desean quedarse fingiendo un sueño que los proteja de las murallas invisibles de nuevas realidades contra las que tendrán que enfrentarse si permiten que alguien los despierte. Mejor seguir fingiendo, intencionalmente. Mejor ser listo y astuto, pero en su propio mundo, ensimismado.

Representación de un pícaro de la literatura.

Pero estos individuos proyectados en la pantalla de una aldea arropada en el jardín pasado de la niñez de sus antepasados, quienes resisten despertarse, pasarán dolores psicológicos cuando una nueva realidad haga impacto y los despierte, quieran o no. Sin embargo, aun con los ojos cerrados, se comienzan a sentir las vibraciones terrenales de la máquina en el jardín y la dialéctica de las máquinas de la industrialización y la intrusión chocante en la conciencia pastoral que se enfrenta contra su ilusión de auto-suficiencia. Mejor cerrar los ojos y fingir estar dormido e invencible a los esfuerzos de ser despertado.

Una posible receta medicinal para situaciones así, puede ser literaria —una novela, por ejemplo, que nos otorga permiso para despertar lentamente del sueño pastoral y confrontar la imposición del crecimiento hacia la construcción de un país que entrará en el mundo de una economía sostenida por la riqueza que se desprende del comercio internacional, marítimo y terrestre.

Asombrosamente parecido al año 2018 es el siglo XVIII cuando el escritor inglés, Daniel Defoe nos presenta a la muy astuta Moll Flanders, quien, “dormida” a la turbulencia y brutalidad de la realidad nacional, no deja sus sueños, que son completamente imposibles de realizar, por falta de credenciales, cultura y recursos económicos. Moll desea ser un “gentlewoman”, alguien independiente económica y socialmente.

Pero Defoe, en sus novelas, como Quevedo en las suyas, intenta despertar sus creaciones imaginarias— Pablos y Moll, quienes insisten en ponerse el vestuario de sus sueños. Ninguno de estos dos pícaros se dejan despertar a la realidad; siguen re-haciéndose con sus ilusiones intactas después de cada fracaso. Son personajes del nuevo fenómeno, la Revolución Industrial. Y están entrando a este mundo con los ojos cerrados. No desean abrirlos para ver y experimentar la transición cultural que llega y los envuelve hasta el cuello. El dolor de las transiciones industriales es un trauma lleno de cambios y muchos —así como Pablos y Moll se quedan resistiendo el despertar. ¡Y ya sabemos que es difícil despertar a una persona que finge estar dormida!

Se tiene que buscar un remedio. Alguien tiene que explicar a gente así que es obligatorio despertar a la nueva realidad industrializada e internacionalizada: ergo, la novela. El lector, entonces, al encontrarse con esta medicina literaria, comienza a exhibir posibilidades dobles e ironías del contacto entre la vida exterior e interior del protagonista, quien enseña al lector que la realidad es multifacética —por buena o mala que sea. Y hablando en términos terapéuticos, hay novelas que, como medicamentos, juegan con enseñar, exponer y exhibir, la vida interior en contacto irónico con la vida pública del individuo en medio de la Revolución Industrial, invisible a los que cierran sus ojos de forma intencional. Esta enfermedad está tratada por Francisco de Quevedo, Daniel Defoe, Charles Dickens, Mme. de Lafayette—y, aunque usted no lo crea —por Geoffrey Chaucer y Chrétien de Troyes, por mencionar a unos pocos.

En este pequeño país, aquí, ahora, una revolución industrial está apenas comenzando. En eso, las novelas pueden servir como amortiguadores medicinales y literarios para absorber, por medio de sus metáforas, imágenes y fotografías habladas de los cambios que se nos vienen encima. Las novelas ayudarán a absorber el choque cultural que este avance en la economía y cultura implica para un país. El pasado folclórico necesita ser complementado por una vuelta hacia el futuro para que los lectores de toda la población puedan sobrevivir el crecimiento económico que va a estirar hasta una tensión máxima las conciencias que desean seguir fingiendo que están dormidas.

Quién desea experimentar el dolor de una transición hacia una Revolución Industrial sin empaques y amortiguadores, y otros remedios medicinales y literarios?

El pasado no siempre es la mejor lámpara eterna para iluminar el futuro. Fingir dormir el sueño pastoral folclórico del pasado constituye una resistencia a despertar y, así, requiere terapia y medicamentos.

Un principio básico de la medicina y la terapia, entonces, es que la velocidad de la industrialización depende del grado de resistencia o espíritu de receptividad de una sociedad en el proceso de modificar su cultura tradicional sin perderla.

Despiertos, las nuevas identidades del futuro podrían ser compuestas de la grandeza de un mito energizante de una república marítima internacional si se somete a la adaptación, modificación y ampliación cultural ante este nuevo escenario, sin perder la cultura nacional del pasado, porque no se puede confeccionar la identidad solamente con fragmentos del pasado pastoral o guerrero. Don Pablos y Moll Flanders despertaron, al fin de tanto, a la realidad en que estaban inmersos, pero por medio de mucha presión social —estas medicinas que son presentadas en forma literaria.

Miss Auras, el libro rojo”, 1900. Oleo del pintor irlandés de John Lavery (1856-1941).The Pym’s Gallery, Londres.

¿Quiénes son los motores del levantamiento industrial del país, en estos días, que tendremos que enfrentar cuando despertemos? Son los que crean la riqueza para financiar una nueva realidad. Son los que se dedican al comercio, como recomienda un tal Hugo de St.- Víctor.

¿Y quién es él?

Es un famoso pensador del siglo XII quien nos envía una recomendación medicinal, una receta que nos ayudará aquí, es Hugo de St.-Víctor quien, en el norte de Francia, escribió un manual para sanar las ausencias de entendimiento de los cambios en la realidad de sus tiempos. Su obra, El Didascalicon (griego para “manual de instrucción”) sirvió como medicamento cuando enseñó que no habían solamente siete artes liberales, ¡si no que ocho! ¿Cuál era el octavo arte? El comercio. ¿Y por qué el comercio? Porque los que venden, compran y producen la riqueza requieren la habilidad de persuadir y convencer a sus sociedades para despertar y no pretender quedarse en el presente eterno.

Saludos y agradecimientos a Hugo de St.-Víctor, quien nos enseñó que el arte de la conversación y el discurso no está perdido, y sus palabras nos servirán como hierbas medicinales. El arte de la persuasión se encaja en la conversación y nos puede despertar como ningún otro remedio.

¿O, es que el arte de la conversación y escritura literaria, comercial y política están perdidas hoy? No. Se le puede recuperar. Y es necesaria esta conversación culta, erudita y persuasiva. Otro pensador, don Baldassare Castiglione, nos ofrece en su libro, El cortesano, donde receta el remedio para la falta de comunicación entre los que están fingiendo estar dormidos y los que ya están despiertos.

Es que, en el siglo XII, el remedio de persuasión en la conversación y negociación que nos encomendó Hugo de St.-Víctor, como el octavo arte sobrevive hasta el siglo XVI. Es una medicina que nos receta Castiglione en El cortesano. Se llama “sprezzatura”, y es, nos dice Castiglione, “la gracia que esconde la gracia” en la conversación y negociación cuando estamos plenamente despiertos y conscientes. Es la salud de una república poder hablar, escribir y escuchar, habiendo tomado, despierto, una cucharada de sprezzatura.
FIN

“Compañeras de viaje” (1862). Oleo del pintor inglés Augustus Leopold Egg (1816-1863). Birmingham Museum an Art Gallery