A 120 años del nacimiento del célebre autor de “Remotando el Uluán”, surge la inquietud: ¿cuándo El Salvador dará honor a quien honor merece?, ¿cuándo el inmenso legado de Salvador Salazar Arrué será dignificado como uno de los más valiosos del país?
Hablar de Salarrué en El Salvador es hablar de identidad. Y, sí, es uno de los artistas salvadoreños más conocidos en su tierra natal, pero pareciera ser también uno de los más desconocidos.
¿Cuántos salvadoreños conocerán la obra del prolífico escritor más allá de sus famosos “Cuentos de Barro” y “Cuentos de Cipotes”?, ¿cuántos de los que conocen los icónicos libros de “Sagatara” los han leído?, ¿cuántos podrán identificar sus pinturas?, ¿cuántos saben que él era pintor?
El Museo de la Palabra y la Imagen (Mupi) sigue imparable en su propósito de visibilizar a uno de los artistas salvadoreños más versátiles y sorprendentes del siglo XX. No solo exhibiendo su obra y resguardando su legado, también promoviendo su herencia de “cantón en cantón, de escuela en escuela”, como lo manifestó en su oportunidad Carlos Henríquez Consalvi, director del recinto cultural. Pero como dice el refrán, “Una golondrina no hace verano”.
Antes que escritor, Salvador Salazar Arrué —como fue bautizado— era pintor. Así lo afirmaba él. Además de su inagotable ingenio para contar historias y dibujar ideas, el sonsonateco de nacimiento también fue filósofo, músico, diplomático, amante, esposo y padre, que creía en la transmutación, en la capacidad del hombre de convertir lo corruptible en incorruptible, la ignorancia en iluminación, lo imperfecto en perfección.