En 1932, tras diez años de vivir en Madrid, el poeta cojutepecano Raúl Contreras Díaz (1896-1973) adquirió un modesto predio, situado en una zona entonces fangosa y distante del centro de la capital española, y lo pagó a plazos, con los sueldos que devengaba como funcionario en el exterior y que siempre le llegaban con varios meses de retraso.
Cuando el Ministerio Español de Obras Públicas proyectó la ampliación del Paseo de la Castellana, el valor de dicho terreno se multiplicó por cinco, lo que permitió que le fuera hecho un jugoso préstamo hipotecario, que le posibilitó construir un hotel de tres pisos que, por su decisión personal, se convirtió en la primera ocasión en que una misión diplomática salvadoreña contó con un edificio propio, situado en la nomenclatura madrileña en el número 2 de la calle de Carbonero y Sol, al final del Paseo de la Castellana, frente al hipódromo local y a las plazas de la República y del Pueblo.
Por acuerdo del Poder Ejecutivo salvadoreño del 26 de agosto de 1933, Contreras Díaz fue nombrado enviado extraordinario y ministro plenipotenciario al frente de la Legación o representación diplomática salvadoreña, instalada de lleno en aquel cómodo edificio de su propiedad, “la mejor instalada de las Legaciones hispanoamericanas”, pero cuyo funcionamiento y bajo sueldo le hacía imposible atender a los deberes sociales que su nuevo cargo le imponían en esa capital tan cara.
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Tras el levantamiento militar contra la República, en julio de 1936, la Legación salvadoreña encabezada por Contreras Díaz acogió a medio centenar de refugiados. Con el paso de las semanas, el número creció hasta 200. Madrid estaba sitiada, bajo constantes bombardeos y mucho fuego de metralla. En sus calles había desde militares republicanos hasta milicianos anarquistas, sindicalistas y mucha gente armada y dispuesta a matar casi a la menor provocación.
Por orden del gobierno martinista, Contreras Díaz y su familia fueron obligados a salir de Madrid en octubre de 1936, con rumbo a Alicante y a puerto seguro en Francia. Por eso, la Legación en aquella ciudad bajo fuego pasó a estar bajo la dirección absoluta de su mecanógrafo, el joven capitalino Rodolfo Barón Castro (1909-1986), quien fue nombrado por el propio Contreras Díaz como encargado de negocios ad ínterin, sin contar con la capacidad legal para hacerlo. Fue a Barón Castro -por entonces estudiante del doctorado en Derecho en la Universidad Central (ahora Complutense)- a quien le dejó dinero y provisiones para que pudiera resistir el inminente asedio a la capital española, por parte de las tropas del general rebelde Francisco Franco Bahamonde y en contra del tambaleante régimen republicano.