Michael Guzmán, el joven universitario que imparte clases en una escuela improvisada a los niños que viven en los condominios Modelo

Los niños de escasos recursos viven en los condominios Modelo en San Salvador, unos edificios dañados por el terremoto de 1986 y declarados inhabitables por las autoridades.

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Foto EDH/ Jessica Orellana

Por Jessica Orellana

2019-11-29 7:55:07

Entre las grises paredes y los muros del lugar, que están en ruinas por el terremoto de 1986 y que han sido catalogados como “inhabitables”, cada tarde resaltan los colores de las sillas y mesas que utiliza Michael para compartir un poco del conocimiento que ha ido adquiriendo en la vida.

A Michael nadie le paga, todo es por vocación. Nadie lo invitó al lugar, sólo llegó con el deseo de compartir su conocimiento y con su corazón lleno de amor y pasión por los niños, una labor que es retribuida con sonrisas, abrazos y mucho cariño.

Son las dos de la tarde. Michael llega al lugar y desde la primera planta, a gritos, llama nombre por nombre a sus alumnos. Los primeros niños que bajan a toda prisa por las deterioradas gradas ayudan a su maestro a sacar las sillas y las mesas de un viejo apartamento donde les permiten guardarlas.

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Cada quien toma su silla y en chistes y risas llegan hasta el parqueo que separa parte de los edificios. Las dos horas de clases comenzaron: algunos dibujan, otros colorean, varios hacen sus tareas, mientras Michael los supervisa.

El esfuerzo de Michael también es apoyado por dos señoritas: Gaby, una estudiante de psicología, y Elizabeth, una misionera de una iglesia local. Juntos llevan adelante el proyecto, luego que detectaron la falta de oportunidades que existe en la comunidad.

Michael estudia mercadeo en una universidad privada pero su empatía lo ha llevado a comprometerse con los pequeños y buscar oportunidades para que salgan adelante y puedan mejorar sus condiciones de vida.

“Son un aproximado de 100 niños los que viven en esta área y eso me motivó a querer ayudarles, pues hay un sinfín de necesidades. Al ver todo lo que falta en este lugar, me tocó el corazón, es una desigualdad terrible la que se vive acá”, dice Michael.

Colores, plumones, hojas de papel, sillas, mesas y un refrigerio es lo que ha permitido que los refuerzos de matemática, lenguaje, ciencia, sociales, las clases bíblicas, arte, manualidades y hasta clases de inglés den fruto y sean posibles sin ningún costo para los pequeños, pero un valor inigualable en sus vidas.

Foto EDH/ Jessica Orellana

“Empezó como una misión de la iglesia, tiempo después se convertiría en un proyecto personal bautizado Descalzos, para atender a los pequeños y brindarles un espacio donde se les sembrara la semillita de superación a los que estudiaban y otros que habían dejado de hacerlo”, asegura Michael.

La mayoría de los niños y niñas que habitan los edificios Modelo son de padres que se dedican a las ventas ambulantes, lo que ha hecho que a muchos de los pequeños les toque pasar muchas horas solos en sus apartamentos sin ningún responsable a cargo y otros hasta han abandonan la escuela, unos por necesidad, otros por falta de interés.

“El proyecto empezó con ocho niños, un día a la semana, donde se les daba a los niños lecciones bíblicas, la reflexionábamos, hacíamos dinámicas y compartíamos con ellos, pero con el tiempo me fui dando cuenta de muchos de los inconvenientes que los niños tenían en materia de educación y que yo les podía ayudar. Así fue como empece a venir en la semana y les ayudaba con sus tareas, les brindaba un espacio donde se pudieran olvidar de sus problemas. Hasta la fecha atendemos unos 30 menores de edad y a veces hasta más”, relata el profesional.

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La comunidad pareciera estar olvidada, como si solo existiera para el tiempo de elecciones. Un residente asegura que los políticos llegan, les prometen, ganan y no hacen nada. “Cuando andan de candidatos vienen acá, después se olvidan de nosotros”.

Michael asegura que el trabajo es grande por todo lo que rodea a los pequeños. “Hay problemas serios, como el acceso a una vivienda digna, alimentación, acceso a los servicios básicos de salud, un trabajo digno para los madres y padres de familia, la violencia, pandillas, drogas, todo eso se vuelve una carga para los pequeños”.

El joven ha puesto a disposición no solo su tiempo sino también costean los gastos “aveces nos toca a nosotros y otras gracias a donaciones que son bien recibidas y aprovechadas para el beneficio de los pequeños”, así ha ido pasando este año “ Yo no gano nada con esto “atendemos a los niños afuera en el parqueo porque ni un local tenemos todo lo hacemos por amor”.

“Hay niños que asumen roles a su corta edad que no les corresponden, porque sus padres trabajan todo el día porque si no lo hacen no tienen para comer, no tienen otra salida aunque ellos quisieran darles una calidad de vida mejor a sus hijos, es un problema estructural”.

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Pese a los inconvenientes, Michael lleva una esperanza a una de las comunidades que por décadas ha sido abandonada. Está seguro de que sin educación no existe un camino para que estos pequeños cambien su realidad.

“Nos vemos cuatro días a la semana, les ayudamos con la tarea, reforzamos su lectura porque con el tiempo me di cuenta de que tenían serios problemas, había niños que no podían leer y escribir. Les ayudo con matemática como un refuerzo académico. Hay menores que han dejado de estudiar pero quieren retomar sus estudios gracias a que les inculcamos que no dejen de aprender”, explica.
Para el 2018 El Salvador cerró con un índice de deserción escolar de 0.9 %, que equivaldría a unos 11,500 estudiantes, de los cuales 8,500 eran del sistema de educación pública y 3,000 del sector privado, de acuerdo con los datos del Ministerio de Educación, Ciencia y Tecnología (MINEDUCYT).

Las causas del abandono escolar son diversas, entre ellas la inseguridad en las comunidades, la movilidad escolar de un municipio a otro, la migración y la situación de pobreza.

Estos datos confirman la necesidad de estudiar el tema y analizar las causas que lo están generando, pues al salirse del sistema educativo, las niñas, niños y jóvenes estarán más expuestos al entorno social de sus comunidades.

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El Hermano Michael, como le reconocen los pequeños, se ha vuelto una pieza fundamental en la comunidad hasta ganarse la confianza no solo de los pequeños sino también de los padres de familia. Pese a no vivir en ningún apartamento, muchos lo han acogido por su dedicación y amor para con los muchachos.

“Los niños están encantados, hay padres de familia que también se han acercado para contarnos que sus hijos han cambiado. Ellos conocen la realidad de sus hijos y yo entiendo pues nadie va a venir a un lugar de alto riesgo y regalar su tiempo, pero yo en eso he encontrado mi vocación: servirles, darle un poco de mi tiempo, que ellos en un par de horas se olviden de su día a día”.

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