Las primeras imágenes de la tragedia en Las Colinas

Estas son fotografías inéditas sobre el terremoto del 13 de enero de 2001 tomadas por el fotoperiodista que vivía en el lugar. Son imágenes captadas pocos minutos después de la tragedia, que por su magnitud marcó la conciencia de todo el país.

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Casi toda la colonia estaba soterrada bajo unos doce metros de tierra suelta y húmeda. Foto EDH/ Mauricio Cáceres

Por Mauricio Cáceres

2020-01-13 4:30:53

Eran las 10 de la mañana del 13 de enero de 2001, era sábado. Hacía un fuerte viento, y mi hermano William había llegado a mi casa para que yo le ayudara a hacer un currículo porque quería concursar para un trabajo que él deseaba mucho. Recorrimos toda Las Colinas buscando un negocio donde pudiéramos imprimirlo hasta que lo logramos.

Me despedí de William y me fui a casa. El reloj ya marcaba las 11 de la mañana y junto con mi hijo Ángel, que tenía tres años, estábamos por ir a traer a mi esposa al trabajo.

Yo estaba vistiéndome un short azul de lona. Al grito de Ángel que decía: ‘¡papi apúrate!’, comenzó el terremoto. La casa se movía como si un gigante la sacudiera con sus manos, pero entre el movimiento de paredes y muebles logré llegar a donde estaba mi hijo y mi cuñado, Sergio, y la empleada de la casa.

Todos nos quedamos debajo del marco de la puerta de la entrada principal, ya que enfrente de la casa había un muro de unos siete metros de alto que se mecía violentamente y amenazaba con caer sobre nosotros.

Muchos ciudadanos se unieron a las autoridades y organismos de socorro para ayudar a buscar y sacar de entre los escombros a las víctimas.

De pronto escuché un estruendo al punto de que la piel se me erizó; yo solo me encomendaba a Dios, pues presentía que algo se nos venía encima en cualquier momento. El ruido era similar a uno que haría si cayeran grandes cantidades de grava sobre láminas. Aquel sonido quedó clavado en mi memoria.

Después de aquella sacudida y estruendo se vino un gran silencio. Pero me di cuenta de que estábamos rodeados de escombros. Con cuidado saqué a mi hijo, a mi cuñado y a la empleada. Todos estaban en shock. Cuando logramos llegar al bulevar Sur nos dimos cuenta de la magnitud del terremoto y del que afortunadamente habíamos salido con vida. Casi toda la colonia estaba bajo unos doce metros de tierra, suelta y húmeda.

No se veía ni una casa en aquella superficie desolada, solo veía árboles enormes con sus raíces al descubierto. Después de unos minutos reaccioné y pedí a mi cuñado que se llevara a mi hijo al carro parqueado en el bulevar, le dije que yo los buscaría después.

Regresé a la casa, que se había partido en dos, para sacar mi cámara, una Yashica análoga, busqué en mi bolsa de fotografía pero me di cuenta que solo tenía tres rollos Kodak de 400 ASA. Salí para tomar las primeras imágenes. Vecinos de los alrededores empezaban a llegar, con rostros asombrados y curiosos, no había aún periodistas. Noté que nadie reaccionaba para buscar y rescatar a posibles víctimas; tomé la iniciativa de formar brigadas de rescate y logramos sacar a varios sobrevivientes de las casas destruidas, sobre todo las que estaban situadas a un costado del enorme deslizamiento que había herido mortalmente aquella zona residencial.

Varias personas que encontramos ya habían muerto. Nunca solté mi cámara, siempre la llevé colgada al hombro. Empecé a tomar fotos de todo lo que pasaba a mi alrededor sin pensar mucho. No sentí el tiempo y de repente vi que el lugar estaba lleno de gente, unos llegaron a ayudar a rescatar, otros solo eran fisgones. Entre aquella gente apareció a mi esposa, quien lloraba porque no sabía nada de nosotros y pensaba que podíamos estar soterrados. Cuando me vio corrió hacia mí entre la tierra lodosa y nos abrazamos como si tuviéramos años de no vernos. Preguntó fue por Angelito. La calmé y le dije que todos estábamos bien, gracias a Dios.

Tras varios días de búsqueda, muchas familias no pudieron encontrar a sus parientes que murieron en la tragedia.

Mis compañeros de trabajo que sabían que yo vivía en Las Colinas también pensaron que yo pudiera estar muerto. Era lógico. Cuando me presenté al trabajo, no faltaron los abrazos y la solidaridad de todos, por lo cual siempre estaré agradecido.

Fueron momentos duros para la comunidad Las Colinas. Murieron familias enteras. Tengo muchas historias en mi memoria acerca de ese día trágico, una de las que más me impresionó fue la de cuatro hermanas que habían llegado desde distintas partes del extranjero para reunirse en Santa Tecla y murieron ahí, juntas. Era especialmente duro ver a los padres recoger los cuerpos de sus hijos llenos de lodo; a parientes escarbando con sus manos para encontrar a sus seres queridos.

Había tantos muertos que hasta se hizo una fosa común en el cementerio general de Santa Tecla donde varios fueron enterrados como desconocidos porque sus cuerpos quedaron irreconocibles. De entre la tierra salían partes humanas de todo tipo. Vi muchas cosas desgarradoras a mi alrededor, daban ganas de llorar. De aquel lugar, donde yo crecí y donde solo era fincas, solo quedaba escombro.

Tan desgarrador era todo aquello para mí, que las fotografías que registraron la tragedia a mi alrededor las mandé a revelar pero las guardé por un tiempo en una gaveta, incluso se dañaron un poco por la humedad. Nunca las había publicado antes, no me sentía cómodo recordar a través de ellas tanto dolor.

A 19 años de aquella tragedia, al ver estas imágenes me doy cuenta de que siguen teniendo un impacto muy personal, un doloroso significado, pero al mismo tiempo me recuerdan que, lamentablemente, fui el primero en estar en el lugar y en retratarlo con mi cámara, un lugar tan simbólico del terremoto del 13 de enero de 2001. Estuve allí, no por mis méritos como reportero o por buscar la primicia, sino porque yo también sufrí aquel desastre y gracias a Dios sobreviví.