VIDEO: Marisol y los 400 metros más duros que debe caminar para llegar a la escuela en Jayaque

La adolescente sufrió desnutrición severa a los 11 meses de edad. Recientemente, fue sometida a una segunda cirugía correctiva.

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Abigail sufría de retraso en el aparato psicomotor en sus piernas, pero fue recientemente operada y aún se encuentra en recuperación. Foto EDH/ Menly Cortez

Por Gadiel Castillo

2019-10-01 9:30:21

La jornada de estudios terminó y Marisol Abigaíl Vásquez Clavel debe caminar los 400 metros más complicados del día para llegar a su casa. Su columna encorvada y los pasos arrastrados dificultan su movilidad.

Marisol no encontró quien le ayudara con su mochila o le tomara del brazo para avanzar más rápido. El sol en su máximo esplendor desencadenó el sudor que se deslizó por el rostro de la adolescente y la obligó a un breve descanso.

La desnutrición severa que sufrió cuando tenía 11 meses de edad provocó un retraso en el desarrollo psicomotor, los líquidos de la columna se secaron y perdió movilidad en piernas y brazos.

“Me senté aquí porque venía muy rápido y ya me duelen las piernas. No es de todos los días que encuentro a alguien para que me ayude, y cuando pasa le agradezco a Dios y a ellos”, dice mientras una sonrisa pone punto final al comentario.

La desnutrición severa que sufrió cuando tenía 11 meses de edad provocó un retraso en su desarrollo psicomotor, los líquidos de la columna se secaron y perdió movilidad en piernas y brazos.

Aunque Abigail sufrió la inmovilidad de sus brazos, piernas y dedos, con terapia logró recuperar la mayoría de su movilidad en 6 años. Foto EDH/ Menly Cortez

“Ella nació a los siete meses y estuvo dos meses en incubadora. Cuando cumplió los nueve meses le dieron el alta, pero debido a una desnutrición severa, por un descuido, se le generó todo ese problema. Se le pusieron rígidos los pies, las manos, los dedos, la llevé al hospital Bloom y la vio la nutricionista y me dieron una referencia para el Instituto Salvadoreño de Rehabilitación (ISRI)”, recuerda Pedro Vásquez, padre de Marisol.

Fueron necesarios años de terapia para que Marisol lograra ciertos movimientos en las manos y pies. Logró pronunciar palabras hasta que ya había cumplido los cuatro años.

Aunque los avances eran evidentes, las rodillas de la niña seguían rígidas y la única opción que tuvo para movilizarse fue arrastrarse. Los callos que aún tienen sus rodillas son la prueba que le dejó esa etapa.

El proceso de terapias finalizó tras seis años, pero el de las cirugías correctivas iniciaba.

La primera operación ocurrió cuando tenía nueve años; la intervención fue realizada en el hospital San Bartolo, en Ilopango, y tenía como objetivo abrir los talones para estirar los pies, los cuales estaban girados hacia adentro.

“Cuando ella caminaba se tropezaba y se caía. Ha evolucionado mucho”, comenta el padre, quien asumió toda la responsabilidad de la crianza de su hija.

Esa cirugía dio una nueva calidad de vida a Marisol y el proceso de rehabilitación que le siguió incluyó clases de música, oratoria y otras actividades recibidas como terapia.

Marisol Abigail Vásquez Clavel tiene 14 años de edad, a pesar que sufre en sus piernas la repercusión de una desnutrición severa sueña con convertirse en psicóloga o en estudiar comunicaciones.
Foto EDH/ Menly Cortez

Esa dinámica le dio la oportunidad de tener una niñez con cierta normalidad, pero había una actividad que faltaba: la vida escolar.

Ya antes Pedro había intentado que su hija asistiera a la escuela, a la edad de ocho años; pero a causa de la discriminación y lo difícil del acceso a las aulas en el cantón Lourdes del municipio de Colón, donde vivían en esa época, decidió ya no mandarla a las clases.

El padre decidió educar a la niña en la intimidad y protección que ofrecía el hogar.

“No me la aceptaban en la escuela por esa discriminación que existe en los niños, la podían empujar, pegar. Yo le ayudé a escribir, costó pero se logró, agarraba mal el lápiz. Dejarla sin educación no podía y tomé la decisión de apoyarla. Porque personas con discapacidad se han preparado y yo quiero eso para mi niña”, dice Pedro.

Marisol se sentía feliz porque estaba aprendiendo con su padre, pero ella quería ir a una escuela como todos los niños y cada vez que podía hacía la petición a su progenitor.

La insistencia tuvo frutos y, aunque con años de retraso escolar, fue matriculada en primer grado a los 12 años de edad.

“Yo quería ser como los demás niños”, expresa Marisol, ahora de 14 años.

Cuando ella llegó a la escuela ya sabía leer y escribir, solo tuvo dificultades con las matemáticas.

“En mi primer día de clases era la más feliz porque comenzaba algo que me iba a servir mucho en mi vida”, recuerda.

La adolescente añade que el integrarse con sus compañeros y llevar el ritmo de tareas en las diferentes asignaturas no se le complicó, lo difícil ha sido el trayecto entre la casa y la escuela. Debido a su problema físico, un recorrido que generalmente se hace en cinco minutos a ella le lleva 15.

“ Yo solo recuerdo que mi padre me decía que el día de mañana que yo creciera iba a poder movilizarme más… Me gustaría estudiar psicología o comunicaciones”, expresa.

Pedro, padre de la adolescente comenta que ha dejado que ella se independice y realice parte de sus actividades personales por si misma, pues fue la recomendación de la terapeuta.
Foto EDH/ Menly Cortez

María René Aguilar y Luis Edgardo Portillo, ambos de 10 años, son los mejores amigos de la estudiante de 4° grado, a quien han apoyado desde el primer día de clases.

Luis ve en Marisol un ejemplo de lucha y ganas de superarse, porque siempre asiste a clases y es aplicada.

“En los recreos jugamos juntos y le ayudo con su bolsón cuando va a su casa, vivimos al paso”, comenta Luis.

Rosa Emilia Sura de Melgar, profesora coordinadora de 4° grado del Centro Escolar Calixto Velado, del municipio de Jayaque, relata que al inicio del año, por decisión de la dirección escolar, Marisol no estaría en las listas de limpieza; sin embargo la alumna cuestionó la medida.

“Señorita, yo no aparezco en el horario de limpieza y yo puedo barrer”, fueron las palabras de la adolescente hacia la maestra.

Luego del comentario, su nombre fue incluido en la programación. A veces, compañeros de clase se ofrecen a hacer la tarea de limpieza por Marisol, pero ella siempre responde: “Yo puedo”.

“Ella es muy puntual, viene temprano. Su forma de trabajo hizo que la avanzara de grado. Es muy participativa. Se aprende las cosas. Me dijo: ‘Seño, yo quiero salir bailando con un aro’. Eso sirve de motivación porque los niños ven cómo ella se esfuerza cada día”, dice la profesora.

Pedro cuenta que el terapista de su hija le aconsejó que dejara que la joven sea lo más independiente posible. Aunque a veces seguir esa recomendación se vuelve difícil para el padre, él está dispuesto a hacerlo y Marisol demuestra cada día, con su ejemplo, que todo el camino recorrido ha valido la pena.