Padre e hijo venden accesorios de celulares para aminorar crisis económica familiar

La necesidad de pagar recibos y comprar alimentos, llevó a los Pérez a ingeniárselas para buscar más ingresos durante el confinamiento.

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Moisés y su hijo Edgardo almuerzan una pizza en la plaza Gerardo Barrios durante una pausa en el recorrido diario. Foto EDH/ Yessica Hompanera

Por Yessica Hompanera

2020-08-16 9:45:07

Sentado frente al televisor y con cuaderno en mano, Edgardo Pérez, de 10 años de edad, se muestra entusiasmado por recibir su clase de ciencia, impartida por una instructora, a través de Canal 10. La pandemia lo alejó de las aulas y ahora su centro de estudios es un cuarto de mesón ubicado en el barrio Candelaria de San Salvador.

Edgardo está atento ante los experimentos científicos, observa sin distraerse todas las fórmulas y parece adelantarse a las reacciones de los químicos que la instructora combina. Mientras mira la clase, asegura, recuerda los salones ruidosos, los recreos, los compañeros y los juegos en los que participaba junto con sus mejores amigos en el Centro Escolar del Barrio San Jacinto.

Este año le ha tocado vivir en medio de una pandemia durante la que ha vivido nuevas experiencias.

El confinamiento de varios meses golpeó la economía de su familia, la que desde mucho antes de que él naciera ya se dedicaban al comercio informal. Moisés Pérez, su padre de 51 años, y Evelin, su madre de 40, se esfuerzan por darle lo mejor. La cuarentena fue dura y se sostuvieron con comida racionada. Sin mencionar las dificultades para pagar casa, luz y agua. El televisor en el que Edgardo recibe sus clases, lo compró su padre en una venta de usados por $25 y tuvo que mover algunos cables para repararlo y tener una buena señal.

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Moisés es un vendedor nato. Antes de la llegada del virus administró un modesto negocio de venta de películas en el centro de San Salvador. Las medidas impuestas por el gobierno central provocaron su cierre temporal y lo obligó a buscar nuevos horizontes. Pidió consejo a uno de sus hijos mayores, quien de inmediato le regaló una docena de artículos para celular, para que los vendiera.

Cuando Edgardo vio el esfuerzo que su padre realizaba para salir adelante, se le acercó para hacerle una propuesta: salir a vender con él. Fue una sorpresa. Al principio Evelin se negaba, porque durante el recorrido podrían contraer el virus; sin embargo, él insistió.

Moisés, Edgardo, Jesús y Evelin posan en la casa que habitan. Foto EDH/ Yessica Hompanera

Tanto ella como Moisés le propusieron salir con la condición de recibir sus clases diarias con disciplina y tener toda la precaución en las calles: lavarse las manos, usar mascarilla y evitar el contacto con otras personas.

La jornada comienza a las 9:00 de la mañana y termina a las 3:00 de la tarde. Su itinerario inicia en el barrio San Jacinto hasta llegar al centro de San Salvador y sus calles aledañas. Un recorrido de al menos 10 kilómetros diarios, bajo el sol y en algunas ocasiones bajo la lluvia.

“Un día me dijo que quería vender a mi lado para ayudar a la casa. Yo le dije que estaba bien y que eso le serviría para cuando sea grande. Igual, si no le gusta el mercado, puede optar por otra cosa, pero tiene que estudiar y esforzarse”, explica el padre.

Según proyecciones de la Organización Mundial del Trabajo (OIT) y el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF), el trabajo infantil podría incrementarse debido a los efectos de la crisis sanitaria, ya que los hogares en el umbral de pobreza utilizan todos los medios posibles para sobrevivir.

“A medida que la pobreza aumenta, las escuelas cierran y la disponibilidad de los servicios sociales disminuye, más niños se ven empujados a trabajar”, explica la Directora Ejecutiva de UNICEF, Henrietta Fore, en un artículo publicado en la página web del organismo.

Padre e hijo cruzan las calles tomados de la mano.
Foto EDH/ Yessica Hompanera

La opción de repetir año escolar

La educación para la familia Pérez es un camino cuesta arriba. La nueva modalidad de envío de tareas a través de la aplicación WhatsApp suma nuevos gastos.

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“No podemos pagar Internet. Apenas estamos sacando los pagos de las facturas y la comida de los niños. Los profesores han creado un grupo en WhatsApp, pero nosotros no podemos pagar ni un dólar. Yo siento que va repetir el año”, señala angustiada Evelin. Ante esto, los docentes le sugirieron que Edgardo tomara sus clases por televisión, pero estas no tienen tareas ni retroalimentación.

El 11 de marzo, la Ministra de Educación, Carla Hananía de Varela giró una circular en la cual ordenó la suspensión de clases presenciales en todos los centros educativos del país durante 21 días debido a la emergencia. Pero la medida ha sido extendida de manera indefinida.

La doctora Helga Cuéllar Marchelli, Directora del Departamento de Estudio Sociales de Fundación Salvadoreña para el Desarrollo Económico y Social (FUSADES), explica en su artículo “El sistema educativo salvadoreño frente a la pandemia del COVID-19”, que no todo el estudiante tiene acceso a un dispositivo con internet. Lo cual genera mayor desigualdad en el aprendizaje e incluso la deserción escolar. “Otros (estudiantes) tienen que compartir el uso de dispositivos e Internet (unos estudian, otros hacen teletrabajo) o no cuentan con espacios adecuados para estudiar. En todo caso, a mayor número de días en aislamiento o con dificultades para estudiar desde casa, mayor podría ser el rezago educativo y la probabilidad de abandonar la escuela”, explica Cuéllar.

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Edgardo dice sentirse feliz de ayudar a su padre y no quiere perder el año escolar que tanto le ha costado seguir. Ansía volver a ver a sus amigos y docentes favoritos. Sentarse y escribir en su cuaderno es el sueño que espera cumplir al finalizar la pandemia.

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