Un salvadoreño en un Madrid sitiado

Entre 1936 y 1939, durante el sitio militar rebelde contra la villa de Madrid, capital de la Segunda República de España, la representación diplomática de El Salvador alojó a 200 refugiados y los mantuvo a salvo, casi hasta el final del cerco.

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Por Carlos Cañas Dinarte

2018-10-19 6:36:39

En 1932, tras diez años de vivir en Madrid, el poeta cojutepecano Raúl Contreras Díaz (1896-1973) adquirió un modesto predio, situado en una zona entonces fangosa y distante del centro de la capital española, y lo pagó a plazos, con los sueldos que devengaba como funcionario en el exterior y que siempre le llegaban con varios meses de retraso.

Cuando el Ministerio Español de Obras Públicas proyectó la ampliación del Paseo de la Castellana, el valor de dicho terreno se multiplicó por cinco, lo que permitió que le fuera hecho un jugoso préstamo hipotecario, que le posibilitó construir un hotel de tres pisos que, por su decisión personal, se convirtió en la primera ocasión en que una misión diplomática salvadoreña contó con un edificio propio, situado en la nomenclatura madrileña en el número 2 de la calle de Carbonero y Sol, al final del Paseo de la Castellana, frente al hipódromo local y a las plazas de la República y del Pueblo.
Por acuerdo del Poder Ejecutivo salvadoreño del 26 de agosto de 1933, Contreras Díaz fue nombrado enviado extraordinario y ministro plenipotenciario al frente de la Legación o representación diplomática salvadoreña, instalada de lleno en aquel cómodo edificio de su propiedad, “la mejor instalada de las Legaciones hispanoamericanas”, pero cuyo funcionamiento y bajo sueldo le hacía imposible atender a los deberes sociales que su nuevo cargo le imponían en esa capital tan cara.

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Tras el levantamiento militar contra la República, en julio de 1936, la Legación salvadoreña encabezada por Contreras Díaz acogió a medio centenar de refugiados. Con el paso de las semanas, el número creció hasta 200. Madrid estaba sitiada, bajo constantes bombardeos y mucho fuego de metralla. En sus calles había desde militares republicanos hasta milicianos anarquistas, sindicalistas y mucha gente armada y dispuesta a matar casi a la menor provocación.

Por orden del gobierno martinista, Contreras Díaz y su familia fueron obligados a salir de Madrid en octubre de 1936, con rumbo a Alicante y a puerto seguro en Francia. Por eso, la Legación en aquella ciudad bajo fuego pasó a estar bajo la dirección absoluta de su mecanógrafo, el joven capitalino Rodolfo Barón Castro (1909-1986), quien fue nombrado por el propio Contreras Díaz como encargado de negocios ad ínterin, sin contar con la capacidad legal para hacerlo. Fue a Barón Castro -por entonces estudiante del doctorado en Derecho en la Universidad Central (ahora Complutense)- a quien le dejó dinero y provisiones para que pudiera resistir el inminente asedio a la capital española, por parte de las tropas del general rebelde Francisco Franco Bahamonde y en contra del tambaleante régimen republicano.

Militares de la segunda república española con milicianos de diversos grupos anarquistas y sindicalistas. Foto proporcionada por la Biblioteca Nacional de Cataluña, Barcelona.

En una reveladora carta de carácter confidencial, fechada en Hamburgo, el 5 de noviembre de 1936, Contreras Díaz le escribió al ministro de Relaciones Exteriores de El Salvador para señalarle que “a Dios gracias”, en España, “la pesadilla roja se acerca a su fin y el ejército salvador del general Franco no tardará en tomar la capital y continuar su avance arrollador por toda la península, pese a la ayuda decidida que Rusia está prestando a sus camaradas”. Además, dejó asentado que lo que “Franco se propone es pacificar el país y destruir la hidra comunista”, por lo que El Salvador debe reconocer pronto a su régimen para que el caudillo “cobre más autoridad moral ante el mundo anti-marxista”.

Mediante un telegrama difundido por la radio de las tropas franquistas, el gobierno salvadoreño anunció que dejaba de reconocer a la segunda república española y le daba su beneplácito a los insurrectos. Eso abrió la puerta para que la Legación en Madrid fuera asaltada por milicianos, al saber que aquel edificio ya no gozaba de respaldo diplomático alguno.

En un gesto desesperado frente a aquel anuncio, Barón Castro salió a la calle, con lo que puso su vida en grave peligro. Tras algunos fracasos iniciales con varios diplomáticos latinoamericanos, logró que la Legación de Chile decidiera anexar bajo su bandera al edificio donde estaban asiladas casi 200 personas bajo protección salvadoreña, a las que el joven mecanógrafo había anotado en una detallada lista.

Para poder sobrevivir, aquellas personas tuvieron que contribuir con lo que llevaban encima (dinero, joyas, relojes, etc) para comprar comida y agua en el mercado negro. A la vez, libros, estantes y todo material de madera dentro de la Legación fueron quemados para usar su calor en los otoños e inviernos que pasaron hacinadas. Hubo necesidad de tapiar puertas y ventanas, armar trincheras con bolsas de arena y armarse con fusiles y pistolas para evitar asaltos de tropas y milicias.

Mediante una carta confidencial fechada en el segundo semestre de 1938, Contreras Díaz le indicó al Dr. Miguel Ángel Araujo, ministro de Relaciones Exteriores de El Salvador, que Barón Castro y 90 refugiados que estaban dentro de la Legación salvadoreña en Madrid fueron evacuados hacia otro edificio gracias a los buenos oficios de la representación diplomática chilena. En su misma misiva, señaló que aún quedaban dentro del edificio otras 97 personas asiladas, a los que él mismo procuraba hacer llegar alimentos, pero que la situación humanitaria se le complicaba cada vez más, debido al incremento de las actividades bélicas y a la anarquía reinante en aquella urbe, pronto abandonada a su suerte por las altas autoridades republicanas.

Mientras que el cerco militar rebelde se estrechaba sobre Madrid, las dos edificaciones con asilados bajo protección salvadoreño-chilena fueron atacados a balazos y hubo un intento de penetrar en uno de ellos. Ese momento quedó filmado para la historia gracias a una cámara de 16 milímetros.

A medida que se daba información acerca de los cruentos combates en las calles y avenidas de Madrid, varios medios salvadoreños anunciaron la súbita desaparición de Barón Castro, por lo que instaron al gobierno salvadoreño a averiguar su paradero ante las tropas franquistas. Finalmente, algunos periódicos –como el santaneco Diario de Occidente, en su edición del sábado 25 de marzo de 1939- presentaron informaciones de que el valiente joven gozaba de buena salud, que se encontraba aún en la capital española -tras la derrota de las fuerzas armadas y milicias republicanas- y que se aprestaba a preparar un libro sobre sus acciones e impresiones de ese capítulo bélico, proyecto del que no volvió a saberse más en el futuro.

Sin embargo, sí redactó a máquina un completo informe de lo ocurrido dentro de la Legación salvadoreña en aquellos tres años difíciles. Gracias a esos apuntes puede saberse ahora que, de los casi 200 asilados, dos de ellos se escaparon por una ventana, fueron capturados por milicianos anarquistas y fusilados sin mediar palabra. Faltaban apenas dos semanas para que concluyera el operativo militar rebelde.

Contreras Díaz siguió con su labor poética y periodística. Fue varias veces diplomático en Europa, promotor del turismo interno en el país y cofundador de varias instituciones culturales. Barón Castro nunca ejerció como abogado, pero fue autor de varios libros importantes, funcionario de la UNESCO y de la OEI y uno de los mejores conocedores de la historia colonial salvadoreña.

Pocos años después del fin de la guerra, Barón Castro logró que el propio general Franco le entregara vivo a uno de los coroneles que dirigió la defensa de Madrid. Lo envió al exilio, muy lejos. Vivió las siguientes décadas como humilde maestro de escuela y sus restos yacen ahora en el cementerio de la localidad donde vivió y trabajó: en el de Apopa, en el departamento de San Salvador. Pero eso forma parte de otra historia.