Bukele se prepara para consolidar el poder de forma autoritaria

Con el dominio de dos órganos de Estado, la neutralización del control constitucional y un fiscal afín, poco separa a Nayib Bukele de su afán de concentrar todo el poder.

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En otro aspecto, Bukele arremetió contra las críticas y amplia condena que ha tenido de parte la comunidad internacional. Foto EDH/Yessica Hompanera

Por Ricardo Avelar

2021-06-02 10:10:06

A Nayib Bukele le gustaba hablar sobre democracia. Antes de ser presidente, en sus redes sociales hacía numerosas referencias a los beneficios de vivir en ese sistema donde se respeta la legalidad y el disenso.

“Un país democrático, con instituciones y funcionarios a su altura... Algún día”, tuiteó Bukele cuando aún era alcalde de Nuevo Cuscatlán, el 23 de marzo de 2015.

Seis años después, cuando ya no es alcalde de una pequeña ciudad sino presidente de todo un país, Nayib Bukele ya no defiende la democracia. De hecho, la lesiona constantemente.

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En sus dos años en el poder, la joven institucionalidad salvadoreña se ha visto en jaque.

Es cierto que el oficialismo ganó legítimamente las elecciones presidenciales en febrero de 2019 con un abrumador 53%. También es cierto que dos años después se agenció una gran mayoría en las legislativas.

Sin embargo, la vida en democracia no requiere solo alcanzar el poder mediante las urnas, sino gobernar de manera democrática, reconociendo la legitimidad de la disidencia, dando acceso a la información, respetando el balance de los poderes y permitiendo el trabajo libre de la prensa independiente y crítica.

Todas estas son grandes carencias en el gobierno de Nayib Bukele. El diagnóstico del Departamento de Estado de Estados Unidos en 2020 es contundente: su gobierno ha hecho esfuerzos por debilitar las instituciones democráticas y por silenciar las voces críticas y los medios que le incomodan al mandatario.

Esas prácticas distan de ser “nuevas ideas”. De hecho, el afán de consolidar el poder y manipular a los cuerpos de seguridad (policía y militares) para avanzar una agenda política es parte del manual de los antiguos regímenes autoritarios.

Bukele, el joven y en apariencia relajado presidente salvadoreño, se parece cada vez más a los viejos autoritarios que gobernaron con puño de hierro, concentraron el poder y cercenaron los derechos fundamentales de las personas.

¿Es tiempo de llamarlo autoritarismo?

A juicio de Celia Medrano, reconocida defensora de los derechos humanos, “no es temprano para hablar de un gobierno autocrático y autoritario” en El Salvador.

Según ella, el gobierno de Bukele “impone sus ideas instrumentalizando a la fuerza militar”.

De forma similar se pronunció José Miguel Vivanco, director para las Américas de Human Rights Watch, quien dijo a El Diario de Hoy que dos años después de llegar a la presidencia, no queda duda que “esto va en camino convertirse en una dictadura”.

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Prueba de ello, dijo, es la concentración de poder, la instrumentalización de los cuerpos de seguridad y la politización de instituciones que pueden encabezar una persecución a quienes se le oponen o quienes simplemente le cuestionen.

“Es una combinación entre el narcicismo y las patologías clásicas de un déspota latinoamericano, undo a un importante apoyo popular que todavía lo tiene, y una falta total de valoración por el Estado de derecho. Esto va a terminar mal”, advirtió Vivanco.

Además, explicó que si bien Bukele tiene una amplia popularidad, esto no le exime de cumplir la ley ni le faculta a abusar del poder.

Finalmente, el director para las Américas de Human Rights Watch observa un intento de refundación de El Salvador. Pero no uno modernizador, sino uno “basado en el culto a la personalidad del caudillo, es decir del mismo Bukele”.

Celia Medrano lamenta que esta concentración de poder implica la destrucción de la institucionalidad y de la oposición y sus críticos.

Esto supone graves retrocesos en la joven y frágil institucionalidad salvadoreña, que en tres décadas ha pasado de la esperanza a un nuevo camino autoritario.

En solo dos años, el presidente que prometió modernidad ha politizado a la policía y los militares, asaltó el poder Judicial, capturó la Fiscalía que ahora puede servir para persecución política, se tomó la Sala de lo Constitucional que previene abusos en el poder y está blindando a funcionarios vinculados a posible corrupción. En dos años, El Salvador retrocedió medio siglo.

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