Tucídides nos cuenta de las grandes ambiciones por riqueza en la catástrofe del Puerto de Sicilia

“Tengo en reserva, en mi aljaba, grandes cantidades de flechas veloces. Las mentes listas pueden entenderlas. La turba requiere intérpretes”. Pindar (517-438 a. C.) Segunda Oda Olímpica (88-85)

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elsalvador.com

Por Katherine Miller Doctorado en Estudios Medievales y Renacentistas de UCLA.

2018-07-21 3:50:41

Había una vez, hace 2,500 años, un general de Atenas llamado Tucídides, quien escribió una historia “para todas las épocas”. Se trata de La Historia de la Guerra del Peloponeso, en la que Tucídides nos presenta una suerte de guerra civil entre las tribus griegas que duró 27 años (431-404 a. C.). Los espartanos peleaban contra los atenienses en la península que es ahora Grecia, pero que, en este entonces, estaba compuesta de muchas diferentes ciudades-estados (poleis), entre ellas, Atenas y Esparta.

A lo largo de la historia de esta guerra que escribió Tucídides, el lector es invitado a interpretar las alusiones en extremo precisas que ocupa Tucídides para las acciones que el historiador hace, no directamente, pero por medio de recuentos austeros de hechos y resonancias que él no descifra para nosotros, los lectores del siglo XXI, de los tiempos del famoso líder ateniense, Pericles.

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Tucídides escribe sus argumentos y descripciones de una manera rigurosa para revelar las debilidades de la democracia radical y directa, sin el beneficio de la mediación de instituciones, en la que los hombres ciudadanos de Atenas reunidos en la Asamblea de su ciudad, votaron en forma directa sobre las estrategias de esta guerra. En otras palabras, deja que los hechos hablen por sí mismos y, si estamos listos —si tenemos ojos para ver y oídos para escuchar— estamos invitados a interpretarlos.

Aun así, Tucídides castiga a los líderes inferiores que subieron al poder después del ilustre Pericles. Ellos, nos cuenta Tucídides, “terminaron por entregar hasta la conducción de los asuntos del estado a las fantasías de la multitud en un voto directo, hombre por hombre, sin la intercesión de las cortes u otras instituciones. Eso, como se pudiera haber esperado en un estado grande y soberano, produjo una multitud de desastres, y entre ellos, la Expedición a Sicilia”, (II.65.10-11).

Vamos a escoger solo unos escasos tres años sobresalientes de esta guerra que nos puedan regalar un mensaje para hoy, si deseamos recibirlo. Sí se requiere interpretación política para trasladar las resonancias, los historiadores expertos de todo el mundo declaran que estos episodios que veremos enseguida conforman los errores de una ambición disfrazada que condujo a uno de los eventos bélicos más degradantes de la historia mundial.

Se trata de la famosa Expedición a Sicilia votada directamente en la Asamblea de los atenienses en unos debates cuyo centro era la posibilidad de grandes ganancias en riquezas cuando conquistaran el Puerto de Sicilia en Tarentum, que requería abrir un segundo frente en la Guerra del Peloponeso. En los debates “democráticos” en la Asamblea de Atenas, los verdaderos motivos fueron disfrazados, y manipulados retóricamente, con palabras y argumentos que mostraban la falsa intención de ayudar a unos aliados en problemas en Tarentum; pero Tucídides nos indica que las verdaderas razones escondidas eran fines personales —las secretas ansias de riqueza personal en una victoria militar. Así que, la Expedición a Sicilia se llevó acabo durante los años 17-19 de la Guerra del Peloponeso.

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En los debates sobre si se debería lanzar la Expedición a Sicilia, Nicias, un general de edad madura con mucha experiencia, argumentó en contra del envío de esta. Pero un joven bello, rico, inteligente y extravagante, el famoso Alcibiades, gana el argumento y el voto directo y democrático de la Asamblea a favor de la expedición. Tucídides es bien claro en que el verdadero objetivo de la expedición era la conquista de toda la isla de Sicilia y el rico puerto de Cartago en la Magreb cerca de Tarentum, ciudad dominante del Puerto de Sicilia. Pero, como nos indica Tucídides en toda su historia, cuando se trata de dinero y poder, los argumentos toman otra forma y “las palabras cambian sus significados”. El argumento de ayudar a los aliados en Sicilia debe ser traducido en actuar con base en las verdaderas razones: ambiciones por adquirir riqueza personal de los miembros de la Asamblea con una victoria militar sobre el Puerto de Sicilia.

Antes de la salida de la flota para Sicilia, ocurre un evento grave. Los “herms” (mojones de piedra en forma de una cabeza y un falo gigante) ubicados para marcar las divisiones entre las propiedades y casas de Atenas sufren una mutilación. Alcibiades, uno de los comandantes de la flota que zarpará para Sicilia, es acusado como responsable. Es aristócrata pero es acusado de la mutilación de las pequeñas estatuas.

Los políticos de la asamblea de Atenas deciden demorar el proceso legal para no perjudicar la acción militar. Alcibiades, a sabiendas de que iba ser enjuiciado en su ausencia y sentenciado a muerte por el acto sacrilegio de la mutilación de los herms, se va con la flota a su mando, pero a medio camino a la isla itálica abandona sus barcos, vuelve tránsfuga y se une a algunos parientes (compadres o perioki) para prestar sus servicios como estratega al enemigo de Atenas: Esparta.

Pero regresamos a la salida de la Expedición a Sicilia que zarpa del Piraeus, el puerto de Atenas, en presencia de toda la ciudad: “un panorama que valía la pena ver y que merecía toda la credibilidad”, dice Tucídides crípticamente. Los lectores originales del tiempo de Tucídides mismo pudieran reconocer este espectáculo por lo que, en realidad, era: una cascada de entusiasmo que demostraba una esperanza secreta, escondida e ilusoria de victoria militar y la consecuente riqueza para los miembros de la Asamblea. “Ilusorio” porque sabían el enorme fracaso catastrófico con que la expedición terminaría.

Llegando a Sicilia, la expedición ateniense, pasa tres años de maniobras militares navales y terrestres, muy intrincadas, y descritas por nuestro autor en su historia.

En un momento crítico, Esparta entra a la batalla al lado de los sicilianos en una flota experta bajo el mando de un tal Gylippus, un general espartano muy superior militarmente que Nicias, el comandante ateniense, y los demás atenienses. Ambos lados comienzan —los de Sicilia con el espartano Gylippus contra Nicias y los atenienses— a construir murallas de defensa y asedio. La historia de Atenas y los espartanos y sicilianos está colgada en la báscula de la suerte en una ciudad en las orillas del Puerto de Tarentum en Sicilia con el nombre de Epipolae, donde eventualmente ganan militarmente los espartanos bajo Gylippus.

Los de Siracusa y Tarentum comienzan a tirar flechas y lanzas sobre los atenienses desde las alturas de un acantilado que sube a las alturas de Epipolae. Los atenienses, desesperados, tienen sed y corren a un río cerca del puerto. Aquí, Tucídides nos cuenta en el séptimo libro de su historia, sin comentario, los hechos:
“Ellos (los ateniense) cayeron uno contra otro, algunos muriendo inmediatamente por las lanzas y flechas de los siracusanos; otros enredados, y cayéndose sobre obstáculos, sin poder levantarse otra vez. Mientras tanto, en la orilla opuesta, que era un acantilado empinado, los de Siracusa continuaron tirando misiles sobre los atenienses, quienes estaban tomando el agua del río ansiosamente, uno encima del otro. Los de Sicilia llegaron como carniceros y los mataron, tiñendo el agua del río con sangre. Pero los atenienses siguieron tomando el agua, llena de lodo, arena y sangre como estaba. Y los atenienses hasta pelearon entre si para tomarla”. (Libro VII).

Por la ambición inflada y la ansiedad por riqueza, la Expedición a Sicilia votada por los demócratas atenienses terminó con los prisioneros atenienses encarcelados en pedreras sicilianas, Tucídides explica que estaban “(…) amontonados en un hoyo angosto, sin nada de techo para cubrirlos. El calor del sol durante el día y las noches frías, que llegaron en el otoño, los enfermaron (…) y los cadáveres de los que murieron de sus heridas o por las inclemencias del tiempo, fueron dejados con los vivos. Con hambre y sed (…) durante 70 días vivieron así. El número total de prisioneros (atenienses) sería difícil de contar con exactitud, pero no pudiera haber sido menos de siete mil”, (Libro VII).

La votación directa en la democracia radical de Atenas permitió la Expedición a Sicilia con motivos escondidos bajo una cortina falsa de querer ayudar a sus aliados. Pero no ganaron el puerto. Llegaron mensajeros desde Sicilia, sobrevivientes, a Atenas para contar la tragedia. Pero nadie les creía.