África desde siempre, y no por los ojos de Europa y Roma

???Las animosidades de partido y la moralidad política en general conforman un tema inagotable y una discusión detallada que merece más importancia y ocuparía más espacio del que dispongo???. Gaius Crispus Salustio. La Guerra de Jugurtha, capítulo v. (Historiador Romano, siglo I a.C.)

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elsalvador.com

Por Katherine Miller Doctorado en Estudios Medievales y Renacentistas de UCLA.

2018-05-05 7:17:40

Si conocemos algo sobre África, talvez es de la Magreb, la costa norte del continente antes del vasto desierto del Sahara. La Magreb formó parte del Imperio Romano —en su tiempo, lujurioso, rico, altamente educado, con villas, foros, teatros y la gran biblioteca de Alejandría del primer siglo antes de que naciera Jesús Cristo.

Es de este período que está escribiendo Salustio cuando irrumpieron las guerras por la independencia de los bereberes bajo el liderazgo del famosísimo Jugurtha, rey guerrero berebere, quien encabezó las fuerzas de caballería y elefantes. Y como nos comenta el historiador romano, Salustio, tenía sus repercusiones en el gobierno de Roma misma. Eventualmente los bereberes luchando por su independencia en el primer siglo a.C., perdieron; pero el rey berebere Jugurtha siguió vivo en los ánimos de los jóvenes de Morocco, Argelia, Mauritania, Tunisia y Libia.

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Haouaria Kadra, historiador de Argelia, nos explica que la mayoría de la población de Argelia conoce el nombre Jugurtha, como aquel que peleaba contra Roma y sienten por él, como parte de su identidad nacional, admiración. Pero, nos cuenta que su historia es cubierta por las espesas neblinas del tiempo. (Kadra. Jugurtha. Un Berbère contre Rome. Paris, 2005).
O, talvez se acuerdan del autor de El asno de oro, el berebere Apuleio, uno de los escritores africanos famosos, contemporáneo con Salustio, Cicerón y Virgilio, o vienen a la mente los dramaturgos de la Magreb, Plauto y Terencio. Por seguro se acuerdan del gran San Agustín, quien vivió en Magreb en Hippo Regius. En el siglo XIX, el escritor francés sin par, Gustave Flaubert, escribió la reconocida novela sobre mercenarios bereberes durante las Guerras Púnicas con los romanos: Salammbô. Y no es posible que no mencionemos al escritor africano de Argelia: Albert Camus, quien escribió, entre otras obras, La peste, El extranjero, Bodas y El hombre rebelde.

Se puede decir que África está con nosotros, pero la conocemos como un pez conociendo el agua en que está nadando, sin conocer el olor o la textura del agua.

Un dedal de historia siempre es recomendable como trasfondo. La Provincia de África (que formaba parte del Imperio Romano) se formó después de las Guerras Púnicas reportadas por Polibio entre los siglos II y III a.C. Al finalizar estas guerras, los romanos destruyeron Cartago, centro de la nación de Numidia. Una vez destruído Cartago, las legiones romanas comenzaron a tomar control del Norte de África pre-sahariana.

La toma de posesión de África la cumplió el emperador César Agusto cuando ocupó Egipto después de la Batalla de Actium (131 a.C.) y el suicidio de Marco Antonio y Cleopatra.

Pero, cuando el Imperio Romano comenzó a fragmentarse en el siglo V d.C., en Europa Occidental se experimentó la formación de muchos estados pequeños cuando las tribus germánicas como los de Galia, los godos, los ostrogodos, los visigodos, los teucri, las celtas, los vandales y otros entraron para efectuar asentamientos humanos en el occidente. Lo mismo pasó en África después de las guerras por la independencia liderada por el rey berebere Jugurtha, de Numidia, que provocó tanto desorden en el gobierno en Roma, como nos cuenta Salustio. Nunca podemos olvidar que, cuando estaba agonizando San Agustín en Hippo Regius en el reino berebere de Numidia en la Magreb, en 430, las tribus belicosas de los Vandales estaban a los portones de la ciudad donde el santo estaba muriendo. Aun así, en esta fecha, San Agustín era un ciudadano romano.
Después, llegaron los bizantinos desde Constantinopla bajo el mando del general Belisario, enviado por el emperador en Constantinopla, Justiniano, quien, en el siglo VI, lanzó una ofensiva para dominar los espacios y tierras que antes formaban parte del antiguo Imperio Romano.

Sigue la primera Jihad Islámica después de la muerte de Mohammed, y de que se formaran los califatos por toda la cuenca del Mediterráneo y la península Ibérica en el siglo VII. Todas estas invasiones cambiaron el paisaje político y cultural del África del Norte. En Libia, las élites locales dominantes de las regiones bereberes cambiaron, de forma paulatina, sus lealtades hacia África, separándose del mundo mediterráneo de los romanos. Un historiador del siglo XXI comenta que este “cambio representaba la agregación y re-integración de los oasis y de los pueblos que vivían llevando su ganado desde los valle donde pastaban en invierno, hasta la montaña, donde la hierba permanece fresca todo el año.” además de los pueblos sedentarios quienes se ubicaron dentro de un sistema político en el que Roma se volvió más y más irrelevante. Formaron, entonces, los estados autónomos de los bereberes” (Merrill. Vandals, Romans and Berbers: Understanding Late Antique North África. Londres, 2016.

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Contemporáneo con los estados galos, celtas, godos, tribus y federaciones germánicas en general en que estaba fragmentando Europa Occidental, encontramos pequeños estados moriscos en el Norte de África. Moro (el adjetivo es morisco) era el nombre aplicado a los bereberes de la Magreb. “Considerando la era de Al-Andaluz en la península Ibérica (711-1492), los habitantes de la Magreb eran los bereberes musulmanes, o, magrebíes, conocidos como moros”, como nos explica Robert Montagne, en su libro The Berbers, their social and political organization (1973).

Llegando a lo que denominamos los Renacimientos en Europa en los siglos XVI y XVII, en Inglaterra. La reina Isabel I estaba alistando planes para deportar a todos los moros que vivían en su reino. Shakespeare simpatizaba con los moros y escribió un tributo en defensa de ellos en su tragedia en la que presenta el noble moro (quien es un berebere del Norte de África) y escribió Otelo, el moro de Venecia. En la obra, Otelo es tan importante militarmente que ostenta el puesto del Comandante General de las Fuerzas Armadas de Venecia, portal por el cual pasaba a Europa toda la riqueza de la Ruta de Seda: Venecia, la República Serenísima, que controlaba el Oriente del mar Mediterráneo.

Otelo regala a su esposa, Desdemona, un pañuelo con un diseño de fresas y lleno de magia, bordado por su madre. La pérdida de este pañuelo morisco, es el eje de la obra. La trama se desenreda y es el veneciano blanco Iago el malo y no Otelo, el negro moro. De otra obra de Shakespeare, Romeo y Julieta, aprendemos del popular y elegante baile denominado “La morisca” (danza de los moros de la península Ibérica).

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Los europeos denominaron la costa del norte de África “the barbary coast”—o sea, la costa de África donde vivían los bereberes. Es que África estaba, desde siempre, con nosotros, por toda la historia europea —que, en las aulas de los colegios, universidades y publicaciones académicas, conocemos solamente por medio de los ojos del gran Imperio Romano.

Será un placer y beneficio conocer la historia del continente originalmente llamado Ifriqya, tan feroz, bello y rico, como nos dice el escritor magrebí nacido en Argelia, Albert Camus. Consideramos, para terminar, unas palabras sensuales de su obra pequeña, Bodas a Tipasa:

“Aquí mismo, yo sé que jamás podría acercarme tanto al mundo. Tengo que tirarme desnudo al mar, todavía plenamente perfumado de esencias de la tierra… Entiendo aquí lo que se llama la gloria: el derecho de amar con desmesura”.