Penetrando en los intersticios de la historia: Leonardo Sciascia

“Los catástrofes imprevistas nunca provienen de las consecuencias —o, los efectos, si lo prefieren— de un solo motivo, de una causa única, sino que son, de otro modo, como un torbellino, un punto ciclónico de depresión en la consciencia de una nación, hacia lo cual convergen y contribuyen toda una multitud de causas”. Carlo Emilio Gadda. El zafarrancho aquel de Via Merulana (Quer Pasticcaccio brutto en la Via Merulana).

descripción de la imagen
Leonardo Sciascia (1921-1989). Foto EDH / AFP

Por Katherine Miller, Doctorado en Estudios Medievales y Renacentistas de UCLA.

2020-02-09 4:30:14

¿Qué tarea sería más difícil que “escribir” la historia de una nación y recrearla desde la memoria resbaladiza y las ilusiones positivas y negativas? ¿Cómo extraer esta historia desde las versiones intencionalmente distorsionadas de lo que ha pasado?

Consideramos una región parecida a Centroamérica, en la cintura de un continente: Sicilia, una isla exactamente en medio del mar Mediterráneo, una guayaba por la que pelearon, durante siglos, griegos, romanos, árabes, normandos, los Garibaldi y Cavour en el Risorgimiento, de los fascistas de Mussolini; la resistencia antifascista durante la Segunda Guerra Mundial y los americanos imponiendo el Plan Marshall y la “americanización” de Italia durante la postguerra. Las resonancias abundan.

La historia es, para comenzar, una investigación para examinar los eventos y establecer las causas y efectos en la recuperación desde el terreno peligroso de la memoria de hechos traumáticos, tales como Il Ventennio, los 20 años del fascismo en Italia, que han sufrido tantas revisiones, falsificaciones, narrativas documentales, recuentos verdaderos representados en el cine, los libros o las series de televisión. ¿Les suena?

Escogemos, como un posible modelo de historiador protagonista, a un tal Leonardo Sciascia (1921-1959). Nacido en Sicilia, su padre laboraba en las minas de azufre y sal cerca de Palermo, como todos los campesinos sicilianos, Sciascia estudió para ser profesor de secundaria, pero llegó a ser un escritor que documentó la historia de Sicilia, abarcando hasta los años 60 y 70.

Sciascia, en sus novelas detectivescas, narrativas históricas, nos lleva no a la vida pequeña y vulgar de un detective honesto y humilde confrontando la mafia en su Sicilia natal, sino a la vida cotidiana de los sicilianos (léase cualquier otra nacionalidad) de los años 60 del siglo pasado y de los heroicos fracasos y asesinatos de los jueces antimafia como Giovanni Falcone y Paolo Borsellino, del secuestro y asesinato del político Demócrata Cristiano Aldo Moro, de los esfuerzos legendarios pero fracasados de Alexander Dubcek en la Checoslovaquia de 1968, de Lázaro Cárdenas y Benito Juárez en sus proyectos para levantar México de la nada. Buscando en los intersticios de cómo escribir la historia, Sciascia abarca hasta visiones de la Antigone de Sófocles, del Don Quijote de Cervantes, el Candide de Voltaire, de Guillermo de Baskerville en El Nombre de la Rosa, de Sherlock Holmes de Sir Arthur Conan Doyle y de Julien Sorel en El Rojo y Negro de Stendahl, a quien Sciascia rindió el máximo homenaje. Es una mezcla grande y amplia de influencias que quien desee escribir la historia nacional de su país tiene que traer consigo los textos de Sciascia para descifrar sus valiosas insinuaciones.

Agregamos a estas nociones de estilo una erudición asombrosa con corrientes subterráneas de la fabulosa literatura del Renacimiento italiano de los siglos XV y XVI con su sátira, crítica e ironías históricas como en el gran poema épico Orlando Furioso de Ludovico Ariosto y la épica de la primera Cruzada cristiana contra los árabes musulmanes en La Gerusalemme Liberata (Jerusalén Liberada) de Torquato Tasso. El lector tampoco puede escapar a las ironías de la commedia dell´arte del Volpone de Ben Jonson en la Inglaterra de Shakespeare.

Miembros de la nobleza siciliana en la película “Il Consiglio D’Egitto” (2002), basada en la novela de Leonardo Sciascia. Dirección de Emidio Greco. Foto EDH / Keyfilms

Con estos ingredientes, estamos listos para abarcar la obra maestra de Leonardo Sciascia, El Concilio de Egipto (Il Consiglio d´Egitto), un narrativo histórico y documentado del siglo XVIII en Sicilia—que comienza en el año 1783, específicamente seis años antes de la implosión de la Revolución Francesa. Todo eso es incluido en la forma del complot, en el estilo y sintaxis, en el vocabulario y las alusiones que forman una visión deliciosamente irónica, con un ojo hacia las posibilidades de la justicia social aquí en la tierra. Un resumen corto de esta obra nos servirá.

Como La Tempestad de William Shakespeare, la novela comienza con un naufragio en que se salva el embajador de Marruecos en la Corte de Nápoles (controlado por los españoles) en la costa de Sicilia en el año 1783. El Virrey de Sicilia asigna a un pobre monje maltés, benedictino y capellán de la Orden de Malta, quien habla unas palabritas de árabe, para que sirva como traductor/intérprete del embajador, quien solo habla árabe. Tomamos nota de que el monje, Giuseppe Vella, es maltés y no siciliano, es decir, es extranjero.

El embajador encarga a este pobre monje la traducción de un manuscrito —un códice en árabe— que lleva el título de El Concilio de Egipto (Il Consiglio d´Egitto). Encontrado en la biblioteca del monasterio de San Martina en Sicilia misma, el manuscrito trata de la historia de la ocupación morisca de Sicilia hace siglos. En un momento, Vella explica al lector que su nombre viene del arábigo y significa “velo”, algo para ocultar, para producir el silencio. La aplicación práctica de este significado es que Vella está haciendo una traducción falsa y distorsionada del manuscrito—es decir, la falsificación flagrante—en la que se vislumbra múltiples ironías paralelas a la meta que propone su contemporáneo, Tomasi di Lampedusa, en su novela, El Gatopardo: “Tenemos que cambiar todo, para que nada cambie”.

Como nadie en el siglo XVIII, en Sicilia, hablaba árabe (ni el mismo Vella), Vella aprovecha la oportunidad para “confeccionar” una obra, falsamente traducida desde el árabe de las páginas del manuscrito, cortando el empastado y disponiendo las páginas en otro orden, para que nadie se pudiera percatar de la falsificación que el monje (quien pronto llega a ser el abad de San Pancrazio) está creando. En efecto, Vella está escribiendo una nueva historia falsificada de Sicilia, en que las tierras costaneras, puertos y fincas pertenecen a la corona. Ahora, los nobles sicilianos rápidamente entienden el peligro que ésta versión representa porque pueden perder su poder y sus posesiones. Se acercan al monje para pagarle y que agregue ancestros, mapas y mojones falsos, además de escrituras de terrenos para intentar cambiar la historia y comprobar falsamente que ellos, los nobles sicilianos, no habían usurpado tierras y concesiones que, en realidad, pertenecían al rey en siglos pasados. Es decir, los nobles entendieron dónde estaba la mantequilla en el pan, y comenzaron a acercarse a Vella, pagándole para re-escribir la historia (del original que nadie puede leer) y que pudieran justificar y legitimar sus tierras y así mantenerse el poder en contra del Rey español de Nápoles. Es una especie de extorsión que Vella cumple fielmente y con entusiasmo.

Mapa británico del mar Mediterráneo, de 1745.

Es que, a Vella no se le ha escapado la oportunidad de hacerse muy rico, famoso, erudito de reputación, y prestigioso en la corte de Sicilia con los pagos de los nobles por su falsificación y contrahechura del texto en árabe, que es, en realidad, la vida del profeta Mohammed que nadie puede leer. Eso lo hace Vella, en su cualidad de detective, parecido a Sciascia mismo, cuando echa veneno, paralelamente, en los que escriben la historia falsa del fascismo de Mussolini y la resistencia en contra del fascismo, durante y después de la Segunda Guerra Mundial. Es toda una pieza. Vella, ocupado en la “investigación” y “creación” que reconstruye la realidad histórica falsa desde documentos y libros en árabe, por medio de una traducción falsificada. Vella pasa sus días en la biblioteca haciéndose rico por esta trampa.

Publicado en 1963, El Concilio de Egipto es, entonces, una fábula de las falsas historias que se estaban escribiendo sobre el fascismo y la resistencia en Italia. Es un fanfarrón igual como el gran chiste de Umberto Eco, su contemporáneo, en su fábula medieval, El Nombre de la Rosa. Ambos, Sciascia y Eco, experimentan con el poder del lenguaje y los manuscritos para demostrar como la verdad es relativa y que puede ser reformada, intercambiada y deformada por la ironía, especialmente cuando se está escribiendo historia nacional. Además, la novela de Sciascia es sobre el poder de escribir en una sociedad siciliana de la postguerra que es supersticiosa, reprimida y en la que solo la mitad de las personas estaba alfabetizada.

En la segunda mitad de El Concilio de Egipto, encontramos un joven abogado, Francesco Di Blasi, admirador de la Ilustración francesa, de Voltaire, Rousseau y Diderot, quien comienza un complot para efectuar una revolución “a la francesa” para reformar a Sicilia. Abrigándose con los ideales de la Revolución francesa, Di Blasi proclama (con resonancias hacia el proyecto de Vella): “Cada sociedad produce la clase de falsificación que le conviene, pero esta es la parodia de un crimen, el crimen que hemos estado cometiendo en Sicilia durante siglos”. Es que el proyecto de Vella, de re-escribir la historia nacional, como el proyecto de Di Blasi, de efectuar cambios revolucionarios son esfuerzos de transformar a Sicilia por medio de escribir su historia en el siglo XX.

Pero los nobles sicilianos descubren la conspiración de Di Blasi y la novela termina con descripciones de su tortura y ejecución por decapitación. De igual manera, descubren la falsificación del manuscrito, y Vella queda encarcelado. Ninguno de los dos métodos de cambio habría servido para reformar a Sicilia ni en el siglo XVIII ni en la postguerra de Sciascia en el siglo XX.

Sciascia cita una explicación de estas metodologías en un recuadro al principio de otra novela suya, El Día del Búho (Il Giorno de la Civitta). Es un refrán irónico sobre los que desean cambiar a la historia, así como Vella y Di Blasi. Es tomado de la obra histórica de William Shakespeare, Henry VI, parte III:
“Y quien no desea luchar por tales esperanzas, que vaya a su casa y a su cama, y, como un búho en el día, si se levanta, sería burlado y considerado asombroso”.
FIN