Salvadoreño que huyó del país con su familia: “Si regresamos nos matan… nos matan a todos”

Una familia busca refugio en México después de haber sido forzados a salir de El Salvador. Las solicitudes de refugio en México se han disparado en los últimos años.

Más de 6,180 salvadoreños pidieron refugio en México durante 2018, según ACNUR; sin embargo, ese país a la vez ha incrementado las medidas contra los migrantes y las deportaciones. Imágenes de AFP y archivo EDH.

Por Xenia González Oliva / @begoliva

2019-07-01 6:00:12

“Yo le pido, le suplico, que nos deje pasar porque no podemos regresar a nuestro país… si regresamos nos matan… nos matan a todos”, ruega Raúl* ante los militares mexicanos.

Raúl y su familia se encuentran en el límite. Si los militares los detienen y los deportan, ahí quedarán todas las esperanzas de seguridad. Ya no tienen dinero, ya no pueden seguir durmiendo en casas distintas cada noche. Es en esa frontera donde han dejado todo.

Un día antes, las hijas de Raúl, quien ha pedido no se use su nombre real, no dejaban de preguntar hacía dónde iban. Con cuatro y seis años es la primera vez en sus vidas que van en un viaje de autobús que ha durado más de dos horas; la primera vez que llevan casi diez horas de viaje; también es la primera vez que salen de El Salvador.

Su padre intenta sonreír y darles los ánimos que él ha dejado de sentir desde hace meses. Les dice que van a una piscina, a un parque, a un tobogán enorme.

El destino imaginario cambia según el kilometraje que recorren y las horas que llevan en camino. “Pero nunca llegamos”, se quejan. Él les pide que duerman.

Raúl y su familia se encontraban en un autobús realizando un trayecto de más de diez horas desde la ciudad de Guatemala hasta Petén. Junto a Raúl van su esposa y su cuñado.

Aunque es el trayecto en autobús más largo que recorrerán en su camino a México, acabará siendo uno de los más tranquilos. En el autobús que tomarán después, desde Petén hacia El Ceibo, el punto fronterizo entre Guatemala y México, Raúl y su familia serán víctimas de acoso, extorsión y violencia por parte de la policía guatemalteca.

Pero ninguno de estos momentos de tensa tranquilidad, así como los de incertidumbre y miedo que vendrán después, se comparan con los de terror y desesperación que Raúl había vivido durante los últimos meses en El Salvador.

Durante un tiempo de su juventud, la esposa de Raúl fue novia de un pandillero. Fue una víctima constante de violencia intrafamiliar y solo logró sentirse a salvo cuando él fue detenido y enviado a prisión por otros delitos.

La familia que Raúl y ella iniciaron era golpeada de vez en cuando por limitantes económicas. Raúl tenía un trabajo de largas horas y salario mínimo, con solo un día de descanso a la semana, pero él se sentía bien. Estaba seguro de que con mucho trabajo podría sacar a su familia adelante.

Raúl también ayudaba con lo que podía a su madre. Confiesa que nunca pensó en salir del país. Nunca había tenido el deseo de migrar hacia Estados Unidos para conseguir un mejor trabajo.

Ahora piensa que nadie sabe realmente sobre el sufrimiento de ser víctima de amenazas hasta que le toca vivirlo en carne propia.

“Yo no pensé que me pasara. ¿Cómo se iba a comunicar él desde la cárcel? Pero lo hizo, se comunicó con los muchachos que estaban afuera. Así comenzó todo”, dice.

Empezaron con su esposa, la llamaban al teléfono, la buscaban en la colonia. Le insistían en preguntarle sobre sus hijas y después con querer obligarla a ser cómplice en una serie de ilícitos.

Después llegaron las amenazas.

Un refugio para los desamparados

“Primero fue que le iban a quitar a la niña, después que la iban a matar a ella y después a mí. Al principio no queríamos creer, pero nos cambiamos de casa por motivos de seguridad”.

Pero siempre los ubicaban. Se fueron a vivir un tiempo con su cuñado, pero los pandilleros se dieron cuenta y lo amenazaron, exigiendo la dirección de su esposa o su teléfono. En una ocasión, cuando Raúl tuvo que ir a visitar a un familiar, los pandilleros de la colonia lo acorralaron, lo golpearon y le robaron.

El miedo se apoderó de él y llevó a su familia a la casa de otro amigo. Por días anduvieron de casa en casa, intentando borrar todo rastro.

“No buscamos ayuda con la Policía, porque sabemos que la Policía casi siempre está involucrada con esos grupos y a las personas que piden ayuda siempre la ubican esos grupos”, explica Raúl.

Acudieron a la Procuraduría General de la República donde les hablaron sobre el programa de desplazamiento forzado, ahí le dijeron a qué albergue podía acudir cuando saliera del país, el número de teléfono al que podían llamar.

“Así fue como nos fuimos asesorando, así es como tomamos la decisión de salir porque ya no sentíamos seguridad en El Salvador”.

En Guatemala la parte más larga del trayecto ha terminado, pero viene una de las más duras.

En el camino desde Petén hacia El Ceibo el viaje se les hace eterno cada vez que encuentran un retén policial. Los policías los reconocen con facilidad, Raúl no sabe si los delatan las bolsas con ropa o la mirada llena de temor.

“Ustedes quieren entrar a México de forma ilegal, nosotros estamos colaborando con las autoridades mexicanas para que no pasen ustedes”, les dijo el primer grupo de policías. Raúl se sentía menospreciado. Les comenzaron a pedir dinero y él les decía que solo les podía dar 35 quetzales. “Déjenos algo para las aguas (gaseosas)”, le decían.

“¿Cómo se pone a pedirnos dinero, si nosotros venimos huyendo?”, les preguntaba Raúl, pero no le hacían caso. Al final les tuvo que dar 100 quetzales.

Cinco kilómetros después, se encontraron con otro grupo de policías. Esta vez los bajaron a él y a su cuñado del microbús.

“Ya nos dijeron que llevan dinero”, fue su saludo.

Les exigieron otra vez 100 quetzales, pero Raúl ya no llevaba más. De tanto que los intimidaron, Raúl se molestó y les dijo que si querían que los regresaran a la capital de Guatemala. Al final le registraron la billetera, le quitaron sus últimos 35 quetzales y un billete de $20.

Cuando iban llegando a un lugar que se llama La Libertad, en Petén, el microbús hace una parada de descanso para que los usuarios puedan ir al baño o comprar algo. Ahí los policías rodearon a Raúl y lo llevaron a la parte de atrás de una gasolinera. Su esposa intentó seguirlos, pero no se lo permitieron.

Lo golpearon y le quitaron $40. También le pedían su teléfono celular, pero él no lo andaba.

“Aquí no te ha pasado nada”, le dijeron cuando lo soltaron.

Raúl se preguntaba si había alguien en el microbús que les iba avisando. Cuando llegaron a El Ceibo, Raúl y su familia descubrió que necesitaban una visa para cruzar a México. Ellos solo llevaban sus pasaportes.

Había muchachos que ofrecían sus servicios para cruzarlos, pero no se sentían seguro. Pero la desesperación comenzaba, no habían podido comer porque ya casi se habían quedado sin dinero.

Alguien les dijo que les ayudaba a cruzar por 100 pesos. Raúl y su cuñado vendieron unas herramientas que llevaban de las que usaban para trabajar en El Salvador y lograron recolectar el dinero.

Al otro lado se encontraron con que debían pagar más. Los taxis cobran 500 pesos cada uno para Tenosique, mientras que los microbuses pequeños 45 pesos por persona, pero debían mentir y decir que sí tenían papeles. Raúl no creían que debían mentir sobre ese detalle en caso los parara una patrulla.

Esperaron tres horas a que alguien los ayudara, hasta que pasó el motorista de un microbús que les ofreció llevarlos por 300 pesos cada uno; si los bajaba la policía, les advirtió, solo le darían la mitad; pero debían decir que habían pagado 45 pesos cada uno.

Reunieron todo el dinero que llevaban escondido y, aunque solo llegaron a 600 pesos, el motorista accedió a llevarlos.

Unos seis kilómetros después encontraron un nuevo retén. Los bajaron a todos, los revisaron y les preguntaron hacia dónde iban.

Uno de los soldados llamó a Raúl por aparte y él le confesó que iban a pedir asilo. Raúl no quería contarle todo hasta que el soldado le dijo que no le iba a pasar nada si hablaba: “Yo voy como huyendo de la violencia de mi país… me han sacado correteado de mi colonia, le dije, mi familia y yo… no se siente bien…”, le dijo.

El soldado lo llevó donde su superior y Raúl se afligió. Fue ahí donde les suplicó que los dejaran pasar. Que si regresaban a El Salvador los iban a matar. Al final los dejaron pasar y los despidieron con un “que todo les salga bien”.

Días después a Raúl aún le duele un poco el hecho de que fueron maltratados en Guatemala.

Uno de sus temores era que ya en Tenosique se toparan con alguien con malas intenciones que les diera una dirección equivocada, pero siempre hay gente buena y lograron llegar a salvo al hogar-refugio La 72, una casa del migrante, administrada por la Provincia Franciscana “San Felipe de Jesús”. Ahí los recibieron, les tomaron los datos y les dieron comida. Aunque hay mucha gente en el albergue y la situación quizá no sea la más adecuada, Raúl confiesa que se siente mejor. “Uno se siente como familiarizado, como arropado, como seguro”.

En estos momentos, él y su familia están en trámites de pedir refugio o una visa humanitaria. Aún está pendiente la fecha de la cita con la Comisión Mexicana de Refugio (COMAR). Aunque la seguridad es mayor, Raúl no deja de sentir cierta desconfianza. Prefiere no compartir con el resto de la gente del albergue de dónde vienen. Está pendiente de la llegada de nuevos migrantes, en caso sea alguien que pueda reconocerlos y avisar dónde están. El miedo a las pandillas lo ha perseguido hasta México, así como el dolor de haber dejado todo.

“Me duele haber dejado mi país El Salvador, mi familia, mis amigos… no es justo que los delincuentes tengan más seguridad que la gente que trabajamos que cada día luchamos…”.

Su esperanza es recibir el refugio para que puedan trabajar en México. “Aunque dicen que también es peligroso, pero nos sentimos alejados del riesgo”, dice. Sus habilidad como barbero, un oficio que aprendió de joven, ya lo hizo popular en el albergue donde le corta el cabello a quien se lo pida. Así se entretiene.

Para él es difícil oír a las niñas preguntar por su casa, por sus abuelos y sus amigos. Le duele el sufrimiento y trauma por el que han pasado ya. Un día llegó un joven migrante deshidratado que se desmayó y la niña preguntó si la policía también lo había golpeado. “Es duro esto… porque los gobiernos no le brindan ayuda a las personas que lo necesitan. No le dije ni a mis amigos y a mi mamá la abandoné prácticamente. Trato la manera de disimular que hemos salido de la casa, que hemos salido del país, que no sienta mucho el cambio, pero es difícil”.

La 72, que ha recibido a Raúl y a su familia, es una casa del migrante ubicada Tenosique, Tabasco, que comenzó a funcionar en 2011. En el lapso de ocho años, el flujo de migrantes que buscan refugio ha crecido de forma alarmante, señala su director, Ramón Márquez. El año pasado, La 72 recibió a 13,500 personas aproximadamente, de ellas casi 2,000 eran niños, niñas y adolescentes. De estos, aproximadamente, 850 venían solos, no acompañados. “El domingo nos llegaron dos menores de edad hondureñas de 11 y 9 años que se habían separado de sus papás y llegaron solas al albergue. Son realidades que estamos atendiendo diariamente”, expone Márquez. En los primeros cinco meses de 2009, ya casi han recibido a 11,000 personas y han registrado ya a más de 2,900 menores de edad. “Casi lo mismo del año pasado y el año pasado fue uno de los años con mayores flujos migratorios. No estamos hablando de un año tranquilo. El récord fue de 14,000 con el programa Frontera Sur. Quién sabe si hasta 20,000 con este ritmo”, señala Márquez.

Frente al enorme flujo de migrantes, Márquez y otras entidades que se dedican a la atención de los migrantes ven con mucha preocupación el cambio radical y agresivo que ha mostrado el gobierno de México, no solo contra los migrantes sino también contra las casas y organizaciones que atienden a las personas en movilidad.

Respecto a la tragedia de la familia Martínez, del padre y su bebé ahogados, Márquez expuso que son situaciones muy trágicas que visibilizan una de las muchas que se viven a diario en el corredor migratorio. “Esto está pasando casi diariamente o periódicamente en la ruta migratoria. No solo la pérdida de vida, los ahogamientos, los accidentes, sino también accidentes de tren, los asaltos con mucha violencia, los secuestros, la desaparición y la violación. Acá la violación está muy presente todo el tiempo”, lamenta.

Homicidio, la principal causa de muerte de los cuerpos repatriados a El Salvador

Entre 2009 y marzo de 2018, 1,248 fueron repatriados al país. La violencia, accidentes de tránsito y problemas relacionados al viaje como migrante están entre las primeras causas de muerte de quienes han sido repatriados, según Ministerio de Relaciones Exteriores.

Márquez advierte que “esto no está haciendo nada más que empezar”, que las medidas que se toman para bajar los flujos migratorios no funcionarán si no hay medidas efectivas que atiendan las razones que obligan a las personas a dejar sus países de origen. El director de La 72 señala que en el albergue están viendo cada vez más familias completas que han salido huyendo de sus países. El albergue ha pasado de recibir a hombres y jóvenes que viajaban solos, principalmente, a recibir mujeres con niños y familias completas, hasta con abuelos y tíos. “¿Qué está pasando para que todo esto se esté dando de manera masiva? No estamos hablando de números pequeños. Son números que nunca habíamos visto anteriormente en ocho años que vamos trabajando”, se pregunta.

Sobre el sistema de refugio de México, Márquez dice que está colapsado mientras que el presupuesto de COMAR se ha reducido. “Es inconcebible que, ante esta crisis, el gobierno mexicano no cumpla con sus promesas de protección, que cierre las fronteras y deje a la gente desatendida”. Márquez teme que las acciones tomadas por el estado mexicano lleven a más tragedias: “La desesperación obliga a la gente a que cometa locuras y nos podemos encontrar con más situaciones como la que ocurrió en el río Bravo. Son dinámicas a las que nos tenemos que preparar”. Señala además que están dejando a la población que ha huido de la violencia en una zona que está también controlada por el crimen organizado.

“El endurecimiento de las políticas fronterizas, que los estudiosos llaman “externalización de las fronteras”, es decir, mover la frontera sur de Estados Unidos hacia México y Centroamérica, coloca a estos países en una posición de frontera vertical, en la que la contención de los flujos de migración obliga a las personas migrantes y solicitantes de asilo y refugio a buscar rutas más peligrosas, donde se exponen a morir o sufrir agresiones y violaciones a sus derechos humanos”, expone el investigador y antropólogo, Jaime Rivas.

*Su nombre real y algunos detalles fueron omitidos para proteger su identidad.