Se fueron becados 3 exalumnos de la Sinfónica Juvenil y regresan a El Salvador a dar clases. Esta es su historia.

Conscientes de la carencia de un sistema formal de educación musical en El Salvador, traspasaron fronteras para alcanzar la profesionalización.

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elsalvador.com

Por Rosemarié Mixco

2018-07-09 7:53:44

“No hay secretos para el éxito. Este se alcanza preparándose, trabajando arduamente y aprendiendo del fracaso”. Esta frase célebre del ex Secretario de Estado de los EE.UU. de la administración de George W. Bush, Colin Powell, ilustra de forma acertada la historia de los músicos salvadoreños Sandra Rivera, Kevin Enamorado y Gabriela Henríquez.

Los tres jóvenes exintegrantes de la Orquesta Sinfónica Juvenil (OSJ) de El Salvador se engancharon de sus sueños y superaron cuanto obstáculo se cruzó por su camino a la profesionalización.

No hubo barrera que les hiciera retroceder: llámese bajo nivel de educación musical, desconocimiento del idioma, separación familiar o carencia de recursos económicos. La lista de trabas es larga y, en este país, son cientos de jóvenes apasionados por el arte quienes los enfrentan a diario.

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Consientes de esta carencia de formación artística y unidos por un cordón umbilical al proyecto socio-cultural que los vio surgir, los tres jóvenes talentos tienen en el horizonte sumarse a la tarea de educar nuevas generaciones de artistas.

La trinchera, el proyecto infantil en manos de la Asociación Pro Arte, organización sin fines de lucro que por 22 años ha velado por la continuidad de la OSJ y que en la actualidad batalla contra los recortes al Programa de Transferencia de Recursos (PTR) que recibe desde el Ministerio de Cultura.

Sandra, Kevin y Gabriela conocen muy bien la realidad que enfrenta la orquesta y Pro Arte, por ello quieren sumarse a esta lucha por sostener un proyecto de nación, que por más de dos décadas ha modelado ciudadanos capaces de unir talentos para crear armonía.

 

SANDRA RIVERA

Sandra se profesionalizó en violín en los Estados Unidos. Foto EDH / Lissette Monterrosa

Hace un mes, la joven salvadoreña regresó a El Salvador tras concluir su maestría en violín, en la Universidad de El PasoTexas, Estados Unidos. Fue un retorno apresurado, pues su visa de estudiante estaba por caducar y la “era Trum” es inflexible: cero tolerancia. Sin embargo, Sandra encontró en tierra norteamericana más que la formación musical de la que carece su país. “Dios me bendijo y me colocó muchos ángeles que me ayudaron”, afirma.

Su entrega y dulzura le hicieron conquistar muchas amistades, además del cariño de la familia que le acogió en Colorado, donde cursó sus cinco años de licenciatura. También comenzó con su trabajo de docencia y terminó de dominar el idioma inglés que medio aprendió para poder ingresar a la universidad.

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Ahora está a cargo de un nuevo proyecto de educación musical dirigida a niños en la Asociación Por Arte de El Salvador. Se siente como en casa, haciendo lo que le apasiona y dirigiendo sus esfuerzos a la creación de nuevas generaciones de ciudadanos. Sí, ciudadanos, porque la música no solo descubre artistas, también construye personalidades.

Sandra lo sabe hoy más que nunca, a 16 años de haber tomado la mejor decisión de su vida: estudiar un instrumento. Y aunque en su corazón lo que añoraba era aprender ballet, terminó optando por aprender el violín que la condujo hasta la OSJ, ese proyecto socio-cultural que se transformó en su familia, en el hogar al que hoy regresa como la maestra.

KEVIN ENAMORADO

Kevin se especializó en fagot en Hannover, Alemania. Foto EDH / Lissette Monterrosa

La oportunidad de viajar a Europa a un taller de fagot le llegó desde Alemania, gracias a su maestro en la Sinfónica Juvenil, el uruguayo Martín Jorge, quien por 14 años tuvo la dirección titular de la OSJ. El sudamericano lo empujó a él y a su hermano a asistir al concierto de un quinteto de vientos que visitó El Salvador en 2011.

“Quedé impresionado con todo lo que se podía lograr con el fagot”, recordó; además, tomó los talleres que ofrecieron los extranjeros. Fue ese fagotista que le impresionó, el que propuso a Jorge que Kevin aplicara a una beca de tres meses en Nuremberg.

La poeta salvadoreña olvidada

Kevin no lo dudó y viajó hasta la casa de una familia adoptiva, que se convirtió en pieza clave de su profesionalización. Cuando regresó a El Salvador para concluir su bachillerato, su familia alemana abrió una cuenta de ahorro para recolectar dinero y ayudarle a continuar sus estudios de fagot en la universidad. “Publicaron un artículo explicando mis condiciones y ofreciendo una cuenta para los que quisieran colaborarme”, recordó.

En esa casa, Kevin comenzó su aventura con el idioma alemán, tarea que asumió de forma autodidacta, con tutoriales por internet y diccionarios. “No tenía dinero para hacer cursos”. La licenciatura la completó en la Universidad de Hannover y retornó a su país para sumarse a las tareas de formación en la Asociación Pro Arte. “Doy clases a niños de la Orquesta San Salvador”, explicó. Y aunque la docencia no estaba en sus planes, quiere apoyar la enseñanza.

GABRIELA HENRÍQUEZ

Gaby aún estudia en España. Ella cursa dos carreras de forma simultánea: Licenciatura en Viola y Musicología. Foto EDH / Lissette Monterrosa

Gabriela aún sigue estudiando en España. Cursa dos carreras simultáneas: la licenciatura en viola y Musicología. Pero cuando tiene la oportunidad de volverse a El Salvador, trabaja en la enseñanza musical en Pro Arte. “Es como mi casa. La conexión que tengo con la orquesta y Pro Arte es especial”, manifiesta, asegurando que aunque la calidad de la educación en la Madre Patria es superior no ha encontrado en tierra española esa conexión.

La violista supo que su futuro era la música mucho antes de graduarse del colegio, gracias a Martín Jorge, quien le brindó esa oportunidad. “Vinieron unos talleristas de cuerda, todos internacionales y el violista era español”, rememoró. Muy segura de sus sueños conectó con el artista ibérico y alimentó la relación por internet. Ella quería viajar a España para audicionar en un conservatorio. “Él dijo que no sería fácil, por el bajo nivel académico que tenía, pero me dijo que probara”, añadió.

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Viajar para audicionar no fue sencillo, su madre tuvo que ingeniárselas para costear el vuelo, aún sabiendo que podría ser en vano. Para su sorpresa, su hija única se hizo de uno de los seis cupos de violistas que ofrecía el conservatorio de Salamanca.

Y aunque la beca estaba, los gastos de vida corrían por su cuenta. Ya establecida, enfrentando los obstáculos de su realidad, exploró el ámbito universitario y se encontró con la musicología. En sus planes está concluir ambas carreras y luego retornar para ayudar a sostener su alma mater, la Sinfónica Juvenil.

En la actualidad, en tiempo de vacaciones, retorna a El Salvador y se apoya enseñando en Pro Arte.